Todo cuidado es político

10 marzo 2025 7 minutos
Redacción

Un ejercicio de memoria saludable resulta ser la lectura de Mujeres en marcha, el libro que Sara Liponetzky le dedica a la lucha social que derivó en la jubilación del ama de casa en Entre Ríos, cuando la democracia daba sus primeros pasos. La crónica, repleta de testimonios, permite asomarnos a una atmósfera política singular, con espacio para tender puentes hacia el presente.

Antes de que las semillas fecundacen e hicieran mover los cimientos recientes de la cultura, a mediados de los ‘80 una experiencia entrerriana delineó una agenda de protagonismo para el sujeto político que en la Argentina recién pudo votar en las elecciones del 11 de noviembre de 1951.

El libro Mujeres en marcha rescata y proyecta la experiencia social de la jubilación del ama de casa, la punta de un iceberg sustentado por un programa que hoy sin dudas se inscribiría en las políticas de género.

La proclama de que quien se ocupa de las tareas del hogar merece un reconocimiento económico por la tarea es una de las tantas acciones institucionales que buscaron achicar las desigualdades entre hombres y mujeres.

La demanda surgía de la propia realidad. Muchas mujeres, dedicadas de por vida a las labores de cuidado de su familia, quedaban huérfanas de toda protección cuando fallecía el esposo, al que la comunidad le asignó el papel de generar los principales ingresos hogareños.

Desde la academia, estudiosas de distintos países explicaron que la labor de las amas de casa era la contracara del trabajo asalariado. No hay organización social posible sin unas y otros. Así, la idea tradicional de familia era parte de una cultura que le permitía al sistema económico reproducirse y abaratar costos, al convencer a las mujeres y a los varones de que las tareas de cuidado debían de ser gratuitas, en virtud de que eran propias de la “naturaleza” femenina.

Cuarenta años atrás, con coraje, mujeres de toda la provincia salieron de su casas y llenaron de consignas urgentes las calles, sin los actuales niveles de complejidad de la conceptualización feminista, pero animadas por aquello de que donde existe una necesidad, nace un derecho.

Una de sus promotoras fue Sara Liponezky. A la abogada, la lucha desde el colectivo de mujeres la incorporó a la escena política. Desde entonces se desempeñó como funcionaria en distintos cargos y llegó a ser diputada nacional.

Mientras aguarda la presentación oficial del libro Mujeres en marcha, le hizo un momento a la charla con Tekoha.

¿Cómo surgió este libro?

Es una idea que tenía en mi cabeza hace tiempo. Hubo distintas personas que me alentaron señalándome la importancia de dejar registro de una causa formidable e inédita como esta en Entre Ríos. En verdad, la partida de Jorge Busti, un actor relevante en esta historia, tuvo en mí efecto interpelativo para abordar este libro.

¿Por qué el título Mujeres en marcha?

Barajamos varios títulos con Valentina Miglione, la joven que, laboriosa y entusiastamente desde la Editorial Municipal, me ayudó a estructurarlo. Finalmente, nos pareció que el elegido es una buena síntesis de lo que fue y de lo que sigue siendo el movimiento imparable de las mujeres para defender la plenitud de sus derechos y, con ello, bregar por una humanidad mejor.

A modo de anticipar al lector, ¿nos podés contar cómo es la organización interna de la obra?

Comienza con un prólogo del escritor Roberto Romani que, además de enorme juglar entrerriano, es una gran persona y un amigo que me enorgullece.

La historia en sí arranca con la descripción de una fiesta: la entrega de los primeros beneficios para las amas de casa en el patio de la Casa de Gobierno. Los capítulos siguientes relatan cómo fue la convocatoria y la organización de esas mujeres, a través del Sindicato, en todo el territorio provincial. En esa dinámica, describo el proceso de aprendizaje de prácticas colectivas para promover el proyecto de Ley de Jubilación en la comunidad, ante los legisladores y en los medios, en un contexto de emergencia de lideresas.

Tiene la particularidad de estar escrita en primera persona del plural.

Desde el formato literario, diría que no es nada convencional. Está escrita casi siempre en primera persona del plural, otras ineludiblemente desde lo personal. Contiene reflexiones, algunas comparaciones inevitables con esta actualidad tan regresiva con respecto a los derechos conquistados. Está cargada de anécdotas y unos pocos testimonios de gran valor brindados por dos mujeres que compartieron el sueño emancipatorio y dos hijas de otras que ya partieron, son vivencias de lo que hicieron sus madres. Como dice una canción que me gusta: ”todo está grabado en la memoria”. La del corazón y la razón de quien escribe.

Las fotos que conservo de reuniones, marchas y sesiones de Diputados sirvieron de apoyo y varias están en el libro porque son muy elocuentes. Hay menciones insoslayables y de toda justicia a las delegadas que en cada ciudad sostuvieron la epopeya, a algunos aliados en el plano legislativo que fueron decisivos y, por primera vez quizás en toda mi exposición pública, un agradecimiento especial a mi familia. De verdad, hubiera sido imposible asumir esa batalla sin contar con su apoyo, su generosidad y su energía.  La referencia a Eva Perón como pionera en valorar un reconocimiento al trabajo de las amas de casa está explícita.

Destacás la figura de Jorge Busti, ex gobernador de nuestra provincia. ¿Qué representa?

Sí. Lo destaco fundamentalmente en el capítulo “El encuentro con Jorge Busti”, quien merecía un apartado especial por varios motivos. Hasta ese momento, nuestra prédica recibía solo oposición y hasta ridiculización por parte del gobierno radical y de su mayoría legislativa. Desde el punto de vista logístico, la lucha fue un tejido artesanal sin recursos, sostenido por la pasión, la idea y una voluntad infinita.

En Busti encontramos un interlocutor político, un hombre cabalmente peronista en su valoración de la justicia social, perceptivo y resuelto a la hora de concretar medidas compensatorias desde el Estado. El entonces gobernador advirtió la potencialidad de nuestra causa, asumió el compromiso de impulsar el proyecto y, pese a alguna resistencia de propios y extraños, cumplió. Fue un tremendo aliciente, un punto de inflexión, cuando la utopía empezó a cobrar realidad.

¿Cómo fueron esas mujeres sensibilizándose con su labor cotidiana y empapándose en la causa como fenómeno político y social?

El empoderamiento no fue una cuestión abstracta, sino que esas protagonistas sin antecedentes de militancia política ni gremial lo concretaron al tomar conciencia de su condición de trabajadoras, al explorar los caminos institucionales necesarios, al defender y difundir esa convicción, desde el espacio solitario del hogar hasta los espacios de lucha compartida.

Cabe destacar que ello se dio en un período histórico, en 1985, cuando las reivindicaciones feministas y las organizaciones impulsoras estaban apenas en la teoría. 

En Mujeres en marcha también me dediqué a dar cuenta de las acciones que pudimos emprender desde la primera Subsecretaría de la Mujer de la provincia. Fue una propuesta del Sindicato en la que participaron varias de nuestras compañeras y que plantó mojones mediante un programa institucional de prevención y atención de la violencia doméstica con un equipo interdisciplinario de profesionales y la apertura de un hogar refugio de 24 horas: la Casa de la Mujer.

Asimismo, se trataron otras temáticas como la capacitación para la inserción de las mujeres en los asuntos públicos y otras cuestiones que entonces no tenían presencia en la agenda común. Allí también se puso en evidencia la mística y el compromiso de nuestras nuevas dirigentes, quienes nos representaron airosamente en los diferentes territorios.

Parece un germen cultural provincial que dio frutos décadas después a escala nacional…

Eso creemos. En una sociedad donde el trabajo de las mujeres al cuidado de la familia y la organización doméstica no se registra en los datos de la economía, aquello fue francamente disruptivo para la época.

Para avanzar hay que armar desde la base, procurar internalizar en las mismas mujeres su condición de trabajadoras, revirtiendo esa subestimación de origen que solía expresarse ante una censista: “no trabajo, soy ama de casa”.

Una creencia instalada en la inteligencia colectiva, una obviedad sin discusión. Eso fue un formidable disparador para su autoestima, su crecimiento personal al conocer derechos, un nuevo protagonismo social, un despertar de capacidades desconocidas, una irrupción inaugural en el espacio público. Fue la primera vez que se hicieron visibles  para la consideración social, las tareas de cuidado.

Hace un rato decías que te sentiste motivada por tu entorno cercano para darle rienda suelta a esta historia. ¿Cuál fue el impulso último que te llevó a concretarla?

Lo cierto es que comencé a darle forma a la escritura al final de la pandemia. Estábamos hipersensibles a nivel colectivo y la memoria me traía imágenes conmovedoras. Intenté avanzar sin que la emoción me aflojara y en ese tiempo me alentaron mucho Charito Mentasti, hermana del alma que nos dejó, y Claudio Cañete, con su afecto y sus conocimientos.

Nunca imaginé que regresaríamos a un tiempo de negación y devaluación de derechos que creíamos consolidados. Puntualmente, se ha negado la legitimidad de un beneficio jubilatorio para las y los compatriotas que por circunstancias ajenas a su voluntad no acreditaron aportes al sistema. Entre esas víctimas, obviamente, están las amas de casa.

Hay un tiempo para alcanzar derechos y otros para resistir los embates…

Hay una prédica y acción misógina en el desarme de políticas de género. Con la demonización del Estado y su progresiva ausencia rige una política de impiadoso descarte hacia sectores que requieren de su acompañamiento.

Sinceramente, no deseaba que esta historia estuviera tan vigente porque vuelve a ser un desafío ante poderosas resistencias defender reivindicaciones y reparar asimetrías injustas que nos remiten a épocas oscuras de nuestro pasado reciente.

Es importante, además, reafirmar desde una experiencia real el valor de las obras compartidas, para mí el único camino para concretar proyectos que trascienden un interés particular. Hoy asistimos a una veneración del individualismo y un desprecio sistemático a la comunidad como espacio de realización.

Al final del libro hay un reconocimiento a esa extraordinaria y potente marea que generaron las mujeres organizadas con vocación de equidad en distintas latitudes. Particularmente, en Argentina con fuerte vitalidad. Siempre cuestiono esa parcialidad de la historia escolar que enfatiza las fechas y descuida los procesos que conducen a grandes sucesos. No adolezco de manía fundacional.

En mi militancia trato de rescatar los legados y darles consistencia del modo más digno. Con el mismo criterio, celebro la continuidad luminosa de antiguas y siempre vigentes luchas encarnadas en otras argentinas que, a pesar del hostigamiento, la negación y el agravio, siguen bregando por una convivencia más equitativa y saludable. En ese devenir nos estimulan ciertos logros como la incorporación del Art. 17 a nuestra constitución reformada en 2008 y la Ley de Paridad de Género.

Para concluir, estoy convencida de que el patrimonio más importante de nuestra vida es esa maravillosa e invalorable “gente necesaria”, como dijo el poeta Hamlet Lima Quintana, que Dios, el destino y nuestro andar nos puso en el camino. Me siento agradecida a ellas y ellos, por eso no podía quedar pendiente este homenaje indispensable.

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