Sólo en los manuales la democracia es un fenómeno preexistente. En el día a día, en su gestión intervienen lo que hacen los ciudadanos y los dirigentes. El papel de la comunicación digital, la desmovilización de los partidos, la desactivación de los espacios de pedagogía política y los modelos de relación que se promueven desde el poder fueron analizados por el politólogo Gustavo Tarragona.
Del recitado del preámbulo de la Constitución al que se vayan todos, de la convicción hacia la expansión de derechos al voto bronca, el péndulo de la sociedad argentina ha visto cómo se destiñeron los enunciados democráticos.
Los sondeos de opinión confirman las sospechas: en los ciudadanos promedio ha encontrado cobijo el desasosiego, el malestar que angustia, la frustración que violenta, el impacto de la pobreza extrema, la apatía electoral, la inseguridad en un sentido amplio.
El credo democrático se ha resquebrajado en el tiempo, no luce firme el puente que conecta la institucionalidad con los modos de vida de buena parte de la comunidad. Lo que ocurre es que esas ideas y percepciones del entorno remiten a los logros y desaciertos en una temporalidad cierta y determinada.
Se mantienen firmes las elecciones periódicas como fuente de legitimación de las autoridades, pero tambalea el resto de los rituales propios de la institucionalidad democrática. La extrema polarización de las posiciones y las dificultades para debatir asuntos de la agenda pública y lograr acuerdos duraderos, se combinan con el ataque al adversario como táctica.
Para ver cómo se hace política en una época en que ha pasado a ser una mala palabra, entrevistamos a Gustavo Tarragona, director de las carreras de Ciencia Política y de Relaciones Internacionales en la Facultad Teresa de Ávila, de la UCA.
–Se ha presentado a Javier Milei como un outsider de la política, ¿hasta qué punto ha innovado y hasta qué punto reproduce patrones de construcción política ya conocidos?
–La palabra outsider en política comenzó a utilizarse en la década de los 90, cuando figuras provenientes de otros ámbitos, como el de la cultura y de las empresas (por ej. Mario Moine en Entre Ríos, Palito Ortega en Tucumán y Lole Reutemann en Santa Fe), frente al creciente descreimiento de la ciudadanía hacia los políticos, los partidos políticos y de la propia política, comenzaron a incursionar en ella. Creo que un momento de quiebre en la relación entre política y ciudadanía la encontramos en 2001, cuando una porción importante de ciudadanos pedía “que se vayan todos”.
En ese sentido, se puede decir que el fenómeno Milei no es totalmente nuevo para la política argentina, sino que ha habido experiencias de la misma naturaleza.
Tampoco es novedoso el estilo de construcción política de Milei, ya que ese proceso tiene todas las características de ser un fenómeno populista, en la medida que plantea una relación directa entre él y sus seguidores, prescindiendo en general de los partidos políticos y estableciendo un contacto directo con sus votantes. Por otro lado, debe ser uno de los pocos casos en el mundo que un político inexperto y sin un partido político constituido se transforma en presidente de un Estado. A esa situación se le agrega un escaso peso tanto en la Cámara de Diputados como en la Cámara de Senadores y ningún gobernador aliado.

–El fenómeno tiene distintas dimensiones, pero, ¿qué es hacer política hoy? ¿Hay una única acepción o se hace distinta política según las circunstancias y las jurisdicciones (nacional, provincial, municipal)?
–Es indudable que la política de hoy no puede entenderse sin la creciente importancia de la comunicación. Podríamos decir que la comunicación se ha vuelto una de las facetas y actividades más importante de la política del siglo XXI. Y más aún, gobernar es comunicar. Si en el siglo XIX, Juan Bautista Alberdi sostenía que gobernar es poblar, en este siglo podemos decir que gobernar es comunicar. En este sentido, la política territorial sigue teniendo importancia, pero cada vez más en declive. Así, muchas decisiones que impactan a nivel nacional, provincial o municipal se toman a varios miles de kilómetros, globalización mediante. Actualmente, es cada vez más relevante el papel de los medios de comunicación y, más especialmente, el de las redes sociales.
–¿Los grupos dirigenciales se muestran creativos a la hora de mantener el vínculo con sus seguidores o la dificultad de dar respuestas por falta de recursos les lima la autoridad para conducir?
–Las dirigencias se dividen entre aquellas que siguen entendiendo a la política en el sentido tradicional del término y aquellas que se han aggiornado a los nuevos tiempos y desafíos de la política. Desde siempre hacer política significó contar con recursos, llamensé económicos, financieros, estructurales u organizacionales, pero también contar con los simbólicos.
Existe también otro fenómeno de la política actual, que tiene que ver con un debilitamiento de la idea de autoridad. En este sentido, el reto es volver a reconstruir la autoridad necesaria para conducir.
En otras palabras, la política más allá de sus transformaciones, continúa siendo autoridad, liderazgo.
–¿Por qué cree que se ha afectado el vínculo entre los ciudadanos y la política? ¿Hasta qué punto se dañó la relación? ¿Puede reconstituirse?
–Hay varias hipótesis, pero una de ellas sostiene que el vínculo entre gobernantes y gobernados se ha visto debilitado y se ha visto dañado seriamente en la medida en que los gobernantes ya no representan los intereses de los gobernados o, para decirlo en otros términos, es como que los representantes han privilegiado fundamentalmente sus propios intereses en detrimento de los intereses de los representados. En la mayoría de las democracias del mundo existe una creciente desafección de los ciudadanos para con la política.
Existe un creciente desinterés de la ciudadanía por la política, de eso nadie duda. A grandes rasgos, se ha instalado la idea de que es una actividad ligada a la búsqueda de intereses particulares, de riqueza, de reconocimiento.
–¿Cuál es la realidad de los partidos políticos, los tradicionales y los nuevos, como LLA?
–En este contexto de desafección, los partidos políticos se han venido desdibujando, debilitando. Tradicionalmente hablando, fueron concebidos como instrumentos de creación de ciudadanía y como medios para canalizar las demandas de la sociedad hacia el Estado. Además, son organizaciones capaces de formar a futuros dirigentes para ocupar cargos en el Estado.
Analizando el funcionamiento de los mismos podría decirse que muy pocas de estas funciones son cumplidas por los partidos políticos de hoy en día. Por lo tanto no es de extrañar que en la mayoría de las encuestas los partidos aparezcan como muy poco confiables.
Si esto es así, entonces, estamos ante un verdadero y complejo problema político, porque la democracia contemporánea es una democracia partidista. Por lo tanto, si los partidos políticos no funcionan cómo deberían se profundiza su crisis y la creencia de que el régimen democrático es el mejor de los regímenes políticos posibles.
Así, no es de extrañar la proliferación de fenómenos políticos populistas, tanto de izquierda como de derecha, que se han venido dando en diferentes sistemas políticos del mundo en los últimos 10 o 15 años: Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, Georgia Meloni en Italia o Víktor Orbán en Hungría.

–Hay poca militancia partidaria (grupos de estudio y debate), ¿pasa lo mismo en las vecinales o ONGs? ¿A qué se puede deber?
–Un sector de la sociedad argentina se caracteriza por una cierta pasividad, por un escaso involucramiento en las cuestiones políticas, a diferencia de lo que sucedía en las décadas del 60 y del 70, dónde teníamos una sociedad muy movilizada, políticamente hablando. No obstante, existe otro sobre todo de jóvenes que participan y se involucran activamente, en organizaciones de la sociedad civil, en asociaciones vecinales.
No debemos olvidar que una gran diferencia entre un partido político y una organización de la sociedad civil es que mientras los partidos buscan el poder porque entienden que es una herramienta fundamental de cambio y de transformación, las ONGs buscan influir en decisores políticos.
Otra pasa por el hecho de que mientras que los partidos políticos deberían tener una concepción general de la sociedad y prácticamente ningunas de las temáticas deberían serles indiferentes (salud, educación, ambiente, justicia, desarrollo), las organizaciones de la sociedad civil se focalizan en una demanda en particular, por lo tanto se dedican a la protección del medio ambiente, a los derechos de los animales, a temas educativos, pero carecen de esa mirada global y de esa comprensión más general de los problemas y de los desafíos de la sociedad en su conjunto .
Ese es un rol que los partidos políticos deberían cumplir.
–¿Qué impacto tiene cierta cultura que se enfoca en lo individual a la hora de construir proyectos comunes?
–Las sociedades se han vuelto más individualistas, fragmentadas y heterogéneas. Ello supone un gran desafío para la política: sintetizar las diferentes miradas, concepciones y valores y construir una convivencia común.

–Si la democracia luce vaciada de sentido y las prácticas ciudadanas se restringen a participar de las elecciones, ¿hay un camino de regreso a esas esencias que la volvieron un bien tan apetecible a comienzos de los años 80?
–La pregunta es interesante pero muy difícil de responder en pocas líneas. Tal vez haya que encarar un cúmulo de acciones, dada la complejidad y la magnitud del dilema que se nos presenta como sociedad. Si bien hay espacios donde los valores democráticos y republicanos se mantienen vigentes y vigorosos, es cierto que en muchos otros la democracia aparece vacía de contenidos atractivos. Cuando se analizan las prácticas en esos territorios cuesta hallar conexiones con los altos propósitos que la hicieron renacer como régimen político hace cuatro décadas.
A esa nostalgia por las creencias de la primavera democrática la podrán experimentar quienes han vivido la época, pero las nuevas generaciones, que se asoman a una historia donde a una crisis le sigue otra más profunda, luego de un fugaz período de bonanza, puede que no lo vean con la misma claridad y que piensen, desilusionados, que la democracia no ha hecho mucho por ellos.
Los mayores que vivimos bajo un régimen político no democrático en la segunda mitad de los 70 y los primeros años de los 80 rescatamos el sistema, incluso aceptando los vicios, defectos y errores que se cometen en su nombre. Puede ocurrir que a los más jóvenes no les diga demasiado vivir en democracia y hasta consideren que sin ella podríamos estar mejor. Sería necio echarle la culpa y muy conveniente que nos preguntemos cómo llegamos hasta aquí.
A veces siento que son muchos los que a la política, sea democrática o no, le piden que si no les provee de soluciones propicias, al menos, no les complique más la vida.
En definitiva, me enrolo entre los que piensan que no hay una guerra que esté perdida, aunque el conteo de batallas no sea a favor. Pareciera que no se trata sólo de que aparezcan oportunidades de realización individual sino de que en paralelo haya una educación que le devuelva valor a la ciudadanía y sujete a las representaciones sociales al respeto irrestricto de aquello por lo que se lo votó y a la búsqueda de acuerdos de frente a la sociedad.