No es obligatorio saber que una misma palabra -crepúsculo- designa a los intervalos de luz natural que anteceden a la salida del sol y que suceden al ocaso.
Tanto la aurora como el atardecer son momentos magníficos y, si se presta atención, irrepetibles: la vista se llena de profundidades ante un confín que luce infinito.
Sin embargo, el horizonte de Paraná ha cambiado con la presencia de los edificios de altura.
Hace un siglo, las construcciones más altas alardeaban su par de plantas, lo que conformaba un perfil urbano chato, pero también más abierto, menos sofocante.

Del día a la noche, nos acostumbramos a que las torres se interpongan entre nosotros y lo vasto de un paisaje islero que se da maña para recordarnos que sigue allí.
Para algunos, la construcción de rascacielos es inevitable, señal de que la ciudad no para de crecer; para otros, una evidencia de que la planificación no ha sido la adecuada.
Mientras el debate se edifica, el sol vuelve a rasgar el tul celeste y, tanto por oriente como por occidente, obsequia una paleta variopinta que es la envidia del más esmerado artista plástico.
Foto gentileza Paranacanvas