Reinventar la vida desde la certeza de la muerte

15 octubre 2024 4 minutos
Víctor Fleitas

La escritura esmerada de una historia cargada de humanidad, un guion que amalgama recursos dramáticos, expresión corporal y canto, una puesta sencilla y eficaz y una dupla de actores que exhibe oficio para la comunicación armónica, son los pilares sobre los que se erige Desde el borde.

La obra, dirigida por Nadia Grandón, cuenta con la actuación de Melina Forte y Gustavo Bendersky. Presentada como un “réquiem teatral para nuestros muertos”, la propuesta tiene la capacidad de contar un ritual de despedida específico, pero a la vez ayuda a despertar conexiones personales, íntimas, entre los asistentes que, en las funciones sucedidas en Casa Boulevard y en Teatro del Bardo, han estado poseídos por un silencio atento, reflexivo, reposadamente inquietante.

Es probable que a la universalización del mensaje lo genere la recreación de una poética que aporta texto dicho y actuado, sin dudas; aunque también cumplen su rol las partes cantadas y las escenas donde se percibe un vínculo de plasticidad entre ambos.

Esa atmósfera metafórica y verbal es un paratexto que habilita la irrupción del mundo interior del espectador: su noción de soledad y de compañía, los límites del desapego y hasta la convivencia con fantasmas, esos seres que permanecen en nuestras conversaciones mentales, completamente vívidas, aunque esas presencias y diálogos no compartan nuestro aquí y ahora.

Desde el borde roza la experiencia en una de las acepciones menos usadas del verbo: limpiar la tierra de matas y hierbas inútiles antes de labrarlas. Si la vida cotidiana fue arremolinándole textos a Melina Forte hasta que con ellos armó la dramaturgia, el puente expresivo diseñado entre el escenario y la platea auspició un viaje hacia esos rincones en los que nos sobrecoge el miedo de que lo ausente amenace con vaciarnos. Así, el expurgo emocional de la autora brinda un respetuoso entorno para que los demás puedan conversar con aquello que es ninguneado bajo amenaza de locura o enfermedad.

Hebras

Uno de los méritos de la puesta es que el relato va brindando información por capas, pero los elementos recobran un sentido integral recién con el advenimiento del desenlace, evidencia de talento escritural al ir mostrando sin adelantar hasta que el rompecabezas se completa.

Mientras tanto, las canciones interpretadas y la levedad de los movimientos coreográficos que ambos componen pero que Forte sostiene colaboran con la configuración de una burbuja polisémica que cada espectador completa con su propia historia de vida. Algunos de los juegos teatrales escenificados van aportando a esa profundidad expresiva. Por momentos, pareciera que simplemente aligeran el predominio del parlamento o aportan un instante divertido, simpático, cuando en realidad van alimentando el suspenso.

Esa misma ambigüedad provocada se suma a acciones en paralelo de la historia principal, en la que los personajes van probándose prendas, lo que puede resonar a un guiño de entretenimiento infantil o a la conclusión de que mucho de eso con lo que cubrimos nuestra desnudez proviene del baúl de otros que lo han legado incluso sin saber.

Las visiones del mundo, las nociones de belleza y de lo horroroso, los límites de la tolerancia, lo deseante, la opinión sobre los otros y sobre uno, las adicciones, el estilo para vestir y para sentir, las formas de amar, el llamado buen gusto, nuestra idea de justicia y merecimiento, cada una de las obsesiones incluso las más simpáticas y hasta rasgos de nuestra personalidad la hemos tomado prestadas de un arcón vivencial lleno de indumentarias que ya se habían probado quienes nos antecedieron.

Así, siendo que aparentemente Desde el borde refiere a las circunstancias de la muerte, nos propone un sistema de signos para pensar en eso que hacemos mientras intentamos vivir, en el sentido de que despojarse del otro, de circunstancias indeseadas o de versiones de sí que no nos satisfacen no es sólo una variable de la voluntad, sino que es producto de un trabajo introspectivo y disciplinado por determinar las condiciones que deben darse para que se constituya un desapego edificante.

Los aplausos serenos del final pueden haber estado dirigidos a destacar el planteo general, la delicadeza escritural, los núcleos de la historia, los recursos desplegados, la performance actoral, la labor minuciosa de armado de la propuesta teatral, pero también la ecuación expresiva de las partes en el todo en un juego múltiple que mezcla equilibrio de los lenguajes con medidos desequilibrios para que la comunicación florezca y haga pensar y la narración fluya, atraviese al espectador y lo expanda.

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