Por una vueltita más

11 marzo 2025 4 minutos
Víctor Fleitas

Tan emotiva como divertida, la obra Vida y vuelta aprovecha la excusa de un balance existencial para llamarnos la atención sobre cómo estamos afrontando eso que llamamos vivir. Celebrada por el público, la desacartonada propuesta es una delicada exhibición de lo que el teatro de Paraná puede generar.

Curiosa habilidad la de unos artistas que, casi sin usar palabras, cuentan una historia compleja, contagian una sonrisa poco usada de lunes a lunes, emocionan y hacen que los asistentes se retiren con la bolsa llena de ganas de comentar que vieron una obra de teatro fabulosa.

La observación se corresponde con la experiencia de haber disfrutado de Vida y vuelta, la obra que la Compañía Teastral puso en escena el sábado 1 de marzo en la Biblioteca Popular Caminantes, en Paraná, en el marco del ciclo “El Teatro Argentino celebra su público”.

Un rato antes, una platea desbordada de vecinos que se olvidaron la edad que registraban sus documentos, se volvieron niños divertidos, dejándose llevar por la actuación de Paula Righelato y Ezequiel Caridad, convertidos en los payasos Patota y Manso, respectivamente.

En apariencia, Vida y vuelta es la retrospectiva de dos bufones adorables que han desandado una aventura compartida y que, pese a los contratiempos y sinsabores, si de ellos dependiera, darían un empujoncito más a la pesada calesita vital. Pero, por fuera de los detalles puntillosos, la obra puede estar representando también a los que cada día afrontan el desafío de caracterizar un personaje para sobrevivir en una sociedad inhóspita, a quienes no les queda otra opción que hacer equilibrio entre situaciones que los superan o a los tantos que en el cordón de las oportunidades se la pasan haciendo dedo para llegar a un lugar mejor. También para ellos, el más conveniente programa puede ser emprender en racimo, en buena compañía, disfrutando de los momentos, riendo a tiempo y a destiempo, bailando aunque no se tenga talento ni gracia, compartiendo, forjando recuerdos que en el porvenir valgan la pena volver a visitar.

Méritos

La historia que se cuenta, la estrategia narrativa elegida con los valles y las crestas típicas del oficio del clown, las técnicas utilizadas, la destreza de los actores en el dominio del cuerpo y el espacio y la interacción con el público, tan propia de la tradición del teatro callejero, lograron que la plantea se ausentara del aquí y ahora, y accediera a flotar con una dicha de entrecasa en la burbuja de sentido producida.

Ayudado por un dispositivo escenográfico dispuesto como un tríptico giratorio (del que brincan los objetos más disparatados) y por la dinámica breve del sketch a la hora de contar, el relato se sostiene con agilidad de las clinas de una picardía inocente que empuja al destinatario a imaginar porque, salvo al comienzo y a poco de llegar, la acción se sostiene en la pureza sugerente de los gestos.

El desenlace subvierte el carrusel de situaciones graciosas y le da vuelo a la obra, con una cepa dramática que seguramente resonará distinta conforme la fecha de nacimiento de los espectadores, pero que en todos los casos llama la atención sobre la necesidad de enfocarse en ir con nobleza detrás de esos sueños que nos mantienen vivos, dado que la expedición después de todo no durará más que un suspiro.

La lupa

Además del timing de Righelato y Caridad, de su sentido del trabajo en equipo, del oficio de ambos para entender la alternancia del partenaire y el protagonista en un dueto, merece destacarse el ritmo sostenido de la narración: ese vértigo moderado, presente en muchos de los juegos infantiles, ayuda a recrear el frenesí de un espacio lúdico sin tiempos muertos, fantástico, en el que la risa va uniendo los fragmentos con el donaire de un prestidigitador maduro.

En distintas ocasiones, los artistas reconocieron al autor de la música original, Julián Dal Coletto. Y es justo porque las inserciones sonoras son claves para ayudar a crear los climas.

También fue destacado que en la construcción colectiva de la obra participaron activamente los codirectores, la cordobesa Julieta Daga y el paranaense Leandro Bogado, presentes aquella noche en la sede de Gobernador Antelo 1345, un panal comunitario, luminoso de actividades y propuestas.

Si no fuera que Vida y vuelta ha sido representada en una constelación de espacios diversos con el mismo suceso, se estaría tentado a pensar que la obra está hecha a la medida de la Biblioteca Popular que la cobijó, que esa noche de sábado las dos se encontraron frente a frente y que, al escucharse, al compartir experiencias, comprendieron que la cosa era por ahí, que la salida es justo por ese lado.

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