Filosofía del presente, así en el aula como en redes sociales

13 mayo 2025 7 minutos
Redacción

Una existencia de periódicas refundaciones ha decidido vivir Angelina Uzín Olleros. El pensamiento crítico, la política de alto relieve, el faro de los derechos humanos y la reivindicación de las mujeres han sido pilares para esta intelectual inconformista. En la entrevista repasa sus ideas sobre la cultura presente y el carácter de sus producciones que van de los papers académicos y los libros, a los programas de radio y los contenidos para redes sociales.

Angelina Uzín Olleros es una mujer inquieta. La buscan para distintos proyectos y ella acepta. No es de esquivar desafíos ni de hacer las cosas a medias. Le gusta vivir así. Hay un tipo de urgencia utópica que la mueve a no esperar que estén dadas las condiciones ideales: las promueve. Ese apremio es una especie de adrenalina intelectual y política: no piensa y escribe tanto para la historia o la academia como para las circunstancias, más allá de que cada uno de esos episodios va modelando una trayectoria de compromiso, en el sentido moderno del término, en el que confluyen los ríos ciudadanos del deber, de la disponibilidad y de la responsabilidad.

De hecho, mientras la escena de la entrevista se va configurando, desde el teléfono Uzín Olleros se compromete a reflexionar por escrito sobre el fetiche predilecto de la nueva derecha: el mote de zurdo, marxista, izquierdista, comunista que se blande contra cualquiera que ose expresar una diferencia. No es raro que crea ver en los aportes de un filósofo, dramaturgo y novelista francés que conoce muy bien la mejor estrategia para referirse al tema, ya que es autora de Introducción al pensamiento de Alain Badiou y de Badiou fuera de sus límites.

“En principio, soy docente y escritora”, dirá, escuetamente, cuando se le consulte por su vasto curriculum vitae. Además del dictado de clases, las cuatro décadas de trabajo en las aulas incluyen la edición de tesis e investigaciones. Uno de ellos es Aguafuertes filosóficas. Los verbos que debemos conjugar para habitar el mundo.

En paralelo, tiene una relación activa en distintos medios de comunicación, cuyas colaboraciones terminaron siendo un libro: Mujeres espaciales es un ejemplo de ello. Luego, autobiográfica, atada a la propuesta de construir memoria que en otro plano derivó en Genealogía del recuerdo, escribió La vigilia descalza, una galaxia de mujeres próximas sin astro rey.

En sus aventuras comunicacionales paseó su elenco estable de pensamientos en acción por distintos programas de radio. En la necesidad de buscar su público se internó en las redes sociales, sin preocuparse por lo que los gurús digitales tenían por bueno. Esa persistencia la acercó a personas diferentes a las que cruzaba en las aulas y en seminarios.

Buscó crear una nueva comunidad. Tiró semillas, oxigenó almácigos, regó perspectivas, presentó autores que podían ayudar a entender el presente. En fin, emprendió, apostó, trabajó desinteresadamente con el afán con que la mitad de la humanidad piensa en sacar provecho de todo. Y de tanto en tanto recogió los frutos.

La presentación de sus publicaciones han sido eventos recordados y concurridos. Han tenido el donaire de su actitud, la calidez de terciopelo de su expresión oral, sustentadas en ideas firmes que está dispuesta a defender. En estas ceremonias, sus afectos han estado atentos al más mínimo detalle, como si fueran parte del mismo equipo.

Hasta que una mañana de abril, disciplinadamente anárquica, accedió a mirar a trasluz la vida que eligió. Y a transformar lo visto en relato.

—En perspectiva, ¿hay nervios que unen la producción?

—Sí, es una filosofía del presente. En otras palabras, un pensamiento situado tomando pensamientos de distintas épocas que nos ayudan a interpretar, comprender e interpelar el mundo que vivimos.

Organizando material, encontré artículos que escribí en la década del ‘90. Uno se llamaba Derechos humanos, la temática ausente. Con la crisis del 2002, cuando se quitó la semana de la memoria, hice una reflexión al respecto.

Derechos humanos es una cuestión que atraviesa la problemática del sujeto de derecho y que junto con la posmodernidad son nociones que estuvieron presentes en mi formación. Sorprendentemente, todo eso que leí hace 30 años está ocurriendo.

—Sobre los libros en donde las mujeres son protagonistas, ¿cuándo te convenciste de que había material suficiente para emprender una serie de esas características?

—Siempre me ocupé de las temáticas ausentes en el ámbito de la educación en general. Cuando hice mis prácticas en el profesorado ahondé en los vacíos de la enseñanza secundaria. En ese entonces me preguntaba por qué no había filósofas en la formación docente. Es una inquietud que no logré que se incluyera de manera formal en las carreras de grado.

El área de extensión de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Entre Ríos me ha invitado a participar de sus actividades. Armé una propuesta de 4 encuentros dedicados cada uno a una filósofa.

El desafío es pensar qué se puede decir de nuevo en este presente donde está bastante difundida la historia de las mujeres. Silvina Ocampo está siendo rescatada del olvido, pero hay otras. El rasgo positivo es que hay huellas culturales que rescatan la figura de las mujeres.

—¿Ese ejercicio de memoria te llevó a confirmar pensamientos que tenías por ciertos o enriquecerlos?

—Ambas. Hace poco estaba haciendo memoria, valga la redundancia, de una cátedra de Estética allá por 1982. Yo quería hacer una monografía sobre Lola Mora, pero en ese momento la profesora me dijo que no. Creo que la subestimaban. Lola Mora está presente en mis artículos. Incluso hoy hay personas que no saben quién es. Eso me llamó la atención. Hoy, el caso más cercano y notable es el de Teresa Ratto. Aquí hay un hospital con su nombre. Una da por sentado que se conocen cuando no es así.

Pude comprar un libro olvidado de Alfonsina Storni que reúne textos que ella escribió como periodista. De hecho, la historia de amor que tuvo con Horacio Quiroga está en mi canal de YouTube.

—¿Qué tanto influyeron las mujeres de tu vida?

—Cuento algo de eso en La Vigilia Descalza. Mi mamá quedó viuda muy joven y todas sus amigas también lo eran. Crecí rodeada de mujeres solas que no tenían pareja. Las escenas se repetían. Las escuchaba hablar mientras tomaban el té.

Mi abuela materna, Juana, vivía a pocas cuadras de mi casa y con mi madre hablaban por teléfono por horas. Yo pensaba por qué no va directamente a la casa si le queda cerca. Son prácticas que ya no existen de esa manera.

En esa época criticaban a las viudas si la veían con una compañía masculina en el espacio público. Esa soledad las llevaba a una nostalgia de no animarse a tener otra vida, otra pareja, un compañero.

—Vivís produciendo en las redes…

—Cuando me jubilé como docente sentí que iba a desaparecer. La pandemia reforzó mi necesidad de comunicación. Las redes sociales son herramientas interesantes que nos permiten llegar a públicos que de otra forma no llegaríamos.

El proyecto de Las sofistas surgió por streaming y YouTube.

Estoy mucho tiempo en Instagram. En los comentarios me dicen “usted prometió continuar con bell hooks”. Me siento es esa obligación. No me alcanza la vida para todo lo que quiero hacer.

Siempre fui muy anarquista. No tengo autoridad en el sentido de los consejos que te dan (hablá poco, rescatá  una frase), hago mi trayecto y sé que a alguien le va a llegar. Se valora lo que cuesta, tiempo y atención. Que el que esté interesado no tenga que pagar por escuchar.

—¿Cuáles son tus planes?

—Voy a continuar en redes, quiero volver a tener el programa radial y estoy trabajando en posgrado dando seminarios. Comencé con el Doctorado en Filosofía en la Universidad Nacional de Rosario. Soy coordinadora académica en la Maestría en Género y Derechos que dirige Rita Segato. Este año abrimos la segunda cohorte.

Tengo tanta energía que siempre sobrevuela esa sensación de que no me va a alcanzar el tiempo para hacer todo lo que tengo ganas de hacer.

—¿Qué pensás de la época que te toca vivir?

—Está siendo muy atacado el campo de lo simbólico. Por eso, mi humilde aporte es hacer correr la palabra y poner en cuestión debates que nos enriquezcan socialmente. Me interesa de modo particular el rescate de lo propiamente humano, más allá de la urgencia de lo material concreto. Si nos quitan la esperanza o la ilusión de crear algo nuevo asistiremos a la claudicación de lo humano.

—¿Tus palabras son herederas de la modernidad?

—En un artículo para El Diario que titulé La teoría del desencanto escribí sobre una serie de intelectuales que venían planteando el fin de la historia, el fin de la modernidad, el fin como fracaso. Franco Berardi va en ese camino.

En ese hilo, mi próximo libro será Epistemología del desorden. El reto es retomar el concepto de política en su esencia, que no sea confundida con su simulacro. La política más bien entendida como la acción en común, y aunque suene cliché, por un mundo mejor. Creo que eso es posible.

—Hay una especie de desconfianza en todo lo que no sea inmediato…

—Las cosas no se dan rápidamente o porque sí, sino que son producto de acuerdos. Es resultado de la espera, la paciencia, el esfuerzo, el abrir surcos. La educación como proyecto es exactamente eso. Se me viene a la cabeza El sembrador, el símbolo de la Escuela Normal de Paraná.

El jardín es una gran metáfora. Florece y cumple ciclos, hay que cuidar sus plantas, remover la tierra y refertilizarla. Hemos contaminado nuestro planeta, lo sintético ha reemplazado a lo orgánico y eso, aparentemente instrumental, ha hecho cambiar la forma de pensar a tal punto que parece no tener sentido cuidar de un cactus que, con suerte, florecerá sólo un día al año.

En el campo de la ideas, no hay que renunciar a la crítica y la reflexión del pensamiento.

En un presente caracterizado por la banalidad del mal, como diría Hannah Arendt, y la tilinguería, es necesario diferenciar la paja del trigo. Lo que vivimos a diario es la confirmación de que la opinión no tiene ningún fundamento. Pareciera que estudiar o saber sobre un tema es un delito socialmente penado: el tribunal son los medios masivos de comunicación y los jueces, muchos de nuestros dirigentes políticos y sociales. No es un problema de perspectiva teórica: todo se analiza a la ligera. Así no hay lugar para los debates serios, con posibilidad de disentir sólidamente.

Ahora, no hay que bajar los brazos ni darse por vencido. Todos podemos dar algo. Un gesto, una palabra. Siempre. Somos necesarios. Tenemos que decidir qué dar y animarnos a renunciar a ciertas cosas, no de forma patológica, deprimente, sino como condición elemental de toda idea de convivencia.

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