Una ecuación que integra la serenidad silvestre, la mansa nobleza de un río Paraná multidimensional, un territorio ondulado lleno de secretos y la convivencia armónica del monte nativo y el paisaje ribereño convierte a General Alvear en un atractivo para los que tienen a la tranquilidad en alta estima. Este punto en el mapa de las colonias alemanas sería un paraíso si tuviera una infraestructura de servicios a tono con su potencialidad.
Desde Paraná o Diamante, los viajeros no terminan de acomodarse en los vehículos cuando se topan con la cartelería que indica que hay que desviar hacia el oeste para llegar a General Alvear.
Hace un siglo y medio, por estos caminos polvorientos, difíciles de sortear del modo convencional en días de lluvia, marchó la esperanza y la melancolía de un grupo de inmigrantes llegados de Rusia. Con el tiempo, el ímpetu de las tradiciones católicas y protestantes, el afán por el trabajo y el deseo de mantenerse reunidos contra toda adversidad, constituyeron lo que se conoce como las aldeas de los alemanes del Volga.
Esa parte de la rica historia de la también conocida como Puerto Alvear, está soterrada, invisible para la experiencia incauta de quienes llegan hasta aquí en busca de descanso reparador.

Como se sabe, los alemanes del Volga llenaron de progreso una amplia región de Entre Ríos. Algunas comunidades se desarrollaron más que otras, por cierto; y, en esa dinámica, Alvear fue perdiendo protagonismo estratégico. Hoy, es un enclave donde predominan los emprendimientos inmobiliarios familiares, generalmente de paranaenses y diamantinos, que añoran este entorno no contaminado de cemento y bullicio citadino.
Lo que se disfruta desde un primer momento del viaje hacia Alvear es de la variedad de paisajes. Próxima a la ruta 11, se desliza una planicie en bucles, dedicada a la producción de insumos alimenticios vegetales y animales. En sus crestas y sus valles se adivinan los sonidos de un verde esforzado de sol a sol. Cerca del núcleo poblado, las unidades productivas son más pequeñas y las actividades son más propias de una chacra; al alejarse del pueblo, los campos ganan en superficie y la presencia humana se insinúa en máquinas solitarias que levantan un raro polvillo en el horizonte.
Mientras se busca el río, las parcelas productivas empiezan a mezclarse con áreas donde la flora se espesa, toma altura y se tiñe de un agreste intenso. De pronto se asoman los ramilletes de cabañas o casas de fin de semana, rodeadas de la majestuosidad natural de un monte que esconde galerías tenuemente iluminadas y el canturreo incesante de aves que por momentos conviven y al rato nomás guerrean, con los huevos y pichones como patrón de ataque y defensa.



Panorámica
Al utilizar las ondulaciones como trampolín, el terreno busca llenarse los dedos de nubes y, en el borde el Paraná, dibuja barrancas de hasta 50 metros. El río, desde lo alto, es una ceremonia multicolor, pluriforme, una galería pictórica siempre cambiante, que no cabe en la mirada incluso cuando se extasía. Entonces, el afuera se filtra desde una sonoridad vacía de bocinazos y ruido de motores a explosión, hasta que la vanidad humana ya no tiene razón de ser y el susurro entre las ramas aplaca la insensatez.
Desde esa terraza, hay senderos fabricados por quienes sucumbieron a la tentación de ver de cerca la maravilla fluvial. Después de recuperar el ritmo cardíaco, se llega a la costa. El agua no cesa en desgastar la orilla, con paciencia ancestral, mientras los ojos se llenan de una inmensidad islera. Una barcaza, cuya silueta apenas se vislumbraba hace un rato, pasea sin saludar su ancho peregrinar hacia los puertos del sur. Más allá, parte una lancha pescadora, envidia de esta otra canoa que va al río en procura de la subsistencia.
No se encuentran miradores públicos en los recorridos ribereños, pese a la cantidad respetable de voluntariosos caminantes que se advierten. Es una pena porque la inversión es mínima y el aporte, sustancial. Tampoco hay áreas de servicio ni indicaciones que guíen a los senderistas. Los secretos sobre cómo llegar viven en la mochila de los baqueanos y de quienes tienen alguna antigüedad como visitantes.

Durante la recorrida, se alcanzaron a contar siete bajadas al río que podrían estar integradas a un borde costero, con sectores de sombra para asadores y para matear.
En fin, lo que se encuentra en General Alvear en materia de dispositivos de acceso, circulación y disfrute es porque lo hizo un propietario o un grupo de ellos. La iniciativa de los particulares es valorable, pero hay aspectos que son de interés común y deben responder a una planificación de conjunto.
Presente y futuro
Tres problemas han aparecido en el contacto con los lugareños. Uno de ellos son los accesos, ambos de suelo natural. El estado de los caminos, la presencia invasiva de la tierra o la broza, obliga a que se los debe recorrer a una velocidad mínima. De hecho, llegar hasta el río desde la ruta 11 puede insumir tanto tiempo como el traslado desde Paraná o Diamante.
Otro inconveniente es el efecto nocivo de las lluvias sobre la transitabilidad de la red vial, lo que suele aislar a las residencias, estén separadas o no del núcleo poblacional. No poder salir de sus casas genera trastornos de todo tipo a los adultos que deben concurrir a un turno médico, a los jóvenes con sus motos de baja cilindrada para ir al trabajo y a los niños con su uniforme escolar.

El tercer trastorno aparecido en charlas ocasionales mantenidas en Alvear es el servicio de agua potable, deficiente a tal punto que la mitad de las unidades habitacionales existentes ha tenido que pensar en cómo afrontar sus propias perforaciones en busca de agua salada y proveerse de la dulce con botellones comerciales. En el pueblo hay en funcionamiento siete pozos semisurgentes y, si bien se han registrado mejoras en la infraestructura de bombeo y distribución, las quejas se suceden, a veces por la presión y otras directamente por la calidad del fluido.
Un dato a tener en cuenta es que el núcleo de pobladores está en franco crecimiento. Probablemente, el número de residentes temporarios (provenientes de Valle María, Diamante, provincia de Buenos Aires, Paraná o Rosario) sea similar al de quienes viven de lunes a lunes en Alvear.
Desde el punto de vista institucional, Alvear está estrenando su estatus de Comuna. El gobierno local involucra también a una población cercana. Por eso formalmente se llama Pueblo Nuevo General Alvear y San Francisco. La actual es una oportunidad fantástica para que las autoridades gestionen de manera tal que los ciudadanos accedan a derechos tan elementales como el agua, disfruten de una naturaleza defendida como patrimonio común y encuentren un motor económico que la vuelva sustentable.
En ese sentido, es de esperar que, paso a paso, los vecinos se vayan organizando para que el gobierno local integre los esfuerzos individuales a una estrategia de crecimiento y consolidación que le permita a General Alvear convertirse en un enclave turístico con la infraestructura mínima que reclaman tanto residentes como visitantes.