Escritor, editor, docente e investigador, Ferny Kosiak es parte del paisaje cultural de una Paraná que lo abrazó como residente hace ya varios años. Inquieto y metódico en partes iguales, repasa los núcleos que caracterizan su desempeño público, vinculado a la promoción de la lectura, el apoyo a los escritores y el desarrollo de una obra prolífica, en la que aún no piensa en términos retrospectivos.
Con unas agujas, un bastidor y retazos de tela, Ferny Kosiak ha desarrollado cierta destreza para enfrentar las vicisitudes de la vida. Las artes son los hilos a disposición. Los ovillitos de lana de distinto color y textura que tienen reservado un lugar en la caja ordenadora provienen de la fotografía, la danza, el canto, la apasionante dimensión de la edición, la fantástica lectura y la escritura, del humor al terror, de la poesía a la narrativa y el ensayo.
Con un apellido que empieza por el fin, en el medio juega, nunca capicúa, con la aversión a repetirse a sí mismo. Artista de provincias, desde los márgenes de lo hegemónico ha aprendido que para gestar hay que ser un facilitador, un posibilitador de escenarios pero también un insistente.
La comunicación llana como bandera le ayuda a desovillar los enredos heteronormativos, a desnudar reyes, desajustar el corset, tomar aire, escribir.
Una tarde de mayo propuso que su casa sea el espacio para la entrevista con Tekoha. Es un refugio hecho de trabajo, descanso y disfrute, de estudio, de investigación, donde los planetas y satélites que lo habitan guardan respetuosamente su sitio ambulante.
Mientras una gata sigilosa controla que la galaxia suceda, Kosiak enhebra con palabras una búsqueda que se borda en devenires. Es parte de un mundo en movimiento, pero si pudiéramos detenerlo, el fotograma dejaría en evidencia la pulcritud del anfitrión, el privilegio del detalle, el imperio de lo minúsculo.

Minucioso, estudia a los visitantes y ejerce una educada resistencia a que se inmiscuyan más allá de determinada línea de defensa. Parece una persona de contacto, de las que ejercen un honesto interés por los otros, que no hace oído sordo; a la vez es desafiante, atrevido, catártico, entretenido, contemporáneo, cosmopolita, drag, aunque él se asuma como un trabajador más que dedica el resto del tiempo a buscar en lo pretérito el origen de la cinta de moebius.
“No puedo” es la expresión prohibida en el diccionario Kosiak, profesor de Lengua y Literatura, Técnico en Comunicación Social, responsable de Camalote, ex director de la Editorial de Entre Ríos.
Se somete al ritual periodístico como quien juega al truco, sin anticipar jugadas, como si resguardara los hilvanes del acto de magia.
Al final de los intercambios le pondrá precio a su noción del tiempo compartido: una foto junto a la mascota felina que, sin expresar incomodidad ni insatisfacción, mirará por un instante a la lente como si quisiera decir: este también es Ferny Kosiak.
—¿Qué experiencia de gestión podés volcar a nuevos proyectos?
—El trato. Una persona que conduce tiene que tener un buen trato con la gente, fundamentalmente con la que tiene a su cargo, desde el que limpia y ordena hasta el que se encarga de cortar una entrada.
Cuando trabajé en la Editorial de Entre Ríos me dediqué a caminar los espacios, preguntar, conocer, saber cómo se hace. No soy de quedarme de brazos cruzados o con los planes, sino de ir a meter mano, a involucrarme con las personas y los proyectos.
Por un lado, hay un saber que portan quienes revistan en un lugar determinado al que está bueno acceder. Pero además, a los temas hay que seguirlos a un paso de distancia para que no se pierdan en el enjambre de la diaria. Muchos programas que incluso pueden ser buenos fracasan porque las personas a cargo se encierran y no se abren al diálogo.

—Al de gestor, aparecen vinculados otros dos papeles: el de escritor prolífico y el de editor. Para ambas tenés desarrollada esa fórmula de comunicación horizontal.
—La escritura la desarrollé desde la infancia. De niño solía hacer revistas, diseñar tapas, crear cuentos. Era parte del mundo mío. Me divertía hacerlo. Con la literatura en general comencé leyendo clásicos que me regalaba mi tía Popi.
Más tarde, publiqué novelas, más que nada con editoriales de Buenos Aires.
A pesar de que es algo pasajero, fue un gusto grande obtener el premio Fray Mocho con la obra teatral La bondad de los extraños. Si bien, hay que decir, el género del teatro no es el que goza de mayor prestigio en el marco de este galardón.
Como escritor pruebo nuevos desafíos. Hace poco empecé a escribir una columna que se llama Arqueología de papel para la revista Barriletes y también volví a escribir para Análisis sobre personalidades de la cultura entrerriana de los últimos 40 años.
Durante mucho tiempo me dediqué a revisar bibliotecas populares en localidades a las que visitaba. En esos años me dejaron pasar, me guiaron. Encontré personas de lo más amable que hay. Y pequeños tesoros en libros inéditos guardados que están macerando para quizás en algún momento ver la luz.
Además de bailar, canté durante muchos años en coros. Ahí aprendí sobre el ritmo. Es algo que incorporo en mi poesía. Esa música y ese decir poético se me suelen colar cuando escribo otros géneros y me parece que es algo bello, que queda bien, lima la aristas de una narrativa dura. La división entre géneros es necesaria como guía pero es en los cruces donde aparecen cosas bellas y nuevas.


—¿Lector voraz?
—Tanto antes como ahora he leído y sigo leyendo lo que me llame la atención, sea del género que sea.
—¿Tu familia era lectora?
—Mis viejos son enfermeros. Recuerdo verlos en la cama leyendo. Es una postal inspiradora. En casa todo era con esfuerzo. Éramos una familia pobre, sin embargo a mis hermanos nos compraban libros, la Billiken, la Anteojitos. Una tía abuela me regalaba textos clásicos universales, lo cual animó aún más mis ganas de leer.
Siempre quise ser periodista hasta que me di cuenta de que no era lo que realmente me gustaba. Fui ayudante de cátedra en Villa Libertador, así que entonces me picó el bicho de la docencia. Me recibí de Técnico en Comunicación Social. Ahora voy por la Licenciatura.
—¿Qué es escribir en la Argentina?
—La profesionalización de la escritura que pudo haber habido a principios y mediados del siglo XX no existe para el común de las personas. Sólo un puñado vive de las letras.
Pero los que escribimos desde los bordes porque somos del interior, porque no somos masivos, porque elegimos temáticas o géneros por fuera del canon actual, nos ganamos la vida de otra manera. En ese contexto, dedicarnos a la literatura es parte de nuestra esfera del goce, del disfrute.
Escribir entonces es algo que sucede en los ratitos libres, entre una y otra ocupación. Y si la agenda viene cargada, anoto donde pueda las ideas o disparadores para un cuento o poema hasta que pueda sentarme ante la computadora.
—¿En tus publicaciones encontrás puntos de contacto o sentís que responden a momentos particulares de la vida?
—Hay una diversidad. En mis cuentos encuentro una varieté que oscila del humor al terror. Mis novelas forman una trilogía: las publicadas en Buenos Aires son de contenido lgtb, con el foco puesto en el erotismo. Eso era lo que buscaban las editoriales.
En cuanto a la poesía están, por un lado, las referidas a la familia, los amores, la melancolía y, por otro lado, la escritura para hacer reír, más disruptiva. En este último caso he recibido comentarios del estilo “no sabía que la poesía podía causar esto”.
Creo que una parte de mi estilo va hacia la provocación de la risa. Es algo que está muy presente en mi cotidianidad. Algo que siento muy mío.
También puja la formación académica y de lector que he tenido y entonces la risa se diluye un poco hacia otras estéticas.
A los poemas los he puesto a prueba en la oralidad, por la síntesis y el tempo. Hay una economía que debe resolverse adecuadamente, con eficacia. Por eso me gusta compartirlos al modo oral y retocarlos.
Comenzó en la época de emergencia de los slam de poesía en Paraná. Allí con la lectura de poemas propios me puse como premisa hacer reír. Y resultó.

—En la región parece haber una cantidad enorme de editores, una primavera de publicaciones.
—Hubo épocas en donde la ciudad tuvo muchas editoriales como en los 50s, que se forjaban de manera independiente, como respuesta a quien se iba a publicar a Capital Federal. No obstante sí, el boom de los sellos fue a inicios de este siglo.
En mi experiencia, fundamos una editorial con una amiga, otra con otro amigo. En 2018 lancé Camalote. Corrijo, maqueto, diseño con herramientas limitadas, pero aprendo y aplico.
El año pasado creé Monte, un servicio editorial, y debo decir que hay demanda. En general buscan cumplir el sueño de la vida, como es el caso de Susana Reviriego, una docente jubilada que ahorró pesito por pesito toda su vida para finalmente publicar su libro. Logró hacerlo con una presentación al estilo de la vieja escuela, haciendo del evento una verdadera fiesta, con champagne. Se fue feliz.
—¿El editor es un buscador de talentos? ¿Tiene entre sus roles el de mejorar la escritura?
—El buen editor sí. Se nota cuando no hay lectura o corrección del texto, en los detalles y en lo medular. Me meto muchísimo y siempre con respeto. Recomiendo todo lo que se puede mejorar o potenciar desde la experiencia de lector y de crítico literario.
Resulta imprescindible explorar y encontrar un criterio estético lo más bello posible. Creo en la comunidad del arte, en los vasos comunicantes que se despliegan entre quienes aman la escritura, la fotografía, la danza, el canto. Esa existencia en racimo nos ayuda a sobrellevar los momentos duros a los que hacemos las cosas de manera autosustentada: es el clima para que brote la generosidad inesperada, el gesto desinteresado.
Una ventaja es que a mí no me interesa sostener máscaras, soy demasiado transparente, soy el mismo mal hablado con mis amigos en un bar que dando clases.
—¿Sos obsesivo con tus textos?
—No, no me definiría así. Una vez publicados los dejo ser. Cuando me siento a escribir, en general lo hago con una idea bastante clara en la cabeza. Los materiales suelo compartirlos con algunas personas para que me den una devolución.
Con los textos ajenos soy más obsesivo, sí, porque puedo tomar una distancia objetiva con el texto.
En ese sentido, siento que la poesía es lo que menos me demanda atención. Soy más libre. Fluye. La dejo ser.
En narrativa, en cambio, si hay un error de lógica hay algo que falla claramente. Te obliga a ser puntilloso, hilar más fino.

—¿Tenés una ecuación para formar lectores en el siglo XXI?
—Hay un concepto en auge con el que discrepo referido a que todos leemos mucho todos los días por estar presentes en las redes sociales. Eso no es lo mismo que la lectura literaria.
Leer en términos literarios necesita inevitablemente de una inmersión. Son modos de lectura distintos.
Estamos ante un cambio de paradigma político y social. Con los cuentos infantiles de la tradición oral está pasando algo. Con la actualización de estos clásicos hay un intento por romper estereotipos.
Es vital este proceso sin pasarse a la hipercorrección política. Ser conscientes de que las obras se publicaron en un contexto cultural y en todo caso marcar esa emergencia de los entornos en lo producido.
En estas circunstancias, para formar lectores hay que pensar en los intereses del lector, privilegiándolos. A mis alumnos de secundaria a principio de año les pregunto qué quieren que leamos. Algunos años las respuestas son mejores que otras y con esa sustancia me voy moviendo. Los programas curriculares son flexibles y hay que aprovecharlos. Las herramientas están servidas.
—Con respecto al cruce entre identidades y derechos, ¿se mantienen estas discusiones en los espacios de trabajo?
—Para quienes pensamos en bibliodiversidad y editoriales que atienden otro tipo de lectores es un error pensar que todos piensan como nosotros. Ese fue uno de nuestros errores: después de algunas batallas ganadas, no haber notado la cantidad de fachos que nos rodeaban. Y los deseos de venganza que los animaban.
No podemos conformarnos con tener un mundo ideal en un estante lleno de libros que contradicen la heteronormatividad y al mismo tiempo no espantarnos porque golpean a un jubilado que se manifiesta en las calles. Hay una continua tensión con la realidad social. Es un desafío.
—En la vida cotidiana, ¿te sentís más cómodo añorando el pasado, viviendo el presente o proyectando el futuro?
—Mirando hacia atrás y viviendo en este momento. Con el futuro no me pasa tanto.
No soy tan proyectivo. Sí en el quehacer, más que nada en mi parte de editor. Fuera de ello, voy día a día.
En ese sentido, se viene la sexta Antología Temática Federal, que reúne poemas de autores argentinos. Ya estoy organizado, tengo un plan y temas para las convocatorias.
Respecto al pasado, me interesa indagar en mi genealogía. Por ejemplo, mi abuela falleció por un aborto mal hecho. Fue un acontecimiento doloroso en la familia. Me interesa detenerme ahí, ver con qué me encuentro, cuánto habla de nosotros todo ese asunto que nos hormiguea y nos punza.
En fin, tengo ganas de investigar a mi familia materna que vive en Uruguay. Cuando era chico no teníamos posibilidades de ir hacia allá a entablar un vínculo cercano, pero ahora estamos conectados a la distancia. Y siento que saldrán esencias significativas de la experiencia.
Sería bueno rescatar el recuerdo de una abuela que, si bien no llegué a conocer personalmente, tiene una historia que me conmueve en función de pensarla en clave presente, aunque más no sea para que mis sobrinas puedan acceder a nuevas dimensiones de quienes la antecedieron. Me gustaría contar esa historia y poder contarla.