Educar, para volver a pensar un nosotros

26 agosto 2025 8 minutos
Redacción

Publicado por La Hendija Ediciones, el libro Educar: saberes alterados II propone reinaugurar un debate urgente a partir de la mirada de 17 referentes en el pensar pedagógico. Compilado por Graciela Frigerio y Gabriela Diker, el material propone conversar sobre qué es educar en tiempos exaltados por el hiperindividualismo y una ciega sed de venganza, en la que los discursos de odio hacia el otro ganan espacio en la opinión cotidiana.

Límite o margen son sinónimos aceptados de la palabra borde, clave en las producciones que orbitan en Educar: Saberes alterados II. Al repasar las aproximaciones de esa noción que se vislumbran en el índice de la publicación, no puede menos que sorprender que haya tantos abordajes para una definición tan elemental de la Real Academia: extremo u orilla de algo.
Hace unos años, los límites de las teorías para comprender los fenómenos educativos que protagonizaban las infancias y adolescencias que vivían en la cornisa o eran empujadas más allá de esas fronteras justificó la premisa de “hacer del borde el comienzo de un espacio para pensar”.
Desde entonces la cultura incorporó un diccionario de crueldad, de exaltación de la vileza, de justificación de la violencia como modo de relación habitual, de aniquilamiento simbólico y hasta físico del que piensa y siente distinto.
El nuevo contexto justificó la aventura de juntarse a conversar y a reflexionar, como un antídoto contra la celebración del odio. En efecto, los autores reunidos en torno a Educar: saberes alterados II, creen en que hay una batalla por dar si se entiende que libertad es abandono, o se vuelve imprescindible levantar banderas contra el racismo y el fascismo y criticar las políticas deshumanizantes. Para ellos, no se puede ser mero espectador si lo que se intenta abolir es aquello que nos fue común. “Nuevamente sentimos que estamos en el borde de lo pensable y en el borde de las vidas”, declaran, al justificar “la apuesta” de “hacer del borde un espacio, un continente, para pensarlo y habitarlo”.
Esta posición explica las escrituras en Educar; saberes alterados II, producidas al borde, en los límites, de la pedagogía, de las políticas, de la escuela.
El libro está ordenado en capítulos. El primero se llama Escrituras al borde de la pedagogía. En él, Gabriela Diker indaga en La despedagogización de la educación contemporánea; Facundo Rodríguez Arcolía explora en Saberes desparramados: el gesto pedagógico como tentativa de hospitalidad; y Humberto Quiceno reflexiona sobre Educar: las transformaciones del conocer.
El capítulo 2 se denomina Escrituras al borde de las políticas e incluye los siguientes títulos: Alteraciones del educar al aprender a aprender (Alberto Martínez Boom); Autores que alteran (Graciela Soler); Saberes alterados y dilemas de la formación universitaria en tiempos de antiilustración (Sandra Carli); y, A propósito de políticas deshumanizantes. Saberes escolares alterados en tiempos de hiperindividualismo y postverdad (Bárbara Briscioli).
Escrituras del borde es el nombre del tercer capítulo. Se encuentran allí los artículos de Daniel Korinfeld (La alteración permanente) y Norma Barbagelata (De alteraciones y tempestades).
En tanto, el capítulo 4 refiere a Escrituras en los bordes del decir (del grito a la narración): Carlos Skliar aborda La pérdida de la narración y la artesanía del recomienzo, mientras Débora Kantor desafía con ¿Qué le importa eso a usted?
El capítulo siguiente se enfoca en las Escrituras al borde de lo escolar. Participan de ellas, Flavia Terigi con (Lo que quedó de) El año que vivimos en peligro; María Silvia Serra con Espacios e infraestructuras escolares. Notas alrededor de su precario presente; y Silvia María Paredes con ¿Escuelas alteradas? Alteraciones de lo escolar por la irrupción de las tecnologías digitales.
Hay un apartado reservado a las Escrituras sin bordes. Los autores allí son Patrice Vermeren con Razón nómada y Graciela Frigerio con Lo irrenunciable. Y, por último, se recupera a Estanislao Antelo con sus Notas sobre la (incalculable) experiencia de educar.

Un acto motor

La presentación del libro Educar: saberes alterados II supuso una paradoja múltiple. En sus páginas, el ejercicio del pensar quedó esculpido, fugazmente detenido, en la escritura de una veintena de expertos, en una dinámica en la que lo aparentemente permanente, lo editado, se vuelve efímero en manos de los lectores que harán fecundar la semilla de reflexión, mientras lo que persiste es insustancial, invisible a los ojos del más sagaz: el acuerdo para continuar pensando en grupo, que se sostiene desde los inicios de lo que fuera el Centro de Estudios Multidisciplinarios y que explora en los tonos de gris que evitan los extremos de la omnipotencia y la impotencia.

Charlar, pero hacerlo con profundidad analítica, parece ser un método que, en la forma en que lo plantea Graciela Frigerio, demanda un compromiso de parte de los interlocutores, en el sentido de que quienes exponen ofrecen una crónica tonificante que los otros pueden completar a su manera, en distintas dimensiones del tiempo y el espacio, en diferentes circunstancias, inmersos en cambiantes rituales de lectura, incluso en directo. Para los invitados, una premisa fundamental es estar dispuestos a desaprender, a aceptar que la experiencia del otro o la manera en que la caracteriza puede ahuyentar una certeza arraigada.

Esta inquietud por los sentidos, tanto por los puestos en evidencia como por los enmascarados, motoriza eventos singulares, como que la presentación del libro tuvo lugar durante un seminario en el que se desmenuzarán los aportes y contribuciones escritas, con la idea de imprimirle movimiento a lo que parece una formulación estática.

Organizado por Graciela Frigerio y Gabriela Diker, el encuentro sucedió el último sábado que tuvo disponible el mes de agosto de 2025, en Sociedad Luz, Suárez 1301, en el barrio porteño de Barracas.

Tras años de trabajo en equipo, Frigerio y Diker han construido una ciudad que se monta y desmonta de manera permanente, en función de la voluntad de sus residentes y visitantes, vinculados por lo que han dado en llamar una amistad intelectual.

Lo interesante es que cada cual con sus nociones, con sus legados disciplinares, con su desapego a los recursos repetitivos del tradicionalismo, con su voluntad de incidir y dejarse influir, con la puesta en práctica de una solidaridad intergeneracional, ayudan a enfocarse en el hecho de que son los sentidos los que dan razón de ser a los proyectos y los trayectos. Y en que esos sentidos se dejan primaverar cuando se está dispuesto a escuchar para pensar y dialogar, no sólo para ver qué contestar o cómo salir del paso. 

En diálogo con Tekoha, Frigerio insistió en la nobleza del oficio del educador y en la necesidad de que los distintos actores recuperen esa potencialidad dialógica, pese a los esfuerzos por volverlo instrumental, por ceñirlo, por burocratizarlo. “Educar no es inhibir, ni bloquear, ni reprimir ni mezquinar; es recibir y transmitir, es ofrecer”, dijo, antes de explicar la relación que existe entre Educar: saberes alterados II, que está siendo presentado en sociedad, y su homónimo antecedente, que saliera a la luz en 2010.

-En quince años suceden muchas cosas, ¿cómo se resolvió retomar el ejercicio compartido del análisis, la reflexión y la escritura?

–En realidad, en todo este tiempo mantuvimos conversaciones, hemos seguido pensando juntos e incluso escribiendo juntos, en muchos casos. Lo que de pronto cristalizó fue la idea de que había pasado una década y media y nos resultó interesante la posibilidad de considerar una vez más tanto lo que los saberes alteran al sujeto como algunas de las infinitas alteraciones que se habían producido en nuestras sociedades, en los derroteros del mundo.

El vínculo permaneció más allá de que habíamos disuelto el Centro de Estudios Multidisciplinarios, en una decisión muy elaborada; habíamos concluido la etapa de Del Estante Editorial, y habíamos pasado todo lo producido a La Hendija, entendiendo que se trata de algo más que una editorial. Así como ellos mantuvieron disponible este material, fue natural que con ellos editemos esta nueva producción.

–¿Un libro es la continuidad el otro, a 15 años vista?

–No necesariamente. De hecho, los autores no estuvieron obligados ni se les sugirió retomar lo escrito con anterioridad. La convocatoria ahora fue a compartir las preocupaciones que la actualidad impone a un pensar sobre la alternación del mundo, la alteración de los saberes y la relación entre la alteración del mundo y las alteraciones del saber.

–Entre uno y otro libro, se han producido ausencias significativas…

–Ha habido ausencias involuntarias. Hemos perdido, en el sentido de que han fallecido, amigos y colegas. Uno de ellos es el caso de Estanislao Antelo, a quien dedicamos este libro. Él fue un pedagogo argentino que sigue siendo, por decirlo de alguna manera, desde la perspectiva de que dio a pensar y sigue haciéndolo. Lo apreciábamos muchísimo, compartimos numerosas iniciativas.

En el mismo sentido, lamentamos otras ausencias, a las que hemos homenajeado y honrado en distintas circunstancias, como la de Laurence Cornu: en todas las producciones de Del Estante había algo de lo que Laurence elaboraba.

También extrañamos muchísimo a Horacio González, que siempre estuvo próximo, en una amistad intelectual que encontró cobijo en los numerosos seminarios internacionales que el CEM organizó.

–Relataste que el vínculo entre los integrantes del equipo se mantuvo activo ¿cuándo empezaron a plantearse la idea de construir un libro como este?

–El impulso original surgió junto a Gabriela Diker, coautora de la institucionalidad que nos agrupa, con quien mantenemos una amistad intelectual preciosa. Fue hace exactamente un año. En general, estos proyectos nos llevan un tiempo, desde que se enuncia la idea, se sintonizan las posibilidades y se debate lo que nos gustaría hacer.

En la puesta en común con los colegas fuimos encontrando los acuerdos para hacer un libro, para volver a pensar juntos. Una vez que la tarea estuvo concluida insistimos en la estrategia de tender un puente entre lo escrito y la puesta en común, lo que tendrá lugar en el seminario.

–Justamente, ¿qué relación existe entre el libro como objeto y lo compartido en los seminarios?

–Para nosotros, se justifica que las dos propuestas sean encaradas. Hay una cierta independencia en los autores por lo que lo escrito no tiene por qué espejarse en las intervenciones del seminario; incluso, se puede discutir la propia producción. La idea es poder conversar con quienes comparten la exposición, pero también con quienes asisten y participan.

De manera que decidimos recrear aquello que nos gusta hacer: encontrarnos con otros, escribir, conversar.

–Cuando observás los dos volúmenes, separados por quince años, ¿prevalece la sensación de que dan cuenta de distintas épocas o de que podrían leerse de manera integrada para comprender un período mayor?

–Ambas cosas a la vez. Sin duda, hay una continuidad en la producción de los integrantes del grupo, si miramos el panorama desde las biografías intelectuales en las que aparecen lo que vamos investigando, pensando, transmitiendo, no hay presente sin un antes.

Además, lo que se elabora lleva la marca de una preocupación, de un acento, de una zambullida sobre algunos de los aspectos que venimos trabajando. Los números uno y dos del mismo nombre en la tapa de los libros da cuenta de que se trata de un nuevo volumen, no implica un orden de lectura. Marca, en todo caso, la continuidad del esfuerzo por perseverar en el pensar. No nos resignamos a renunciar a pensar.

Y a la vez hay algo del orden de las novedades, en la forma de plantear algunos temas o en la aparición de otros, originalmente no contemplados, que los tiempos han impuesto.

–Terminada la tarea de cada autor, ¿con qué criterio recibieron una ubicación en el libro?

–Es cierto que un libro debe estar organizado y, a su vez, que el seminario da la chance de reorganizar el índice del libro. Con todos estos amigos intelectuales de larga data hemos conversado sobre lo que venían pensando y a qué asuntos querían referirse, sin imponer una agenda de pensamiento. Luego, por asociación, por proximidad, definimos una manera de cohabitar en el libro. Por supuesto, cada autor tiene sus señas de identidad, sus referentes teóricos, sus énfasis. Luego, al momento del seminario, también es interesante ver cómo organizar las mesas para que el diálogo pueda fluir, para lo cual solicitamos la intervención de otros colegas para que se sumen e inviten a la conversación después de cada exposición. De manera que el seminario en relación al libro habilita un ejercicio de reconfiguración, que se integrará a otras que sólo podremos describir cuando el seminario termine y cuando los ecos del libro empiecen a llegarnos.

Lo valioso es que todos los autores invitados a ser parte de este libro nuevo creemos que es buenísimo perseverar y sostener conversaciones profundas sobre lo que altera, es decir, lo que alteró la sociedad, lo que esto altera en las relaciones de saber y en cómo en parte se expresa en lo escolar.

Es un trabajo precioso que nos generó colectivamente un gran entusiasmo, nos alegró esta aventura. Nos encantó además que La Hendija estuviera desde el vamos dispuesta a acompañar con la realización del libro como tal.

–Cuando repasas la producción del CEM, ¿qué sentís respecto de la vigencia de los contenidos?

–En principio, que sostienen debates necesarios. Es lo que pienso, pero además es lo que nos devuelven los lectores, las lectoras, lo que se pone de manifiesto cuando compartimos ciertas perspectivas.

Con pudor, pero resaltando el trabajo en equipo realizado, creo que en el Centro de Estudios Multidisciplinarios hubo una puesta en juego, una apuesta a pensar cuestiones que hacen a la educación y que tienen unos rasgos de identidad que nos permiten afirmar la riqueza de lo producido y confirmar que queda mucho a pensar aún. Lo que tiene vigencia en tal caso es lo vivificante del pensamiento.

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