Erotoñal, para correr el velo de los prejuicios

26 octubre 2025 9 minutos
Redacción

En el libro Erotoñal, Elena de la Aldea busca desvincular el erotismo de aquellas ideas que limitan su ejercicio en la vejez. Lo que propone la autora es comprender el deseo como un componente inherente a la condición humana, cuya manifestación dependerá de la personalidad, gustos, necesidades, preferencias, orientación sexual, identidad de género y condición de salud de cada persona mayor.

El mundo de Elena de la Aldea está menos delimitado por geografías que por experiencias con personas concretas. Sus mapas vitales son un registro de la existencia de amigos, con los que ha compartido la vida, en el cruce donde respiran el pensar, el sentir y el enseñar. Ese vínculo humano que establece es una corriente marina que la conduce a conocer descentrándose, aparentemente sin plan; sin embargo, enfocada, fértil. Con los años, ha desarrollado un oficio de escucha sustantivo, que le permite seleccionar temas de interés, a los que luego le aporta problematizaciones fundamentales.

Desde esa tónica produjo Erotoñal, en base a la recolección de una documentación que le llevó un cuarto de siglo y que emprendió sin apuros. Referido al erotismo, la sensualidad y la sexualidad en la vejez, el libro que publicó La Hendija Ediciones, se fue armando en la confluencia de los testimonios que Elena de la Aldea registró en su calidad de psicóloga y de docente de grado y posgrado y en diálogo con sus lecturas y su propia experiencia.

La autora, que es una referente en lo comunitario, el trabajo en equipo y los cuidados, quiso saber qué les pasa a personas que, por la edad que portan, quedan fuera de las categorías del marketing que impone la sociedad de consumo respecto del goce erótico.

No le era desconocido a Elena de la Aldea que una estigmatización sobre la vejez ha promovido una serie de prejuicios negativos que generaron una imagen asexual de las personas mayores. Los testimonios recogidos en todo este tiempo le dieron hondura a los planteos y permitieron que el análisis se zambulla en dimensiones profundas y cotidianas del problema.

Se preguntó por qué se asume a la vejez como una etapa deficitaria en la cual el goce erótico deja de ser una alternativa. No se conformó con identificar posibles razones tales como la pérdida de la función reproductiva, los cambios fisiológicos y la eventual afectación de la salud, la imposición de roles sociales y la naturalización de que el desinterés sexual o la ausencia de deseo son propias de esta etapa, lo que puede llevar a mirar el cuerpo envejecido como no deseable o antiestético, sea por la aparición de arrugas, por las canas o por la pérdida de tono muscular. Fue más allá: intentó desenredar la madeja cultural que empuja a opacar el deseo, el goce sensual, los estímulos diversos de la sexualidad.

“El filósofo Byung Chul Han sostiene que hemos perdido la hospitalidad erótica: compartir sin apuro, con tiempo suficiente, sin sentido de la eficacia y sin búsqueda de resultados, en contemplación, atentos al otro”, señaló a Tekoha, al marcar una perspectiva desde donde asomarse a un problema que se extiende, al ritmo del crecimiento de las expectativas de vida de la población.

Un tramo de Erotoñal ayuda a hacerse una idea de la perspectiva de análisis de Elena de la Aldea. “En la vejez, la vergüenza toma nuevas formas. El cuerpo ya no es joven, ya no responde como antes. Está marcado por el tiempo, por nuestra vida. Y, aun así, la vergüenza permanece. El deseo de ocultar, de cubrir lo que ya no se ajusta a los cánones de lo ‘adecuado’, lo ‘deseable’, sigue presente. Como si el cuerpo tuviera que pedir perdón por existir, por desear, por seguir teniendo su lugar en el mundo. Pero, al mismo tiempo, hay momentos de desafío. Momentos en los que el cuerpo se muestra, pese a todo. Porque el deseo sigue ahí, porque el mar, la vida, siguen llamando”.

–Los imaginarios suelen verse influenciados por los estereotipos de la sociedad de masas ¿Qué lugar le asigna la cultura dominante al erotismo en general y consecuentemente al erotismo en la vejez?

–No soy experta en los análisis actuales de los imaginarios de la cultura en la sociedad de masas. La sensación que tengo a través de la práctica cotidiana, los ejemplos concretos y lo que veo de las publicaciones es que el erotismo en general no tiene mucho lugar. Y el erotismo de la vejez, menos.

Si le presto atención al contenido de las canciones, a lo que sugiere el tipo de música que se escucha y lo que me comparten los pacientes que concurren a mi consultorio, veo que la aventura de enamorarse, de erotizarse, está fuera de las prácticas habituales; el placer no está enfocado a la contemplación de lo que el otro provoca en mi sensorialidad. Noto que la acción de los sentidos está muy limitada en su riqueza. Se valoran las ideas, las propuestas, eso a lo que el otro se dedica, pero no siento que se experimente el placer de la sensación, el disfrute que se origina en el cuerpo sintiente. Mucho menos en la vejez.

Soy de tener la oreja parada y en los comentarios que la gente hace ni siquiera destacan el impacto sensorial de cuando acarician una mascota. La verdad es que de esa sensualidad no se encuentra mucho. Las personas suelen registrar que una chimenea, por ejemplo, les da calor o que hay frío en un ambiente, pero en sus referencias no aparece el disfrute de la sensación que se pueda provocar.

–¿Qué contiene el libro? ¿Cómo está organizado? ¿Hay un plan sugerido para internarse en él?

–No sugiero ningún itinerario de lectura. Ante cualquier ejemplar, me fijo en la materialidad del objeto: en el libro real, en su tapa, en tu textura, en el tamaño de las letras. Luego, lo primero que hago es repasar la bibliografía. Después lo que dicen del autor y la explicación de lo que hay en el libro. Después, voy por el prólogo o la introducción. Por eso no sugiero un orden de lectura porque cada uno tendrá el suyo.

El libro contiene reflexiones sobre conceptos como erotismo, sensualidad, placer; la historia de la sexualidad y la vejez; muchas anécdotas personales y de personajes renombrados de la Historia.

No voy mucho al cine, no tengo televisión ni radio. En Youtube suelo buscar conferencias o entrevistas que le hacen a pensadores que me interesan o a músicos. En cambio, hablo con mucha gente, estoy muy atenta a lo que dicen. Los escucho con todos los sentidos: esa es mi principal fuente de información. Así, al dialogar con mi formación y experiencia fueron surgiendo los textos que componen el libro.

El material está organizado así, con un desarrollo del tema en general, con una lectura histórica y cultural y numerosas entrevistas. Y puede ser leído en la forma convencional, de a saltos, en diagonal, de atrás para adelante.

–¿De qué hipótesis partiste?

–Que era un tema no tocado. Desde hace tiempo estoy trabajando en este libro, desde el cambio de siglo.

Mucha gente puede contar la experiencia de pasar de década; algunos menos, de entrar a otro siglo; pero atravesar otro milenio le ocurre a muy pocas personas, si se piensa bien el tema. Aquella vez, en una casa que ocupo durante los fines de semana, organizamos una reunión apoteótica, que duró cuatro días y cuatro noches. Entraban y salían amigos, gente de los lugares del mundo donde tengo amistades y que habían venido a saludar a sus familiares argentinos. Desde ese entonces ya estaba trabajando en estos asuntos. En todo ese periplo, tal vez durante una década, hice entrevistas a personas mayores y a jóvenes que trabajaban con adultos mayores en distintas partes del mundo, algunas individuales, otras grupales. Daba talleres y aprovechada luego a los asistentes que se mostraban interesados.

Otra hipótesis es que el tema era de abordaje imprescindible porque además formo parte de la población a la que está dirigido el libro. Fue interesante participar de ese diálogo con los otros, para compartir mi experiencia sobre las situaciones referidas al erotismo, a la sexualidad.

Francamente, nunca experimenté ser rechazada por ser una persona mayor, pero sí a veces me he preguntado por qué no me miran de una forma más codiciosa, por decirlo de una manera graciosa. De hecho, no me doy cuenta que soy una persona mayor, al menos no con la claridad que lo pueden estar advirtiendo las personas que interactúan conmigo. En el libro aparecen situaciones como estas, en un sentido y en otro.

–¿Cómo se produjo la documentación?

–Unos años atrás vino una amiga a ayudarme a ordenar. Tenía cajas con recortes de revistas nuevas y antiguas, argentinas y del exterior, encuestas sobre el tema, notas sobre cómo ha ido cambiando el lenguaje para abordar un problema que básicamente sigue siendo el mismo. Todos estos insumos fueron incorporados.

Recuerdo una situación en que jóvenes en una plaza le gritaban a adultos mayores que estaban haciendo gimnasia: no nos gasten el oxígeno que nosotros necesitamos para vivir; en fin, postal de una convicción inhumana según la cual los adultos mayores son población de descarte. Hay un rechazo a lo viejo que flota en el aire. Me pareció curioso porque personalmente no me sentía para nada descartable, pero lo cierto es que en las entrevistas aparece muchas veces eso de tener vergüenza del cuerpo o de no sentirse deseada o deseado.

Con todos esos recortes más las entrevistas, las estadísticas oficiales y mi propia experiencia fui armando la documentación.

–¿Cuándo consideraste que estabas en condiciones de empezar a escribir?

–En 2023 el libro empezó a tomar forma dentro mío. Ese año fui a visitar a una amiga, a Canadá; ella tenía 85 años, estaba enferma de Parkinson, hacía rato que ya no daba clases. Unos días después de mi regreso, falleció. Y ahí se me puso que antes del fin de ese año debía tener al menos un borrador.

Ahí entra en escena la persona de la que ya hablé, muy ordenada, conocedora del tema, además. Ella me ayudó a organizar por temas los materiales recolectados. Desde ese horizonte me prepuse que el 30 de diciembre de 2024, debía estar en la editorial un primer texto definitivo. Le dediqué un año a trabajar, ordenar y reordenar, escribir, tachar, agregar, unir fragmentos. Cuando creí que estaba listo le pregunté a Claudia Perlo y ella me sugirió a La Hendija Ediciones. Hablé con gente amiga de Paraná y también la recomendaron. A ellos les interesó y estuvimos meses corrigiendo y recorrigiendo. Y acá estamos.

–¿Qué tan rico fue el proceso a nivel personal?

–Riquísimo. Escribirlo fue una experiencia muy buena, sobre todo porque pude cumplir con mis propios propósitos, en el sentido de que hubo un cronograma de trabajo que se cumplió en lo formal y en lo sustancial. Fui mostrando el material a gente de confianza y fui incorporando sus sugerencias

–¿Cómo surgió la poética del título Erotoñal?

–Apareció el primer día, apenas me puse a pensar en el tema, hace unos 25 años. La carpeta donde guardaba los archivos ya se llamaba así. Es clara la referencia al erotismo de otoño.

–¿Cómo la problemática fue haciéndose un lugar en tus inquietudes de reflexión?

–Siempre me gustaron muchísimo las personas mayores. Me interesaron. Mi abuela era un personaje idolatrado para mí. Se llamó Valentina Guerrero. Era una mujer maravillosa que se cruzó a Francia con sus seis hijos. Mi mamá era la mayor, con 11 o 12 años. Allá la educación era gratuita. Siempre se quejaba. Preguntaba por qué ella tenía que lavar la ropa de la patrona cortando el hielo del río y sus hijos no podían ir a la escuela. Yo nací en 1938, mi mamá era de 1919. A Valentina los franquistas le cortaron el pelo, como castigo por ser comunista. Son muchas las anécdotas; era un personaje maravilloso.  Inspirador.

En fin, siempre me gustó la gente grande. Luego, al ver todo lo vinculado al rechazo y la dificultad para incluirlos, esa necesidad de ocuparme de ellos se fortaleció. Qué disparate: cómo no vamos a tener sexualidad. ¿Qué es esto, una propiedad de la que se nos priva de un momento para otro? No, no puede ser. Así que en las inquietudes de reflexión aparece el recuerdo añorado de mi abuela, la suerte de los adultos mayores y la mía.

Hace unos días, una señora me dijo: usted debió haber sido hermosa de joven. Por qué de joven, le retruqué, riéndome. Y sí, cuando tenía pocos años todo me molestaba de mí. No me sentía una mujer hermosa; ahora sí. Antes me ponía camisas largas para que no se me notaran las caderas. ¡La nariz! Recuerdo en un viaje de estudios: aparezco toda tapada: tenía muchos más problemas con el cuerpo que ahora. La vida es así; hoy me produce mucha gracia.

–¿Qué tipo de contribución puede hacer el libro a un cambio en la conciencia?

–Creo que puede hacer buenos aportes porque hay muchas situaciones concretas abordadas, todo tipo de ejemplos, de variaciones y también un abordaje analítico de los temas. Por fuera de lo puntual, apunto a recuperar la diversidad de la experiencia, la pluralidad de la cultura, para que todo el mundo pueda lo que pueda y de la mejor manera, no importa el aspecto físico, el color, la altura, las opciones sexuales. La cultura se enriquece por la heterogeneidad; evolucionamos por la capacidad de fluctuación, de redundancia, por no fijarnos objetivos rígidos, por aceptar la conducta aleatoria, por la incoherencia, por la certeza de lo inacabado y por la lentitud. La naturaleza se mueve en base a esos criterios desde tiempos inmemoriales; es lo que la vuelve robusta. En el otro extremo es donde estamos: perfecto a la primera impresión, rápido y barato parece un sinónimo de mejor. Y la evolución es otra cosa. Por eso estamos así. La eficiencia es nuestra catástrofe.

Por lo tanto, todo espacio que se proponga rescatar miradas que están siendo rechazadas es una contribución, chiquitita por cierto, pero una contribución al fin, de esas que valen la pena.

Deseo que el lector se acerque al libro sin miedo: nada de lo que está allí le hará daño alguno. Sólo beneficios le traerá. Riqueza. Con salir de la lectura menos prejuiciosos, ya ganamos.

–¿Qué lugar ocupa este libro en tu trayectoria?

–Visto en perspectiva de lo ya producido, Erotoñal forma parte de un continuum, aunque de manera más acotada. Siempre como parte de equipos interdisciplinarios e internacionales he pensado las violencias, las transculturas, la segregación y la discriminación; por otro lado, he estado reflexionando durante 35 años sobre las prácticas comunitarias, que los encierros de la pandemia por Covid vino a potenciar. Todos esos encuentros han enriquecido mi mirada. Multiplicaron mis puntos de vista.

Erotoñal refleja esta forma de trabajo coral, aunque esté concentrado en un área acaso más específica.

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