Entre tantas tareas pendientes, sobresale la de ponderar adecuadamente la obra de Juan Manuel Alfaro y las influencias que lo alimentaron y las que generó en los demás. El escritor ha dejado un legado múltiple, estimulante, propio de un artista de provincias, que aún no ha sido descubierto en toda su complejidad.
Nogoyaense de origen, paranaense por adopción, Alfaro fue poeta y narrador, docente e investigador de la literatura entrerriana, biógrafo, comentarista, compilador y también gestor independiente.
Esos roles diversos lo constituyen en un escritor de provincias, de esos que deben asumir diferentes funciones en beneficio propio y del conjunto para que la literatura comarcana circule y dé frutos, no muera ni se ahogue en espasmos individuales.
Alfaro es un escultor de memorias. En la tridimensión de sus obras, se despliega la evocación de lo pretérito, mínimo y monumental; su impacto actual como factor que propicia en el lector nuevas conexiones emotivas con su entorno afectivo y natural; y la capacidad del proceso de brotar en transformaciones futuras que privilegien la emergencia de lo humano.
El secreto de los materiales que funde aún debe ser estudiado, pero se intuye la presencia de la palabra en su versión más sencilla, sin ornamentos innecesarios; los sentimientos de río y monte como una especie de aglutinante experiencial; las reflexiones sobre la escritura y el oficio que encierra para realzar formas y colores; cierta mirada filosófica y terrenal que potencia la profundidad de lo narrado y esa picaresca musicalidad, tan habitual entre provincianos.
Los paisajes rurales, citadinos y ribereños le proporcionaron texturas, aromas y colores a una producción que estuvo enfocada en el ser humano, en los misterios de la existencia, en la convivencia paradójica de lo trascendente y lo ínfimo.
Su calificada obra le permitió ganar dos veces el Premio Fray Mocho, máxima distinción literaria provincial, en cuento y en poesía. La búsqueda de la palabra precisa lo convirtió en un labrador que embellecía con sus referencias la vida cotidiana, tanto en su forma de comunicarse como en la manera en que se extasiaba con la simpleza de algunas actitudes y el encanto agreste de lo circundante.
Los memoriosos lo recuerdan como un joven recitador que, hacia 1973, se fue sumando a propuestas culturales que realizaba Alfredo Ibarrola, Osvaldo Aguilar, Ricardo Mendoza, Héctor Nani y Gito Petersen.

Se trataba de iniciativas en las que confluían la palabra, la música, las artes plásticas y a veces la fotografía. Era una especie de cooperativa de lenguajes que terminaba en eventos con numerosa asistencia, producto de que cada creador llevaba sus seguidores, que se mezclaban con los de los demás a lo largo de la velada.
Con 18 años, al comienzo Alfaro sobresalió por esa capacidad de recordar verso a verso el poema que se le solicitara, entre una amplia gama de autores. Hamlet Lima Quintana y Jaime Dávalos estaban entre sus preferidos.
El Alfaro poeta, no era totalmente visible, al principio. Pero, muy pronto, su obra comenzó a conocerse al ser musicalizada por Osvaldo Aguilar: Canción rota, Muchachito de la calle flaca, fueron probablemente las primeras.
En 1979 editó su primer libro de poemas: Cauce. Reconocidos escritores de la ciudad y de la provincia, celebraron la aparición de una nueva y prometedora voz de las letras entrerrianas. Lo que destacaban en sus apreciaciones sobre Alfaro era la profundidad de su lenguaje poético, el desbordante y certero caudal metafórico, que esculpía con un sello personal, distinguible. El panadero del cardo, que soplan los niños sin edad hasta dejarle peladas las ramitas, a partir de Alfaro fue un “asterisco del aire”.
En fin, ingresar a su mundo poético, etéreo y cotidiano, era compartir un lenguaje nuevo, lleno de imágenes que, cuando volvían a irrumpir, remitían directamente a él. En Alfaro la belleza lingüística le da alas a la existencia.

Uno en los demás
Si bien la referencia inmediata es su condición de poeta, Alfaro tiene una valorada producción como cuentista. Además, fue un dedicado estudioso de la literatura entrerriana. Y un difusor detallista de la vida y producción de colegas, habitualmente invisibilizados, que desarrollaron una obra desde patios con olvidados aljibes; bajo parras de uva chinche en parajes remotos donde la industria editorial generalmente no llega; en rincones más arados que asfaltados donde dialogaban lo criollo y lo inmigrante; y en salones de localidades medianas donde el progreso de ladrillo y cemento apenas se abría paso en el entorno solariego.
Ese sentido de la curiosidad, junto a la condición de emotivo recitador, le fue llevando a actualizar repertorios, desde las épocas en que era empleado bancario. Luego, ya como docente de literatura, la necesidad de sistematizar información lo llevó a pulir y ampliar los archivos.
A las historias de vida las iba completando como un arqueólogo de experiencias. Socializaba con un sentido provincianero, hacía nuevos amigos, se nutría de historias, completaba mapas en los que la geolocalización, las temáticas, las influencias y los estilos le permitían reflexionar sobre su propio perfil de escritor.
El rescate de la obra de Marcelino Román, Carlos Álvarez y Héctor Jorge Deut es producto de este interés. El libro Barriletras, ilustrado por Petersen, va en el mismo sentido. Se trata de una selección de notas publicadas en la Revista Barriletes, entre 2010 y 2011. En las entregas brindaban datos esenciales sobre autores destacados de la literatura entrerriana. La posibilidad de convertirlas en un libro surgió gracias al.Fondo de Incentivo a las Artes, las Ciencias y la Cultura (FEICAC), que actualmente depende de la Subsecretaría de Cultura de la Municipalidad de Paraná.
Los comentarios de quienes lo conocieron se reiteran en algunos adjetivos: amable, generoso, buen consejero, fervoroso cultor de la amistad. Como escritor se destacaba su sentido de lo metódico, la dedicación y la búsqueda de renovación temática. No se quedaba en su casa a la espera de reconocimientos: salía a buscar lectores, artistas y gestores para asociarse en futuras aventuras expresivas. Tal vez era una manera de desafiarse y de mantener tonificado el músculo poético.
Era un artista con los pies sobre la tierra, que flotaba por encima del agobio de la rutina en una dimensión en la que reinaba la palabra tratada con esmero.
Con una veintena de libros en su haber, llegó a presentar Vecindades, por Ana Editorial, en el Almacén de los 33, en una velada dominguera llena de emociones, repleta de aplausos, en la que además fue distinguido como Ciudadano ilustre. Falleció el 6 de febrero de 2024.

Hay una obra que vive
Gracias a Ernesto Méndez, nos enteramos que cada tanto Alfaro seleccionaba poemas de su autoría y se los compartía, para ver si al maestro le picaba el bichito de la musicalización.
Guitarrista de nota, intérprete experimentado, refinado compositor, Méndez era trece años menor que Alfaro, lo que no impidió que surgiera una amistad entrañable, vínculo que cada tanto se jalonaba con tertulias poético musicales interminables.
No siempre se sabe que el oficio de guitarrista es harto sacrificado: exige una gimnasia permanente, solitaria, sostenida, para sentir que la conjunción de instrumento y ejecutante va más allá del hecho de ser parte de una misma unidad de trabajo. No es un asunto que se limite a la digitalización correcta o a la comprensión acabada de una partitura: hay una conciencia de comunicación que debe crecer entre lo vivo y lo inerte para que la maravilla dé el presente.
Ese enfoque vincula el afán de Méndez y Alfaro. Pese a las diferencias existentes entre los lenguajes hay una esencia que vincula la nota limpia con la palabra precisa, la sensación del vibrato propicio con el disfrute de la imagen poética adecuada para que sea inolvidable, la noción compartida de estar a tempo. Además de la mutua condescendencia, del trato cariñoso, la experiencia de ambos habita en la parcela distante de la preparación disciplinada que debe darse para que un detalle resulte significativo y las partes se integran a una totalidad expresiva congruente.
Cuando fue el momento, aquellos versos de Alfaro en la casilla de correo electrónico de Méndez dibujaron paisajes de cuerdas y diapasón. Al convite de partituras le sumó oficio de seda y vigor la cantante Nilda Godoy. El resultado es una media docena de canciones, recientemente publicadas en distintas plataformas: Memoria de agua, Chamamecito lento, Gatito Criollo, Noticias del Tata Herrera, Hasta nunca y Monte y delta conforman un muestrario del ingenio de Alfaro, del motorcito inquieto que lo agitaba por dentro y de su forma de abordar el arte, en el que no hay ser humano sin el entorno agreste que involuntariamente modifica, ni personajes sin la atmósfera natural que lo perfila, como ocurre entre los ciclos del río y los bordes de la costa.
En las composiciones resplandece el conocimiento y consideración de Méndez por las músicas populares. La formación académica del artista le imprime un donaire a la interpretación y sujeta el protagonismo instrumental a los brillos cambiantes de la ejecución vocal, labor en la que Godoy sobresale porque logra combinar la comunicación de sentimientos con lo que ha estudiado y enseña para la gestión de la voz y el dominio expresivo de los ritmos folklóricos.

Un abrazo audiovisual
El testimonio de Méndez fue uno de los incluidos en un video documental exhibido hace unas semanas, en la Biblioteca Provincial, Alameda de la Federación 278, que se tituló Juan Manuel Alfaro: poeta, lector, amigo.
El acto buscó homenajear al escritor, a días de lo que hubiera sido su cumpleaños. El trabajo exhibido tiene la modestia de una primera aproximación y el valor de haber sido hecho con afecto y respeto. El material eslabonó una serie de revelaciones, anécdotas y relatos personales de lectores, colegas y personas cercanas al escritor, en el que se repasó trayectoria y obra, pero sobre todo subrayó las condiciones humanas del artista.
La proyección fue el corazón de la propuesta, que pudo haber sido complementada con la posibilidad de que algunos de los numerosos asistentes hubiera podido realizar aportes que, en el mismo sentido, honraran la memoria del agasajado. La ceremonia, de todos modos, fue sentida, bien intencionada, abierta con las palabras del secretario de Cultura de Entre Ríos, Julián Stoppello, y del coordinador de la Biblioteca, Matías Armándola.
Si la idea es que el evento sea el primer paso de la puesta en valor de una obra que efectivamente es sustantiva, a futuro se podría promover junto a otras instituciones una jornada de ponencias donde se analice su producción y se incorpore la figura de Alfaro a una panorámica de escritores entrerrianos. Además de poner en dimensión una trayectoria, la propia convocatoria a estudiosos puede resultar una excusa para pensar en los desafíos de escribir en y desde Entre Ríos, en épocas donde las narrativas globales amenazan con arrasar las particularidades culturales de las distintas regiones del mundo.