El tenue encanto de lo simple

20 noviembre 2024 4 minutos
Víctor Fleitas

En la presentación del disco Cielo en Flor, el canto sin estridencias de Lidia Cerro encontró un cómplice de fuste en un conjunto musical que, liderado por Rudi Flores, contó con la participación de Ernesto Méndez, Sedil Toledo, Pico Rubio, Valentín Cosso y Mauricio Guastavino.

Bella y efímera fue la experiencia de un nutrido grupo de espectadores que el viernes 8 de noviembre aceptó la invitación y participó de la presentación en sociedad del disco Cielo en Flor, en la Biblioteca Provincial.

Los asistentes acudieron con la expectativa de disfrutar del canto de seda de Lidia Cerro y la confianza puesta en que la guía musical de Rudi Flores no pasaría desapercibida. Pero la cosecha fue más abundante y satisfactoria: fueron testigos de una serie de encuentros musicales cumbres, en formaciones de dúo, trío y cuarteto, instrumentales y cantadas, que le dieron una textura sonora múltiple al espectáculo.

El repertorio parecía hecho para las cualidades vocales de Cerro y, sin embargo, muchas de esas creaciones la precedían, en tanto hundían sus raíces en la larga tradición de la canción popular del litoral que une de manera intangible a entrerrianos, correntinos, misioneros, santafesinos, paraguayos y uruguayos.

El canto de Cerro tiene la leve fortaleza de un tul. Lo hace con donaire, con gracia, con elocuencia. Es fácil advertir que ha sabido aprovechar su experiencia de coreuta en la gestión del aire y las intensidades, en el estudio de las piezas.

Es enteramente solista, más no necesita de ningún artificio vocal ni de gestualidad corporal para sobresalir: parece entender que el juego es en equipo. Sobria, adecuada, emprendió con un cancionero exigente y se mostró con natural autoridad. Cuando la ocasión lo requirió, se puso al frente; y, cuando no, desde un costado, disfrutó de las obras instrumentales. Cerro fue una nota alta en medio de un evento deslumbrante.

Túneles

La sonoridad de los ensambles fue de avanzada y, no obstante, permitió que los presentes conectaran con añoradas galerías de baldosas españolas o patios florecidos, guarnecidos bajo sombras vegetales, con cisnes de alambre que sostenían planteras pequeñas en cada ala.

La velada tuvo un plus. Hay un trabajo de recuperación de reliquias que merece destacarse, en un contexto en el que la cultura global amaga con borrar todo vestigio de singularidad ancestral. En efecto, el disco Cielo en Flor es el producto del afán de un documentado constructor de monumentos patrimoniales.

Lo que reúne a estos tesoros es la simpleza; no son obras rústicas, primitivas, elementales, que pese a todo permanecieron en la memoria, como a veces ocurre. No, al contrario.

El secreto mejor guardado es que la tercera dimensión de esa sencillez que abraza Cielo en Flor está habitada por poéticas sustanciosas, musicales y escriturales. En realidad, sus creadores gozaban de refinados recursos expresivos pero intentaron comunicarlos de un modo que nadie quedara excluido de antemano, lo que puede constituir hasta un alegato ético.

Pasadas algunas décadas, personas con formación académica han recuperado muchas de esas gemas y al incorporarles tratamientos eruditos, timbres y coloraturas provenientes de la llamada música clásica, de salón, y de géneros de improvisación como el jazz, o adaptándolas a instrumentos no hegemónicos como la guitarra o el piano solistas, han logrado mantener intacto el espíritu de las composiciones originales y dejar en evidencia tramas de belleza musical que en nada le envidian a las consagradas en distintas partes del mundo.

La misión de estos arqueólogos del folklore es mostrar que bajo la amigable candidez de ciertas melodías y la luminosa inocencia de algunas letras hay sabores heredados que esperan deslumbrar a paladares exigentes del presente y el porvenir. Esa es la atmósfera que se recreó en la Biblioteca Provincial, con la presentación de Cielo en Flor.

En ramillete

Además de Cerro y Flores, en distintos momentos participaron de la tertulia los músicos Sedil Toledo, Ernesto Méndez, Valentín Cosso, Pico Rubio y Mauricio Guastavino. Así, entre galopas y chamamés, milongas, chamarritas y polcas, rasguidos doble y valseados, los músicos brillaron en la interpretación, mientras las individualidades se fundían en la delicadeza de una proclama colectiva.

Es preciso detenerse en este detalle: el gesto de pericia de cada maestro fue aceptar el desafío de la fusión, participar del rol protagónico desde la convicción de que para destacarse la figura precisa un fondo y el solista, un partenaire, en papeles que pueden intercambiarse si la idea es que la aleación tenga la elegancia del mármol y la ductilidad de la plata.

Ahí recobra valor la función de Flores como director general, con arreglos jazzeados en el sentido de que le dio a todos la oportunidad del lucimiento y la responsabilidad de aportar a la del compañero. A la vez, lo producido fue completamente fiel a la tradición litoraleña que nos atraviesa con la parsimonia con que una descangallada canoa parte el río.

Por el canto lúcido de Cerro, la magnífica planificación integral de Flores, la deliciosa participación del bandoneón de Toledo, el dueto a toda orquesta de Méndez y Flores y el milongueado cuarteto de guitarras de Rudi, Rubio, Cosso y Guastavino, la presentación en sociedad del disco Cielo en Flor fue un verdadero acontecimiento, inolvidable y fugaz, familiar y trascendente, como ocurre con los momentos de plenitud y también con las canciones nuestras, esas que nos esperan en el banco de la plaza y de la nada nos abrazan, nos recuerdan quiénes somos y nos empujan a ir por nuestros sueños, sin olvidar el trozo de tierra que pisamos.

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