Una historia de amor prohibida en la Buenos Aires del Virreinato es el pretexto elegido por Teatro el Bardo para poner en cartel un nuevo estreno. Se trata de El rastro de la canela, cuya autora original es la argentina Liliana Bodoc. La función será este domingo 23 a las 21, en la sala que está ubicada a metros de Cinco Esquinas.
Nadie tiene la receta, pero una estrategia para que las despedidas no se ahoguen en un mar de nostalgias puede consistir en hacerlas coincidir con rutilantes bienvenidas, que hagan florecer la esperanza de un mañana mejor. Esa parece ser la apuesta en la que se embarcó Teatro del Bardo: este domingo 23, a las 21, abrirá al público por última vez la sala de Av. Almafuerte 104 bis, para el estreno de El rastro de la canela, de Liliana Bodoc.
El equipo seguirá itinerante, como ya es costumbre, entre el diseño de espectáculos, la investigación teatral, la pedagogía y la construcción de circuitos alternativos de trabajo, con sus distintas líneas de acción y su particular manera de interactuar desde la cultura y la educación no formal.
Para cerrar este ciclo e inaugurar lo por venir, eligió adaptar este texto que es una novela realista en tanto los hechos ficticios que relata son verosímiles, pero también una novela histórica ya que refleja una época concreta y reconocible del pasado de nuestro país. Ambientada a principios del siglo XIX, en la Buenos Aires colonial, Bodoc tejió una historia de amor prohibido para poner el acento en la situación de la mujer y de los esclavos.
Una charla con la directora de la puesta y corresponsable de la adaptación, Valeria Folini, permitió conocer detalles de lo programado para que la velada dominguera sea al mismo tiempo un adiós y un hola.
–¿Cómo se encontraron con esta historia? ¿Qué los impactó?
–Dimos con ella gracias a una profesora, Trinidad Balbuena, que sigue y valora nuestro trabajo, tanto que lleva a sus estudiantes a ver las obras. Como se sabe, Teatro del Bardo tiene siempre una puerta abierta para abordar la educación desde otras sensibilidades.
Ella nos asesoró con una lista de textos que las y los estudiantes ven en la escuela secundaria. Entre esos, estaba este, El rastro de la canela, de Liliana Bodoc, una autora que nos parece imprescindible y que nos encantó al leer La sala de los confines, por ejemplo. Recuerdo que con un grupo de Santa Fe tuve la suerte de representar una obra basada en una novela suya, Presagio de carnaval. Así se fue construyendo una especie de fascinación hacia su obra.
Cuando apareció El rastro de la canela nos pareció importante contar esa historia, entre otras cosas, porque describe con hermosura cómo funcionaba el sistema de castas en la sociedad virreinal. Y como la palabra “casta” está muy en boga y vaciada de contenido, junto a otras como “anarquía”, nos pareció interesante compartir que la nuestra en sus orígenes fue una sociedad de castas, entre las que se distinguían los pueblos originarios, los criollos, los españoles, los esclavos; y dentro de cada uno de esos grupos las diferencias existentes.
–¿Cuál es el nudo de la historia?
–La historia de amor entre una joven aristócrata, Amanda Encinas, y Tobías Tatamuez, un mulato ilegítimo, hijo de una esclava y un amo, que es libre. Específicamente se desarrolla entre 1808 y 1813, en el reverso de la trama que conocemos como los hechos de la Revolución de Mayo, tal como lo contaron los manuales escolarizados.
El modo en que se entrelaza el vínculo permite abordar los conflictos sociales que planteaba aquella sociedad de castas y, por otro lado, nos habilita a pensar las implicancias de la frase “lo personal es político” y, entonces, la Revolución deja de ser un hecho de manual que se circunscribe a la iconografía del cabildo y los paraguas en la plaza, para encarnarse en la vida cotidiana de cada una de las personas que vivían en Buenos Aires.
Entre las variantes aparecen castas que apoyan a otra, en perjuicio de sí mismas, lo que nos devuelve a un presente que seguimos discutiendo. Estas metáforas de Bodoc son movilizantes: de qué manera la Revolución influyó en la vida de las personas y cómo esas gentes hicieron la Revolución de Mayo.
–¿De quién es la adaptación?
–De Walter Arosteguy y mía. En la puesta, Walter es el protagonista del unipersonal y yo tengo a cargo la dirección. La idea de la dramaturgia es que la historia se va contando a través de dos personajes narradores que van intercalando sus relatos: una vieja esclava, llamada María, y el mismísimo Tatamuez. De sus intervenciones van emergiendo los demás personajes de la historia.

–¿El estreno tiene un sabor especial?
–Para nosotros es muy significativo, por varias cosas. Ante todo, es el primer unipersonal de Walter, lo que para los actores y actrices de nuestro grupo es un momento importante. Por otro lado, es la última función que haremos en la sede actual, luego de seis años de sueños y de realizaciones compartidas. De manera que hacerlo con un estreno es una forma de agradecer y festejar este momento de quienes habitamos este espacio.
Será el aperitivo para una gira que haremos por siete ciudades de Colombia, llevando Antígona, la necia y El rastro de la canela para mostrarlas en varios festivales y en salas; allá también haremos talleres, seminarios, conferencias, presentaciones de libros, clínicas de dramaturgia y dirección para grupos colombianos.
La vida continúa. Y que sea teatro.
FICHA ARTÍSTICA
Dramaturgia: Walter Arosteguy y Valeria Folini
Actuación: W. Arosteguy
Dirección: V. Folini
Vestuario: Reina Heels
Objetos: Edgardo Lara
Máscara: Tovio Velozo
Iluminación: Gabriela Trevisani
Voces: Julia Bendersky y Manuel del Rey Rodríguez