Animarse a contar, para tramar otra historia

22 agosto 2024 4 minutos
Víctor Fleitas

En Yo, Odisea, las mujeres proponen una exploración por los mundos selváticos que las habitan, por sus instrumentos de orientación, por la manera de realizar los viajes, por los criterios de selección y por la propia noción de lo que es un tesoro. La historia es la de Ulises, pero las que la cuentan ahora son ellas. Y el relato se refunda.

Un disfrute incómodo genera la experiencia de presenciar Yo, Odisea, la coproducción de Teatro del Bardo – Asociación Civil, de Entre Ríos, y La Rueda de los deseos, de Mendoza, que acaba de estar en cartelera en Paraná.

Se trata de una versión del poema épico atribuido a Homero, aunque a diferencia de la historia que se tiene por original, en Yo, Odisea son mujeres las que cuentan las peripecias de Ulises al regresar a su hogar. Ese desplazamiento del narrador es el primero de los recursos provocadores de los que el espectador saca provecho: de pronto, la crónica deja de ser leyenda y lo involucra directamente.

A la segunda transgresión insinuada la constituye la decisión de que las narradoras sean mujeres dispuestas a evitar el mandato que la cultura universal les ha asignado.

Ya se sabe lo que significa escribir la historia para establecer una determinada visión del mundo; pues bien, las relatoras en Yo, Odisea son mujeres autónomas, independientes, que se hacen cargo del desafío de protagonizar procesos, cuyas vidas no se agotan en parir, criar hijos y ser la regente que los varones necesitan para destacarse o triunfar.

Revelaciones

Puede señalarse otra chispa magistral en la dramaturgia que comparten Valeria Folini y Gabriela Psenda que, por cierto, no se aprecia de inmediato, sino que va decantando en la rememoración reflexiva de lo contemplado. Ulises, que ha debido recurrir a su astucia para esquivar peligros magníficos y conquistar pueblos y ciudades, de pronto precisa regresar a su esencia, a su centro; y, para alcanzar ese descanso conmovedor de la existencia, debe aceptar que el hilo que lo urde está en manos de mujeres insumisas, emprendedoras, que son escritoras, sabias, sanadoras, guerreras, consejeras, que gobiernan una comunidad, que tienen la vida sexual que desean y que definen con quién compartir los días.

La idea movilizante que siembra Yo, Odisea es que el reposo del guerrero llega cuando se reconoce esta potencia ajena en el modelado de prioridades, en la gestión de los tiempos y en el armado de las estrategias que hacen mover los proyectos.

Por cierto, no se trata de una empresa simplemente voluntariosa. A la vigencia de semejante reto lo da la metáfora en la que las personas y los grupos, como penélopes, tejen y destejen los niveles de conciencia, para resistir los embates de presiones ancestrales que se ciernen sobre los que procuran una cultura más noble, sin estereotipos asfixiantes.

Es conveniente destacar que en Yo, Odisea esta poética de los vínculos se va conformando de manera sugerida, a través de enunciados que decantan tímida y formidablemente, mientras la protagonista del unipersonal despliega un arsenal de técnicas y lenguajes que convierten la actuación en un atractivo juego de unidad y de diversidad.

En efecto, se maravilla la platea al comprobar con qué familiaridad, sobre una escena despojada, Psenda se vale de un barco peculiar que irá asumiendo las formas del símbolo que se pretenda conformar, como continente y como contenido, como medio y como fin, como derecho y como revés de la trama.

Exploración

Se puede aventurar que el de Yo, Odisea es un guion sobre el que confluye un estudio obstinado, detallista, de estas obras antiquísimas a las que la oralidad les permitió atravesar épocas, paisajes culturales, vendavales de los tiempos, para hacerse presente y comunicar su potencia desde una sala independiente del litoral argentino, mientras la segunda década del siglo XXI garabatea unos trazos algo despiadados.

Visto en panorámica el texto del que se partió, es razonable pensar en un autor múltiple, colectivo, en una ebullición armónica de reinterpretaciones expandidas, en enmiendas y en subrayados, que fueron conformando la geología del poema presuntamente original, firmado por el tal Homero.

Del mismo modo, la versión suya que nos ocupa, Yo, Odisea, es una comunidad de micro relatos, textuales, gestuales, sonoros, lumínicos. La trama que se obtiene es producto de un trabajo artesano en el tensar y en el aflojar, a partir del cual se enlazan pasajes originarios con aportes de las dramaturgas, claves para seguir el hilo de la obra sin ser expertos en estas herencias literarias.

El oficio de la protagonista merece una distinción. Mientras actúa, cambia de personaje, canta, le saca jugo a los objetos escénicos, interactúa con el público, se acompaña con la guitarra y cuenta, Psenda desarrolla una gala de prestidigitación sobre cuya eficacia se desliza el mensaje.

Luego de los aplausos, de haber regado dudas y sujetado convicciones, un rato más tarde de haber bajado las escaleras de la sala de Almafuerte 104 bis, algo después de no ponerse de acuerdo en torno a si la noche es una llovizna finísima o una tupida neblina, las mujeres de Ulises empezarán a hacer su trabajo. Y cuando ellas cuenten, cambiará la historia.

Ficha artística

Actuación y dramaturgia: Gabriela Psenda

Asistencia de dirección: Federica Bonoldi

Dirección y dramaturgia: Valeria Folini

Escenografía y utilería: Leonardo Fernández

Vestuario: Victoria Fornoni

Música: Andrés Main

Diseño Gráfico: Fabia Estamatti

Fotos Gentileza Melina Londero

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