Centinela de libros

9 julio 2025 10 minutos
Redacción

Libro a libro, Eduner se ha convertido en un alcázar de la cultura regional. Viajar a sus orígenes es reconstruir una historia de progresos lentos y convicciones compartidas. Testigo privilegiada de una experiencia singular, María Elena Lothringer puede hacer de cronista de un proceso sinuoso que protagonizó con carácter y tenacidad.

Desde la cornisa de esa lomada imaginaria que es la vida, María Elena Lothringer avista los arroyos, lagunas y riachos que le dieron cauce a una existencia que no fue en vano: el padre Juez, con nombre de calle; la madre ama de casa, tejedora y costurera; la hermana docente; las hijas abriéndose paso en una selva de época. Con alegrías y sinsabores escribió una historia que le condimentó las mañanas, las tardes y las noches mientras la recubrió de un palpable reconocimiento social.

La propuesta de la entrevista la inquietó, la incomodó mejor; aceptó el convite porque contar es necesario, siempre. Mucho más en estas circunstancias. Pero ser parte del ritual periodístico es uno de los caminos que habitualmente prefiere evitar.

La instancia la empujó a un frenesí de sensaciones, nombres y situaciones, que vulneran las nociones clásicas del tiempo y el espacio y amontonan las emociones en un presente continuo.

Al celofán azulino de la memoria lo partió el vuelo de un avioncito de papel de arroz que llevaba en la bodega un poema de Mario Benedetti para compañeros caídos en desgracia. De esos borbotones surgieron nombres de escritores y escritoras que la obsesionaron por temporadas. No alcanzaban los estantes del recuerdo para la cantidad de obras completas devoradas.

Nacida en Paraná, la Licenciada en Letras ha cambiado varias veces de piel. Se ha animado a empezar de cero. A renunciar a lo que parecía seguro si el desafío valía la pena. A dar vuelta la página. No obstante, a nivel profesional, nada ha sido tan significativo como haber formado parte del núcleo fundador de la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos, una gema de refinada provincianía que resplandece en un país que por momentos se obstina en echar al olvido.

Lo que sigue se recuperó de aquello que fuera conversado con la docente y narradora oral en la sede de Eduner, en una mañana fría. Era un espacio dispuesto para el trabajo en equipo desde el que se resignifica un legado lectoescritor construido de manera colectiva, que empezó a ser abonado y regado por la profesora de la Facultad de Ciencias de la Educación a la que llaman simplemente María.

–¿Cuáles fueron los inicios formales?

–La Editorial de la UNER nace de un proyecto de extensión de la Facultad de Ciencias de la Educación, que codirigíamos con el profesor del Taller de Imagen, José Carlos González. Se llamaba Los nuestros, para una memoria cultural de Entre Ríos.

–¿Qué se proponían?

–Recuperar autores, costumbres, hitos culturales de la región. El producto generado constaba de un soporte impreso y uno audiovisual. El primer trabajo se enfocó en la vida y obra de Gloria Montoya. Lo presentamos en el Museo de Bellas Artes con una muestra retrospectiva de la artista plástica, que había fallecido no mucho tiempo antes.

Se conjugaron varios factores, pero lo significativo es que para el evento la sala estuvo desbordada: había gente hasta en la vereda. Entre los asistentes estaba el secretario de Extensión de la UNER, Gustavo Menéndez, en representación del rector César Gottfried. En esa circunstancia fui invitada a una reunión de trabajo, que se realizó en la Casa del Rectorado, ubicada en ese momento en calle 25 de Mayo, frente a la plaza.

La idea de armar la Editorial me tomó por sorpresa. Yo era docente adjunta en dos cátedras, por concurso, pero no tenía idea de qué era editar ni del tipo de estructura en movimiento que se precisaba para que una editorial funcione.

–¿Cómo se resolvió esa diferencia de origen?

–Nos dimos un tiempo, durante el cual me puse en contacto con experiencias que estaban en marcha. Hubo tres experiencias que fueron fundamentales: las charlas con Luis Yiyo Novara, de Ediciones UNL; un recorrido por las instalaciones de Eudeba que realicé gracias a la mediación de Alicia Entel; y las consultas a Juan Gianni, director de la editorial de la Municipalidad de Rosario.

–¿Qué sacaste en limpio de esos encuentros?

–Más allá de mi interés, debo destacar que la disposición de los maestros hace al aprendizaje. Tanto Novara como Gianni me tuvieron mucha paciencia: lo hacían con gusto. Después de cientos de inquietudes, les terminaba preguntando qué no había que hacer en una editorial. De distinta forma, los dos me enseñaron algo que luego corroboré en la práctica: hay que empeñarse en mantener siempre el buen clima porque la edición es colectiva, realizada por personas creativas que le van haciendo aportes singulares a una obra que como producto es coral, sinfónico.

No se trata sólo de lo que una cabeza imaginó, por brillante que parezca; sino de eso en lo que la idea original se va transformando. Lo mágico, lo sorprendente, es cómo los distintos campos disciplinares van imprimiendo un carácter identitario a un trabajo que es de todos y de nadie a la vez. “Nunca te pelees con un diseñador por la tonalidad de una tapa”, recuerdo que me dijeron, en alusión a la conveniencia de aceptar que la obra es colectiva y que el foco debe estar puesto en lo efectivamente central.

–¿Cómo siguieron las conversaciones por Eduner?

–Se intensificaron. Hubo un apoyo incondicional de parte de Menéndez y de otras dos personas que revistaban en la Secretaría de Extensión de Rectorado: Betina Scotto y Cristina Billane. Porque en realidad, la UNER tenía publicaciones previas a Eduner, entre ellas Patria de luz, que luego se constituyó en una colección.

–¿En qué consistía?

–Eran convocatorias anuales, con unos jurados estupendos, por la que se publicaron cuentos, literatura para niños, novelas breves.

La ordenanza 292 del Consejo Superior, dictada el 10 de diciembre de 1992, dispuso la creación de la Eduner. Al materializarse lo que la norma establecía, aquellos esfuerzos editoriales fundacionales confluyeron y encontraron una especificidad.

–¿Qué decía la ordenanza 292, más allá de lo estrictamente formal?

–Fijaba dos principios fundados en una panorámica amplia. Por un lado, editar el material surgido de las tareas de docencia, investigación y extensión de la Universidad y, por el otro, recuperar el patrimonio cultural de la región. Estas siguen siendo las alas del proyecto de Eduner.

En esa norma se hablaba de una dirección y de un consejo editorial, con una integración que rápidamente demostró ser inconveniente porque ser representantes de las nueve facultades no implicaba contar con competencias afines a la gestión editorial, más allá de la buena voluntad e incluso de la capacidad y trayectoria de cada uno dentro de su campo disciplinar.

Así, por bastante tiempo, el gobierno de la Eduner estuvo en manos de quien era su directora. Mientras tanto, empezaban a llegar materiales con intenciones de publicación: borradores, algunos papeles manuscritos, otros escritos a máquina y algunos más, que conservo cual pieza de museo, en disquete. Ahí comenzó una nueva batalla.

–¿Con los autores?

–Por un lado con ellos, sí, para hacerles entender que la edición era un proceso que quedaba claro en la distinción entre imprimir y editar.

–¿En qué consiste?

–Editar es un proceso arduo, un trabajo múltiple del que participan distintas disciplinas: correctores, ilustradores, diagramadores e incluso abogados, por los derechos de autor. Si está bien ejecutado, el resultado es notablemente mejor que el texto original, aunque llegar a buen puerto puede llevar meses. En cambio, imprimir se puede hacer de una semana para otra: consiste en hacer copias de aquello que el cliente llevó.

El otro gran trabajo que se debió llevar adelante fue para que se entienda que el libro es algo más que el original con tapa y contratapa. Hay muchos materiales académicos de valor que están dirigidos a un jurado o un comité evaluador, mientras que el destinatario modelo de un libro es el público.

Entendíamos que la comprensión de los elementos que intervienen, los procesos que se encadenan y el papel de los actores que forman parte del mundo editorial permitiría a los autores tomar mejores decisiones respecto a la publicación de libros, ya desde la escritura.

Si el éxito de un libro, de alguna manera, radica en la conexión que pueda establecerse con el lector al que aspira, es preciso advertir que la redacción, la edición, la corrección de estilo, la ilustración y la diagramación se complementa con la gestión del proyecto (en cuanto a ajustarse a un presupuesto y cronograma), al cumplimiento de la normativa de propiedad intelectual, a la posibilidad de inscribirlo en colecciones que estén activas y a la posterior promoción de las obras.

–Ese trabajo necesita una estructura para que sea desarrollado.

–Esa fue otra de las batallas: que las autoridades adviertan que se necesitaba un equipo para hacer una editorial.

Con las falencias a cuestas, Eduner hizo La autonomía universitaria en jaque: su necesaria reparación, desde una perspectiva constitucional, de Juan Adolfo Godoy, catedrático de la Facultad de Ciencias Económicas. Se trata de un libro que, 25 años después, sigue siendo una referencia a nivel nacional.

La otra joyita de la época fue Plantas cultivadas en el Palacio San José en vida del General Urquiza. Allí se detallan las especies vegetales que fueron introducidas y aclimatadas en la residencia de Urquiza. La obra, cuyo autor es Juan de Dios Muñoz, además de la documentación que incluye, subraya la importancia del Palacio como centro pionero en la botánica de la Argentina. El trabajo se enfoca en las especies exóticas que se cultivaron entre 1850 y 1870, período en el que el general Urquiza vivió allí.

Aún recuerdo las peripecias de haber hecho ese libro.

–¿Por ejemplo?

–Me vi en el compromiso de traducir nombres científicos del francés. Así que acudí a lo mejor que tenía a disposición, que era la profesora Yolanda Darrieux de Nux, meritoria fundadora del Departamento de la Mediana y Tercera Edad de la Facultad de Ciencias de la Educación.

Nos interesó que el libro tuviera reproducciones de los ejemplares que aún se conservan en el Palacio. Entonces, nos fuimos hasta allá con el docente y artista plástico Guillermo Hennekens. Con las fotos que tomamos, más las imágenes existentes en el Museo Histórico, hizo unas tintas exquisitas. La edición fue más cuidada, pero no se podía seguir trabajando sin equipo.

–¿Cómo se resolvió?

–Se logró incorporar a dos personas. Luego de un proceso arduo de selección se optó por ex alumnos míos: Guillermo Mondejar y Gustavo Martínez.

Se les propuso especializarse en el diseño gráfico y en la edición de libros. Aceptaron. Hoy son expertos en lo suyo.

–Arrancaste en 1992 en Eduner. ¿En qué año se incorporaron Mondejar y Martínez?

–Estimo que en 2000.

–Cuando tomaste contacto con Novara y Gianni, ¿sentiste que algo de lo que te transmitían ya lo sabías o todo fue completamente nuevo?

–Encontré que tenía un desafío desmesurado y que mi atrevimiento no tenía límites; que iba a tener que batallar mucho pero que al mismo tiempo era necesario que la UNER tuviera una editorial.

Después de Novara a Ediciones UNL llegó José Volponi y él también me dio una mano muy grande. En el mismo sentido, al participar de la Red de Editoriales de Universidades Nacionales me nutrí de muchas experiencias valiosas. En ese momento el presidente era René Gotthelf, de la UNCuyo, pero todos se mezclaban en los intercambios apenas veían mis ganas de aprender.

–Entonces, ¿al oficio de editora lo aprendiste de cero?

–De cero. Entre lo más valioso que atesoro es que el proceso de editar se conjuga en plural, como el teatro o la actividad coral. El equipo lo es todo. Ese es el secreto. Ahí está la sencillez y la complejidad: articular los actores involucrados en la edición.

–¿No te costó volver a ser una estudiante?

–Al contrario, me fascinaba.

–Nombraste a Mondejar y a Martínez. ¿Algún otro nombre que deba mencionarse de esa etapa?

–Sí, Alejo Prudkin, que luego se fue a trabajar a Buenos Aires: un licenciado en Comunicación Social y animador cultural, que rescató el trabajo hecho con los Baúles andariegos; Silvina Ferreyra como contadora y organizadora de un área clave en cualquier editorial; y mi máxima protección y fuente incondicional de consulta sobre derechos de autor y asuntos afines, la abogada Marta Merlotti de Churruarín, por entonces asesora legal de la Universidad.

De toda esa dinámica surge la convicción de que Eduner no podía editar libros sueltos, sino que había que ordenar el catálogo y organizarlo en colecciones, con claros rasgos identitarios. De ahí surgieron las primeras colecciones Cátedra, Académicas y Tierra de Letras, especializada en el rescate de obras y autores. Luego vinieron varias más, por cierto, a medida que la editorial se fue consolidando.

El primer reto grande en cuanto a producción literaria llegó con Chacho Manauta.

–¿Qué pasó con Juan José?

–Terminaba de ganar el Premio Fray Mocho con Colinas de octubre. Visitó la FCEdu y luego, en un asado confraternal que se le sirvió, me propuso que Eduner edite su obra completa. Casi me caigo de espaldas. Balbuceé que era imposible. Le dije que necesitaba gente que haya estudiado su producción: me nombró a Celeste Mendaro y a Claudia Rosa. En fin, no se daba por vencido. La charla siguió y el fruto fue la edición de lujo de sus Cuentos completos y luego de su Poesía completa.

En otro momento, con nosotros adentro, un equipo reunió a escritores de toda la provincia, con ponencias riquísimas, que también convertimos en libro. Así nació la colección Encuentros y debates.

–Una vez que estaban los libros, había que comercializarlos…

–Ese fue otro asunto importante, que nos llevó al desarrollo de un esquema de ventas propio y actual. El trabajo con otras editoriales universitarias nos llevó a plantearnos la posibilidad de tener un stand en la Feria del Libro de Buenos Aires. Sirvió para marcar presencia. Luego se complementó con la idea de que cada editorial pueda comercializar los libros de la REUN. Para tener una idea de los procesos, al camino lo empecé durante mi gestión y se concretó cuando Gustavo Martínez ya era director de Eduner.

En paralelo, impulsamos la creación de la marca Libro universitario argentino, con la idea de acceder desde ese otro lugar a ferias internacionales y la apertura de una librería en CABA, para ofrecer los libros de todas las editoriales de la REUN y que se llame LUA: Libro Universitario Argentino.

–¿Hasta cuándo estuviste al frente de Eduner?

–Me jubilé hacia finales de 2017.

–¿Dónde ubicás a Eduner entre aquello que hiciste a lo largo de tu vida?

–En un lugar importantísimo. Soy parte de un legado que se realiza en un presente de logros y se proyecta a un futuro esperanzador. Muchos hemos puesto nuestro granito de arena y esa es una satisfacción enorme, a nivel personal y político.

–¿Qué te gustaría cambiar de Eduner, si de vos dependiera?

–Me apena que no tenga la debida visibilidad. Eduner no sólo tiene un proyecto editorial, sino que sostiene un proyecto de lectura, con las bibliotecas ambulantes. Hay que decir que en este momento en que el plan es devastar a las universidades públicas, las editoriales universitarias no pueden ser la excepción.

Seguramente harán mucho más con un presupuesto menos ceñido, pero la calidad de lo publicado da cuenta de una mejora que se corresponde con la mayor experiencia y con el deseo de capacitación.

En nuestra región, Eduner cubre un espacio simbólico significativo como promotora del desarrollo integral de las comunidades al poner a circular materiales que abordan la realidad local y tesoros patrimoniales que enriquecen la perspectiva general.

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