Hashtag hacer el duelo

7 agosto 2025 9 minutos
Redacción

En una época de consumo insípido de imágenes, la sala expandida de la Casa de la Cultura propuso un cruce para detenerse a sentir entre fotografías e ilustraciones que remiten a la dimensión de las ausencias que duelen. Remitente sin respuesta, de Juliana Faggi, fue la encargada de inaugurar este espacio para artistas visuales. Los primeros resultados son prometedores.

Hay vínculos que tienen un poder de casa compartida. Encantan, cobijan, estremecen, atraen. Y hay otros que son vínculos nomás.
Cuando lo que nos unió tiene raíces que fulguran pese al tiempo transcurrido, el alma a veces es una habitación sombría, iluminada por el esplendor de una noche cerrada. Entonces, cobran otro sentido la bufanda tejida, los colgantes decorativos, aquel asa de la taza para el desayuno, la base de un velador, esa tapita del pimentero, el teléfono fijo que resiste a un costado de los eventos, la ascética altivez de un portasueros.
Rellenos de instrumentalidad, despojados de singularidad y demanda de belleza, una serie de objetos ordinarios sostienen la rutina, que no obstante se las ingenia para hacer que pasen desapercibidos. Son recursos frívolos, para la escala de los proyectos que nos movilizan. Hasta que la nostalgia los rescata de manera caprichosa y convierte esa inerte insignificancia en un portal de eternidad.
De pronto, el milagro metonímico sucede: el mango insensible de una cuchara inexpresiva, cierta forma de ubicar los libros en un estante, algún autor, una melodía, la forma en que arde un calefactor, el olor a comida cuando anochece, remiten a una intimidad que nos aísla y suspende del ruido exterior, del bullicio de los diálogos triviales. Luego nos sumerge en una realidad viscosa donde no queda claro si extrañamos a alguien en particular, si añoramos a la persona que fuimos en aquella circunstancia o lo que rememoramos es el tipo de relación que nos sostuvo. Nos desborda una ausencia que nos desgasta en capas con su listado de preguntas no contestadas.
Cada proceso es personal. Único. Pero las formas en que las personas transitan la experiencia pueden servir de disparador para que otros activen las propias. En el caso de la artista visual Juliana Faggi asumió las características de una muestra que integró fotografías, dibujos y textos sonorizados.

Orígenes
Bajo el nombre de Remitente sin respuesta, la instalación le permitió a la autora retomar en voz alta, de alguna manera colectiva, una conversación sotto voce, interrumpida hace 15 años con la muerte de su hermana.
El punto de arranque de la propuesta fue una decisión que llevó a Faggi a tomar durante cuatro meses, en 2010, una foto por día referida a la desolación que provocaba la convalecencia de un ser querido y cercano. Aquel testimonio gráfico tenía un correlato escrito, sin que uno fuere la explicación o descripción del otro.
En los intercambios informales, la artista explicó que el acto de obturar no fue un mandato racionalizado, sino más bien un impulso emocional. Involuntariamente, los fotogramas fueron conformando un mapa de espacios, rincones y personas que de todos modos emergió en su plenitud recién cuando las copias de control permitieron mirar en retrospectiva lo retratado.
Producido el desenlace, las imágenes aquellas quedaron a la deriva, latentes. Hasta que, para un trabajo académico, a Faggi se le ocurrió seleccionar 15 de ellas para dibujarlas a mano alzada. De bosquejar con luz a hacerlo con tinta. Quedaron afuera sobre todo las fotos que tenían presencia humana, tal vez porque la idea del ejercicio se ceñía a experimentar con líneas, planos, texturas, volúmenes y perspectivas.
Por la brisa de los almanaques, los croquis siguieron un camino y las fotos otro, hasta reaparecer una década y media después, ya como manojo biunívoco que ponía en diálogo lenguajes y técnicas. Prendida la lamparita de la exposición en 2025, las partes buscaron su lugar. El diario atesorado sería leído y ese bucle sonoro envolvería la ochava de la Casa de la Cultura, en Paraná; sobre una pared, las copias de control, mes por mes, día por día; más allá, organizados en grupos, las fotos y dibujos seleccionados; a un costado, la explicación del nombre que es además la justificación de la muestra, sería el único testimonio escrito. La autora resolvió que el resto de los objetos se las ingenie para significar.

En tensión
Las imágenes de Remitente sin respuesta no dan cuenta de una obsesión por observar el canon fotográfico, es decir, la composición poética, el contraste, la tonalidad, las texturas, la conjunción de líneas y formas. La razón de ser de cada una de ellas es el impulso, la activación automática de un nervio en la convicción de que algo inconsciente habrá querido representar en ese momento, aunque la autora no lo verbalice en términos técnicos.
Este detalle no es menor, dado que como fotoperiodista, como documentalista y como fotógrafa artística Faggi ha logrado piezas y series sobresalientes durante su trayectoria. Es justo destacar el riesgo que Faggi ha aceptado correr, al someter a la técnica al predominio del instinto, siendo una fotógrafa reconocida. Aquí eligió poner el acento no tanto en lo que cada foto provoque, sino en lo que en todo caso sugiere el conjunto. Es como si el valor artístico no estuviera expresamente conjugado en lo visto, sino que formara parte de la entrelínea del mensaje hecho carta visual.
Esa galería de objetos domésticos en uso tiene un significado intransferible para Juliana Faggi; la remiten al proceso de duelo y, más aún, a todo lo vivido y lo por vivir. Para un visitante cualquiera puede estar dando cuenta de una ausencia: hay un factor humano presente e invisible a la vez. Fluyó, quedó afuera del campo. Está sin estar.
Al materializar esa desaparición en un encuadre intempestivo, es como si la autora hubiera buscado sorprender al alma en el instante en que el alma se encuentra pensando en nada. A veces, lo retratado remite al arte abstracto; en otras, parece naturaleza muerta, con su tríptico de luz, sombra y textura; en alguna sobrevuela la estética banal con la que William Eggleston sorprendió a quienes recorrieron aquella muestra icónica en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, en 1976. No las une la estética, sino el sentimiento.


Algo parecido puede decirse de los dibujos que acompañan a las fotos. La consideración de Faggi no está puesta en la contribución artística individual de cada croquis o en si se trata de un correlato de la imagen original, sino en la posibilidad de que el trazo pudiera funcionar como una metáfora de la memoria, la alusión a una forma persistente de hacer presente lo que ya no está o lo que quiere esfumarse, que se hace patente cada vez que se refuerza una línea o se espesa un volumen. Probablemente, en esos dibujos, trazar la línea sea volver a nombrar.
Al sentido último, probablemente, haya que ir a buscarlo en esa zona donde confluyen los puntos de fuga de estas quince fotografías tomadas con un criterio personalísimo, íntimo, con sus respectivas ilustraciones, con las que Faggi buscó resolver un desafío académico, 15 años atrás. Es claro que, puestas a jugar juntas, habilitan dimensiones yuxtapuestas de la percepción. Esas opiniones estarán irremediablemente contaminadas de modo diverso por un amplio abanico de condimentos, en cuyos extremos se encuentra la decisión de mirar la muestra desde un lugar de complicidad sensible con la artista o de enfocarse en cada producto o conjunto gráfico y analizar desde un criterio estrictamente técnico los aportes de las fotos e ilustraciones: si, pese a todo, cuentan con equilibrio expresivo, si logran suspender la vida mientras va sucediendo o si reflejan una centralidad viviente, lo que muchas veces se manifiesta en la narración de una breve historia.

Los diálogos
En cuanto a la sala expandida como tal, debe valorarse como espacio inaugurado. Dotarlo de propuestas movilizantes, diferentes, que vuelvan visible la vida y obra de los artistas es la mejor manera de consolidar la experiencia. Para que sea expandida, la sala debe procurar integrar distintos lenguajes que dialoguen, se complementen, se potencien y hasta se cuestionen: la armonización de imágenes fijas y fluidas, tramas y registros sonoros, textos escritos y palabra compartida puede ayudar a constituir zonas de intercambio, de formación crítica y de reflexión que leudarán el quehacer de los realizadores y ayudará a construir públicos, aspecto fundamental si la idea es impulsar la venta de obras, el mayor acceso al arte y el fomento de la economía creativa local, tal como oficialmente se ha declarado.
Ahora, la instalación como tal es la punta del iceberg. El secreto de la sala expandida es la discusión conceptual. No es una técnica. Mucho menos una estética. Es un método por el que el o la artista acepta que su idea converse con las de especialistas de distintas áreas disciplinares, no para que su proyecto se desnaturalice sino para que adquiera nuevas formas de abordaje. Entendida como usina, la sala expandida es una semilla que se desgarra para buscar cómo manifestarse mejor.
En Bellas Artes, aquí mismo, en Paraná, ha habido experiencias en las que este tipo de instalaciones anudaron entrevistas con público, proyecciones multimediales y performances escénicas que multiplicaron las formas de acceso a la obra y a los artistas, y rompieron con las tradicionales ceremonias de inauguración y puesta en escena.
Por fuera de estos aportes, la muestra Remitente sin respuesta parece haber funcionado bien. Ha cumplido con sus objetivos. De hecho, su responsable quedó satisfecha. También fue interesante la repercusión, al menos la de quienes la hicieron llegar.


Es difícil no conectar la pertinencia de la exposición Remitente sin respuesta con aquellas palabras del fotógrafo Henri Cartier Bressan, en las que señalaba una paradoja fundante según la cual “jugamos con cosas que desaparecen y que, una vez desaparecidas, es imposible revivir. Para nosotros, lo que desaparece, desaparece para siempre jamás: de ahí nuestra angustia y también la originalidad esencial de nuestro oficio”.
En el marco de la estrategia artística por duelar, Faggi podría proponer que a ella en cambio los pares de imágenes, sostenidas desde la columna vertebral de la fotografía, le han permitido recrear una casa idílica en la que habitó amorosamente, un hogar acogedor aún en los dolores inolvidables y un refugio a donde recurrir cuando el barco queda quieto, el puerto parece lejano y el mundo sigue su curso con las habituales tempestades a babor y estribor.
Mientras los universos interiores movilizados le volvían inquieta la mirada, Faggi accedió a conversar con Tekoha, en un rincón luminoso del edificio patrimonial de 9 de Julio y Carbó. Por detrás suyo, con ropa de invierno, los visitantes navegaban entre islas, algunos con copas de vino, otros con el infaltable mate. A Faggi, la marcha la recorría por dentro. Si bien prefirió que ciertas referencias y evocaciones queden circunscriptas a un espacio de privacidad, lo que alcanzó a compartir es útil para hacerse una mejor idea del proceso que protagonizó.

–¿A qué se debe el nombre de la muestra?
–Tiene que ver con que es una carta que se envía sabiendo que no va a recibir respuesta. Lo usual es que el remitente se ponga para saber quién manda la carta, pero también es una dirección inscripta para recibir una contestación, un aporte que aclare, un comentario que especifique. Bueno, en este caso no la espero.

–En las composiciones múltiples, ¿qué fue primero, la foto o el dibujo?
–Primero fueron las fotos. Fue un diario en fotos, una por día durante varios meses. Cuando las tuve a todas reveladas elegí 15 para hacer los dibujos. Los lenguajes seleccionados son las diferentes maneras que tengo de expresar un mismo mensaje. Es intuitivo, no lo pensé mucho, me puse a hacer nomás.
A las fotos las fui sacando supongo que como una manera de registrar esa cotidianidad tan difícil de transitar. Tengo una tendencia a hacer diarios, escritos, en fotos, en dibujos. No fue la primera vez ni la última. Es una necesidad que tengo de registrar, más allá del material que surja de ese registro. Incluso, he hecho diarios que con el tiempo destruyo.
Supongo que los espacios dibujados dan cuenta de las ausencias presentes. Unas y otras, las imágenes me ayudan a recordar los momentos y eso me conmueve hoy. También un poco me ayudan a olvidar tranquila los intervalos entre fotos; ahí me abrazo a mí misma y trato de entenderme.

–¿Qué impresión generan hoy en vos?
–Son escenas que viví hace 15 años. Hoy son recuerdos, son anécdotas de detalles compartidos. Hay cosas que siento que no tiene sentido compartirlas porque solo las vivimos con mi hermana, las únicas testigos de esos momentos. Ahora sólo quedo yo y mi frágil memoria. Me guardo esos detalles en lo más íntimo.

–¿Los dibujos están bocetados en lápiz?
–Están hechos con microfibras tipo estilográfico. No hacía bocetos en ese momento así que lo que iba haciendo, quedaba.

–¿Con qué criterio armaste los rincones?
–Traté de agrupar por períodos y características de cada imagen. La obra surge con material producido en 2010 pero a la vez empieza con una carta que escribo en 2024, y está compuesta por cianotipias, dibujo, impresiones y escaneados de 2025. Los tiempos se cruzan, las circunstancias, lo pasado en lo presente.
Con la ambientación sonora quería que esté presente, pero sin que lo invada todo. La libreta original con dibujos quedó sola en la mesa como una reliquia de otros tiempos. Así las temporalidades se diferencian, pero también conviven.

–Respecto del soporte audio, ¿cómo surgió esa escritura y cuándo, en qué circunstancias?
–El audio es una grabación del diario escrito que llevaba a la par del diario fotográfico. Son los días en que saqué las fotos que están expuestas.

–¿Tiene curador/a la muestra?
–No directamente, pero sí trabajé mucho con Ivo Betti de la Casa de la Cultura y con Constanza Carbone y Pájaro Carreira, dos artistas que me ayudaron mucho desde el comienzo.

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