Claroscuros de la inclusión, en primera persona

2 diciembre 2025 7 minutos
Redacción

Al dar voz a los protagonistas, Las voces de la inclusión promueve un cruce entre educación y discapacidad, pero desde la singularidad de cada existencia. El libro, que forma parte del catálogo de La Hendija Ediciones, recupera la palabra de personas con diagnóstico de discapacidad, pero además presta atención a lo que comunican los pequeños gestos. Al interpretarlos, imagina otro modo de acompañamiento “donde lo humano se vuelve lenguaje en todas sus formas.”

Además de un propósito loable, un programa ciudadano sustentado en la universalidad de los derechos humanos y una necesidad imperiosa para las personas directamente involucradas, la inclusión educativa es un enfoque que intenta garantizar que los estudiantes, más allá de sus capacidades, origen o condición, reciban una educación de calidad en igualdad de oportunidades.

Se trata expresamente de una declaración de principios que no siempre se ve reflejada en los hechos. Es básico en este sentido eliminar barreras de todo tipo para posibilitar el acceso, la participación y el aprendizaje, en un entorno de convivencia armónica y respetuosa de las singularidades.

El aporte de Las voces de la inclusión es que hace sentar a esa mesa a los protagonistas que los proyectos buscan beneficiar y le reconoce a sus trayectorias y relatos significación personal y social.

En ese sentido, su autora, María Natalia Pautaso, en tanto psicóloga y acompañante terapéutica, madre y luchadora cotidiana por el derecho a la educación, logra poner a dialogar los mundos conceptuales con los de la experiencia en territorio.

Haciéndose cargo de una responsabilidad académica, ética y política, Pautaso recupera voces de niños y niñas integradas a procesos de inclusión que comparten, a corazón abierto, su visión sobre asuntos que, en general, son abordados por otros actores del sistema. Las voces de la inclusión les devuelve la palabra. El resultado, además de una zambullida emocional intensa, es una galería de miradas que permite asomarnos a los claroscuros de la inclusión.

En el hilván de las tramas escriturales, categorías y nociones de cierta abstracción, tales como invisibilidad, infantilización o desigualdad se anudan a problemáticas no menos complejas como los derechos laborales o la maternidad y paternidad en personas con diagnóstico de discapacidad.

En Las voces de la inclusión, los testimonios en primera persona ocupan el primer lugar. Luego, las entrevistas de Adrián, Miranda, Julián, Nicolás, Francis, Germán y Valentina, van entretejiendo reflexiones, en una ida y vuelta que permite ir de lo conceptual a las narrativas y de los relatos a la interpelación de la realidad. “La discapacidad me atraviesa y me convoca fuertemente”, dijo Pautaso, al presentarse en sociedad, como parte de un equipo de especialistas que viene construyendo saberes en torno a esta problemática. Los intercambios que compartió con Tekoha aparecen a continuación.

–¿Con qué se encuentra un lector que abre Las voces de la inclusión?

–Las voces de la inclusión son las narrativas de siete niñas y niños con discapacidad que transitan procesos de inclusión educativa en escuelas comunes. Son relatos en primera persona.

Este trabajo nace de una investigación en la que entrevisté a niñas y niños de entre 7 y 13 años, con diferentes diagnósticos, para que la muestra fuera más representativa de las barreras que se presentan en el ámbito escolar.

La propuesta busca desarticular caminos cristalizados para repensar y construir nuevas vías posibles hacia la comprensión de la discapacidad, entendiendo que estas vías solo pueden trazarse junto a sus protagonistas y la singularidad de sus narrativas.

–¿Qué voces del campo no estaban siendo escuchadas y por qué era conveniente registrarlas?

–Desde mi práctica como acompañante terapéutica en inclusiones escolares, notaba que las voces de los propios gurises no estaban presentes. Se planificaban acciones y estrategias generales para esos procesos educativos, pero no se contemplaba la singularidad de cada estudiante, y mucho menos su participación directa en todo aquello que los involucra. Lo general no puede seguir funcionando como el molde que se pretende aplicar a todas las personas.

El emblema “Nada sobre nosotres sin nosotres” instaura una posición ética y política de las personas clasificadas dentro del colectivo de la discapacidad, quienes han logrado hacer oír su voz para afirmar que ninguna decisión que las afecte debe tomarse sin su participación activa y plena.

–¿A quiénes está dirigido?

–A todas las personas interesadas en las temáticas de escolaridad, infancia y discapacidad. Los gurises nos hablan interpelando lugares y prácticas, y dirigiéndose a educadores, instituciones educativas, equipos profesionales, familias y a la sociedad en general.

Deseo que este libro genere, en primer lugar, una escucha atenta y profunda de estos niños y niñas, tomando sus relatos como una polifonía de voces de personas con discapacidad. Aspiro, también, a que todas las infancias sean escuchadas, para lo cual es necesario otorgarles el lugar que les corresponde.

–¿Qué diálogo puede establecerse entre la hechura de Las voces de la inclusión y haber sido parte de un material significativo como “Mujeres intensamente habitadas. Ética del cuidado y discapacidad”, que también forma parte del catálogo de La Hendija ediciones?

–El diálogo entre estos dos libros puede desplegarse en múltiples direcciones. Ambos nacen de trabajos de investigación que toman como punto de partida las narrativas en primera persona, y encuentran su hilo común en la temática de la discapacidad.

Las voces de la inclusión se nutre, además, del libro Mujeres intensamente habitadas, que funciona como un sustrato bibliográfico y sensible desde el cual continuar tejiendo reflexiones, escuchas y preguntas.

–¿Cómo se fue construyendo el libro?

–Esta investigación toma cuerpo de libro porque estas voces necesitaban circular, moverse, trascender. Así lo expresaron también las y los entrevistados, cuando me preguntaban qué haría con todo lo que me habían contado, cuando compartían sus ideas, o cuando dejaban asomar sus dolores.

Aquellos relatos eran demasiado profundos, demasiado potentes, como para quedar archivados en una biblioteca universitaria a la espera de algún lector ocasional. Sentí el compromiso enorme, ineludible de transmitir estas narrativas y de seguir expandiendo aquello que las infancias con discapacidad tienen para decirnos.

La idea germinó en mi práctica profesional como acompañante terapéutica, donde la ausencia de estas voces se volvía evidente. Allí se entrelazaron mi activismo en el campo de la discapacidad y mi formación como Licenciada en Psicología, un recorrido que me condujo al programa La producción social de la discapacidad, de la Facultad de Trabajo Social de la UNER. Fue en ese espacio donde encontré una perspectiva ética que marcó mi camino: hablar con y no por las personas con discapacidad.

Al avanzar con la investigación, surgieron transformaciones necesarias: la decisión de utilizar el lenguaje inclusivo, porque también nos atraviesa y constituye, y porque debía representar la multiplicidad de modos en que nos nombramos. Más tarde, la conversión de la investigación en libro implicó una adaptación para hacerlo más habitable para la lectura: se acotaron los contenidos metodológicos, pero las narrativas -el corazón de este trabajo- permanecieron intactas.

Como todo libro, este viaja acompañado. Lo envuelven otros textos -prólogo, epílogo, escrito final, contratapa- escritos por mujeres queridas y admiradas, amigas y profesionales que sostienen y amplifican este proyecto: Ma. Eugenia Almeida, Liza Benedetti, Paula Kratje, Silvia Schierloh y Alfonsina Angelino.

–¿Qué sentís que aporta el hecho de ser psicóloga y acompañante terapéutica al abordaje de esta problemática?

–Ambas profesiones se conjugan y me permitieron conocer el campo de acción de la investigación, contextualizar y realizar las lecturas posibles plasmadas en el trabajo.

La formación en Psicología aportó herramientas para comprender los procesos subjetivos y vinculares presentes en las narrativas. La experiencia como acompañante terapéutica, en cambio, me brindó un conocimiento directo del contexto escolar y de las prácticas cotidianas en los procesos de inclusión.

Esta articulación entre teoría y experiencia en territorio hizo posible contextualizar la investigación y realizar lecturas más profundas y sensibles de los relatos.

–Desde la publicación (y por motivos ajenos a ella) la discapacidad se volvió un tema recurrente en las conversaciones, sobre todo a partir de la cobertura de los medios respecto del desamparo estatal ¿Qué aporte puede hacer el libro a esta discusión?

–El colectivo de la discapacidad vive, de manera casi constante, en una situación de desamparo estatal. Pero en el presente, ese desamparo adquiere un carácter apremiante, angustioso, con un horizonte que no ofrece señales de una pronta reversión. La urgencia se vuelve clima, se vuelve cuerpo, se vuelve día a día.

En la investigación, los acontecimientos mencionados no aparecen aislados: están contrastados y entramados con Reglamentaciones, Normativas, Leyes Provinciales y Nacionales, y con la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad. Era necesario situarlos allí, en ese marco que permite mostrar con claridad y sin eufemismos las ausencias, los incumplimientos, las falencias y los vacíos en los que el Estado decide mirar hacia otro lado. Este contexto no solo explica; también revela la dimensión estructural del abandono.

–A propósito de relatos en primera persona, ¿cuál es tu testimonio como investigadora, ahora que el libro ya está a disposición de los lectores?

–Tanto esta investigación como su adaptación a libro fueron partes de un proceso que disfruté profundamente. Se trató de un material inédito: no encontré otras investigaciones que partieran de los propios actores, y menos aún que esas voces fueran las de niñas y niños. Fue un trabajo hondo, que me conmovió por la densidad y la naturalidad de sus relatos.

En sus narrativas aparecieron, una a una, las temáticas que desde hace tantos años atraviesan al colectivo de la discapacidad, moldeando existencias y creando realidades. Aunque dialogué con infancias, las problemáticas eran las mismas: la invisibilización, la inequidad, la infantilización, la falta de justicia, la desigualdad, los derechos laborales, la maternidad y paternidad, la accesibilidad. Todo eso estaba allí, formando parte de sus vidas, dicho desde la simpleza y la espontaneidad que solo la infancia puede ofrecer, y que sin embargo nos toca las fibras más profundas.

Hablamos de sus trayectorias educativas, de la relación con sus docentes, con sus terapeutas, con sus familias. También imaginaron, desde el juego, cómo les gustaría construir una escuela. Y apareció una pregunta que suele acompañar a todas las infancias: “¿Qué te gustaría hacer cuando seas grande?”. Una pregunta que, curiosamente, suele desaparecer cuando se trata de niñas y niños con discapacidad, como si de ese futuro no se esperase nada. Ellos y ellas, por supuesto, respondieron. Y esa pregunta fue una apuesta política: un modo de desafiar la mirada externa que limita, en múltiples sentidos, los proyectos de vida de las personas con discapacidad.

Sentí, además, la necesidad de incorporar un apartado con las urgencias que expresaban las madres, quienes relataron escenas vividas por sus hijos e hijas. Otras urgencias aparecieron mencionadas por los propios niños y niñas, situando a estas madres como figuras capaces de hacer posible aquello que el afuera no respondía.

–¿Qué deseos te gustaría que se cumplan con este libro?

–Ojalá esta lectura contribuya a que las infancias con discapacidad sean escuchadas, y que esto no se refiera únicamente a la voz hablada, sino también a las múltiples maneras de comunicarse. Es decir, escuchadas de un modo amplio, sensible, atento y respetuoso. Que no se limite esa escucha a la voz hablada, que a veces aparece, a veces no, y muchas veces no alcanza, sino que pueda abrirse a las innumerables maneras en que las infancias se expresan: un gesto, una mirada, un silencio cargado de sentido, un movimiento, un dibujo, una postura del cuerpo, una palabra inventada, un brillo inesperado en los ojos.

Ojalá podamos reconocer que la comunicación oral no es una única vía sino un tejido, un entramado de formas posibles, y que cada niña y cada niño merece que ese entramado sea recibido, interpretado y respetado. Que estas páginas nos ayuden a afinar la escucha, a ampliarla, a volverla hospitalaria para esas voces que tantas veces quedan relegadas o malentendidas.

Que leerlas nos transforme y nos enseñe a acompañar de otro modo posible, allí donde lo humano se vuelve lenguaje en todas sus formas.

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