En ese remanso al que no llegan el oleaje de las barcazas ni el barullo de las capitales, dos muchachitos sin patrón hacen un trabajo serio, sin otra motivación que perseverar en la búsqueda.
Armaron un plan con lugar para la improvisación, ahí donde el tiempo nunca está perdido. La carnada, la caña, la tanza breve fueron el portal de acceso a esa dimensión de incertidumbre y deseo, que fluye libre de horarios.
A lo lejos, se abre paso el afán de un barco pesquero. Finalmente, es el río el que propone, esa inmensidad que hace y deshace.
Una esperanza precaria los cobija mientras los peces les hacen creer que caerán en la trampa. Si no pica nada, queda pegarse el pique a casa y así evitar el mal trago materno que desespera en la espera.
Simples, extraordinarios, los niños recorren una estela que ya fue seguida por otros, desde todas las épocas. De pronto, el hilo se tensa y resplandece el premio mayor: los expedicionarios acaban de pescar un sueño.
Foto gentileza Paranacanvas