La historia al hombro

6 enero 2025 10 minutos
Redacción

No deja de ser una forma de desquite que el nombre y el apellido de los olvidados que vivieron escondidos de la mirada de los demás, ninguneados por sus patrones, sean los protagonistas del libro La fragua y el surco, una hendija por donde asomarnos a la historia de Entre Ríos desde 1854 hasta 1943, contada desde los intereses de la clase obrera.

Cuando el doctor en Historia Rodolfo Leyes recibió a Tekoha para la entrevista, tenía por delante la presentación del libro en Paraná y la idea de ir regando el territorio con actos por el estilo. Basavilbaso, Rosario del Tala, Santa Elena, Concordia, Gualeguaychú y Gualeguay figuraban en los márgenes de su agenda.

No se trataba sólo de difundir el material que acababa de ser publicado por Ediciones RyR, conformado por 9 capítulos dedicados “a los que luchan por el socialismo”: es que si la llama de La fragua y el surco pudo mantenerse encendida pese a vientos en contra y lloviznas recurrentes fue gracias a cientos de chispas, en pueblos perdidos y en ciudades prominentes, que produjeron un efecto en cadena y que ahora iluminan y hacen crepitar la historia de Entre Ríos.

Por primera vez, esos fueguitos de resistencia son parte de una panorámica, en la que los datos, los documentos y las fuentes no quedan huérfanos del análisis que los proyecta e integra.

“La fragua y el surco es un hito en mi carrera y un punto de llegada luego de años de investigación”, reconoce el autor, que convirtió las luchas obreras en una forma de entender las circunstancias del desarrollo entrerriano y también sus debilidades, en cuyo seno se erige el sentido asignado a la existencia humana y a la clase obrera en particular.

“Sentí la necesidad de sintetizar el trabajo de una década en un material al alcance de todo el mundo”, subraya.

Leyes creció al compás de la recuperada democracia argentina. Heredero de una tradición que encuentra en el objeto libro un referente inevitable, zurció una serie de papers, investigó hasta convertir los hilos sueltos en un paño y, con esos relatos, diseñó un monumento literario, en el sentido de una construcción simbólica potente, que seguramente tendrá diversos restellos, tanto en la producción propia como en la de otros investigadores entrerrianos.

—¿Qué implican esos contenidos para la historiografía local y argentina?

—A nivel provincial es una obra que ofrece un objeto que no fue tratado. Fue evitado o no despertó interés: no existían más que trabajos aislados. Había algo de Concepción del Uruguay, a cargo de Elisa Balsechi.

A nivel nacional, es un estudio que muestra la formación, las luchas y las transformaciones de la clase obrera en este territorio. Nos hemos acostumbrado a leer, estudiar e investigar desde la visión porteñocéntrica de la historia; creo que ahora se generará un diálogo nuevo.

La fragua y el surco tiene un recorte de tiempo amplio que permite visualizar una multiplicidad de procesos hasta el advenimiento del peronismo, tema que, dicho sea de paso, estoy investigando para a futuro presentar una continuidad.

—Muchas veces los investigadores se encuentran con sorpresas cuando indagan en documentos y comprueban que en los territorios hay evidencias para relatar de otro modo lo acontecido. ¿Te topaste con esa experiencia?

Sí, todo el tiempo. Una clásica es que la gente suele pensar que el movimiento obrero, previo al peronismo, estaba conformado por inmigrantes socialistas y anarquistas que querían la revolución. Sin embargo, era criollo, esencialmente argentino. Si bien tenía un peso de los extranjeros, esto no impedía que adhieran a ideologías de izquierda, es decir, no había un determinismo étnico ideológico.

Al indagar, aparecieron particularidades respecto a la relación entre lo criollo y los inmigrantes, los vestigios de las poblaciones negras libertas, el peso de los indígenas trasladados desde la Pampa Húmeda durante la Campaña del Desierto y la huelga más antigua de Argentina encontrada hasta ahora, en el saladero Santa Cándida de Urquiza a cargo de un contingente de trabajadores vascos.

—¿Qué aportes creés que produce La fragua y el surco a los debates presentes?

—Mi área de estudios es el mundo del trabajo: las transformaciones económicas, las pautas de organización, las luchas y la representación. Me sienta más cómodo llamarlo la historia de los trabajadores.

Como entrerriano, la fragua y el surco remite a nuestro himno provincial, a la Marcha de Entre Ríos. A medida que el trabajo avanza, me he preguntado cuál era la provincia Urquiza soñó. De hecho, la historia de malas condiciones de existencia y promesas incumplidas de los explotados suele ser omitida o minimizada.

En ese sentido, traté de ser lo más fiel posible. No buscaba una reivindicación de arranque, pero me interesaba documentar que la vida de los que debían trabajar para subsistir no era fácil.

Si bien era un contexto distinto, es una temática que trae debates al presente. La gente de ese entonces buscaba, bajo la idea de que el Estado tenía que salir de un montón de esferas de intervención y regulación. Era un mundo más violento, hasta sanguinario, lo que muestra que cuando no hay cierto control estatal o sindical, las condiciones de vida se vuelven terriblemente malas.

—¿Son historias inéditas o relecturas de hechos y situaciones ya abordadas?

—En buena medida, es nuevo. Arriesgaría que el 90 por ciento del libro son cosas que nadie leyó en otro lado. Está constituido por una reescritura de trabajos propios, porque es una síntesis de mi tesis de Licenciatura, que luego amplié para mi Doctorado en la Universidad de Buenos Aires.

—¿Podrías inscribir la historia de tu familia en algún apartado del libro?

—De hecho, sin querer, reconstruí parte de ella a través de la investigación. Buscando otras cosas, me encontré con que mi apellido estaba en la zona de Colón antes de la Revolución de Mayo, cuando el cura César Blas Pérez Colman hizo un censo para fundar la villa del Arroyo La China, actual Concepción del Uruguay.

Los Leyes vuelven a aparecer en las Invasiones Inglesas. Más tarde, en el libro El faro de la cuchilla, de Francisco Horacio Francou, se menciona a Silvestre Leyes, soldado de la Batalla de Caseros, que sería mi tataratatarabuelo; y, luego, en el cruce con los Noir, después con los Odiard, hasta llegar a Vicente Américo, mi abuelo, a quien conocí.

Como tantas otras familias, los Leyes se fueron de la provincia. Un día volvieron y la historia se hizo más contemporánea.

—¿Cómo se caracterizan los distintos períodos?

—Hay tres coyunturas bien claras. La primera de 1854 a 1890. Abarca desde la primera huelga de la que tenemos registro como hito de inicio de la clase trabajadora. En esa etapa comienza un proceso de expansión del sistema capitalista y, en paralelo, se produce un reordenamiento del Estado nacional y provincial; hasta la primera gran crisis del capitalismo, la llamada crisis del 90, que significa un quiebre de su proceso expansivo más fuerte.

La segunda de 1890 a 1920. Es un período de consolidación de las colonias agrícolas, en el que se detiene el crecimiento del ferrocarril y disminuyen las oleadas inmigratorias que va hasta la crisis de Quinquenio Rojo, las luchas obreras en Entre Ríos de 1917 a 1922, que se cierran a sangre y fuego, encabezadas por sectores civiles de la Liga Patriótica que tenía vínculo con el partido conservador, miembros del ejército argentino y la iglesia.

En ese contexto, la del 1º de mayo de 1921 no es una fecha más para la historia de Gualeguaychú y de Entre Ríos. Ese día grupos conservadores atacaron una manifestación de obreros reunidos en la plaza San Martín, por entonces llamada Independencia. Mataron a cinco e hirieron a más de treinta. Hubo algunos detenidos y una causa judicial, pero pocos resultados concretos.

El tercero desde los años 20 hasta 1943. Este es un recorte personal. Allí, se constituye un proceso de crisis de la economía agroexportadora y de desocupación sostenida que genera cambios a nivel demográfico. Esta era una provincia que expulsaba residentes; por eso, con el advenimiento de la inmigración, la población de Entre Ríos se compensó. El movimiento obrero se volvió cada vez más reformista y buscó en el Estado la fortaleza que no tenía estructuralmente.

En resumen, es el inicio, la maduración y la decadencia del capitalismo. En ese sentido, uno tiene que preguntarse en qué instancia está Entre Ríos.

—¿Qué puentes pueden trazarse entre los períodos investigados y el presente?

—No logramos romper con el hecho de tener una clase obrera pobre en una provincia rica.

Desde mediados de la década del 30, Entre Ríos es expulsora de mano de obra y eso no cambió. Si uno mira cuánto cobra un docente acá y uno en Santa Fe, la diferencia son 400 o 500 mil pesos. De este lado del río, se cobra alrededor de un 40 por ciento menos. Es un problema que tiene que ver con la estructura económica de una provincia que sigue siendo agroexportadora y no mucho más.

En cuanto al movimiento obrero, es completamente diferente. Hoy está súper burocratizado e integrado al sistema; los sindicatos prácticamente son oficinas donde se hacen trámites y nada más.

—¿En qué corriente se inscribe tu formación y producción?

—Soy materialista histórico. Mi formación historiográfica está vinculada al Centro de Estudios en Ciencias Sociales en relación a la organización, la razón y la revolución.

—¿Por qué caminos o personas accediste al Conicet?

—Mi vinculación empieza cuando estaba terminando la tesis de licenciatura; después tuve una beca doctoral durante 9 años en carácter de investigador asistente en el Instituto de Estudios Sociales de la ciudad de Paraná, que depende del Conicet y la Facultad de Ciencias Económicas. 

—¿La Historia es una disciplina activa en Entre Ríos? ¿Qué puede decirse de la publicación de materiales?

—Muy activa. La particularidad es que siempre se está haciendo historia en los pueblos con las herramientas con las que se cuenta. Siempre hay algún interesado.

Hasta hace cinco años, no existía en la provincia una historia académica. Los que hacían historia eran más bien amateurs, gente que tomaba el trabajo en sus manos y lo hacía en el tiempo que podía, con toda la seriedad.

Luego empezó un proceso de profesionalización, con metodología académica, cuya característica marca una diferencia en los tipos de producción. El trabajo de los aficionados en la materia es fundamental porque rescatan los archivos que nos permiten a quienes lo hacemos profesionalmente tener una visión más amplia y disponer de insumos que en otros lados no existen.

Recién hoy la academia se está acercando a tener el nivel de productividad y la voluntad de quienes tienen ganas de hacer historia.

—¿Qué panorama ves en torno a las fuentes documentales en la provincia?

—Es dispar la situación. Tenemos la intención de hacer una especie de catálogo para hacer un mapeo y digitalizar.

Estamos trabajando desde el INES en un rescate de fuentes entrerrianas. Cada cabecera departamental tiene una hemeroteca con material estadístico e informes de todo tipo, pero hay dos problemas: la dispersión territorial y la conservación.

En algunos sitios el estado de preservación es de bueno a muy bueno, catalogado y a disposición, en un contexto de digitalización creciente; y en otros no se puede siquiera tocar los materiales.

En pocas palabras

“Es el conjunto de personas que vive un tipo de relaciones sociales basadas en la venta de la fuerza de trabajo”, dice Rodolfo Leyes, cuando se le pregunta por la clase obrera, una categoría clave en su trabajo.

Anticipándose a la repregunta, añade que “la conformamos quienes vivimos de nuestro salario y vendemos tiempo a alguien que nos paga por hacer una tarea”.

El investigador habla como escribe: su expresión oral está repleta de homenajes a la tarea del lector, oficio que ejerce sistemáticamente.

De pronto, completa la idea. “Pero es la conciencia de ser parte de una clase lo que hace la diferencia, no la mera percepción de una retribución por el trabajo realizado”.

Entonces, concluye. “Construir ese grupo de personas es uno de los hechos más importantes de la historia de la humanidad; comienza con el sistema capitalista, que tiene más o menos 300 años y continúa en desarrollo”, observa, no sin especificar que “en nuestra zona comenzó hace unos 200 años y, con más claridad, hace aproximadamente 150, que es cuando inicia la historia que cuento en el libro”.

Puertos estratégicos

Si bien en sus orígenes la clase obrera entrerriana en general estaba ligada a labores rurales, en Concepción del Uruguay, Diamante y Paraná la vida estaba intensamente vinculada al puerto. “El trabajo allí era permanente y se crearon sindicatos más fuertes y estables”, cuenta Leyes. Como los puertos eran de exportación, esos trabajadores ejercían una posición estratégica: si hacían huelga impactaban en la economía de todo el territorio. “En los hechos, tenían en sus manos la capacidad de imponer mejores condiciones laborales para el conjunto”.

En el interior se acercaban al trabajo fundamentalmente en verano, durante la estiba. Lo mismo pasaba con los frigoríficos de Liebig, Santa Elena, Yeruá o Gualeguaychú que tenían un período de faena y luego de desocupación.

“Después tenemos los trabajadores con empleo permanente en tareas con mayor calificación, que son los pequeños talleres, el herrero o el panadero, que también tenían un peso significativo dentro de la clase trabajadora, ya sea por las luchas o el grado de organización”, comenta. “Vivían un poco mejor; igual que el caso de los ferroviarios, en Entre Ríos con un peso menor a otras provincias. Se los llamaba la aristocracia obrera. Como se ve, la clase obrera también estaba estratificada, como pasa en la actualidad”.

Expedicionario del tiempo

Si académicamente a Rodolfo Leyes le interesan los tiempos pretéritos, políticamente está interesado en los dilemas actuales. Así, la metodología aplicada a la Historia es un insumo central para construir una barca desde la cual remontar el río de las adversidades y pensarse como sujeto social.

De estas expediciones a lo que fue, participan también las artes y un abanico de ciencias humanas y sociales, con lugar para la filosofía, la política, la economía y la sociología.

Tekoha quiso saber si existe una relación entre esa galaxia libresca en la que Leyes se siente tan a gusto y su fotografiada experiencia aventurera de recorrer cursos de agua, desandar planicies y trepar montañas desde sus laderas a través de suaves zigzags.

“Intervienen varios factores, uno de ellos es el biográfico porque hasta la adolescencia fui a los scouts, en Colón, vivo a dos cuadras del río y cuando el Uruguay quiere mi casa se inunda, así que el vínculo con la naturaleza es un músculo en permanente actividad”, repasa mientras sonríe, como si se viera asaltado por un borbotón de anécdotas. “Con los años, he mantenido un grupo de amigos con el que compartimos ese nexo con la naturaleza, prodigiosa en Entre Ríos”, comparte.

“Sin enrolarme en una visión extrema, siento que el arraigo al paisaje deriva en formas locales de organización y percepción del mundo, a través de la cual se puede entender mejor al ser humano en relación al espacio que ocupa, pero teniendo en cuenta que lo determinante son las relaciones sociales de producción”, expone, al hacer notar que “el libro comienza con una capítulo titulado El territorio de nuestra historia, que es una somera descripción de la geografía entrerriana y que explica las maneras en que el capitalismo se realiza entre nosotros”.

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