Artífice de tensiones entre lo fantástico, lo humano y lo animal, Mildred Ethel Azcoaga Burton resiste al olvido desde los márgenes hacia donde se quiso excluir su obra. Con pinceladas sutiles y sombrías, propone composiciones meticulosas en situaciones insólitas, que están siendo revaloradas.
La producción de la artista plástica es heredera de la cultura europea de sus ancestros y de lo aprendido en el litoral, tan fuertemente atravesado por el contacto con la naturaleza indomesticable.
Ambas sin acta precisa de nacimiento, Mildred y Paraná quedaron unidas para siempre: desde estas barrancas, la paranaense de sangre irlandesa abrió la ventana del imaginario fantástico que la habitaba, un catálogo donde el mundo hogareño convive con lo salvaje y lo bestial. En su trabajo, la locura puede irrumpir en medio de aquello políticamente correcto, como los vegetales rebeldes que brotan inexplicablemente desde las alturas, en los frentes de algunas casas distinguidas.
La capacidad de Burton de fabularlo todo, tan propio de la niñez, se volvió en ella un don que le permitió convertir lo familiar en algo extraño, sórdido. Casualmente, comparte con Tim el apellido y la habilidad para crear universos oscuros e incorporar la estética lúgubre a la vida cotidiana.
La perspectiva sensible de Mildred es recuperada por la escritora, periodista y docente argentina Mariana Enríquez, en el cuento Los pájaros de la noche. Retorcido y estremecedor, putrefacto y atrayente, el texto fue publicado originalmente en 2020 en el catálogo de Fauna del país, una exposición dedicada a la pintora, en el Museo de Arte Moderno de Buenos Aires. El relato fue incluido en el libro Un lugar soleado para gente sombría, recientemente publicado por Editorial Anagrama.
Leerlo es asomarse también a una Paraná descorazonada, presente e inmaterial, en la que el trinar de las aves no es parte de un bucólico atractivo turístico sino una señal de mujeres cuyas existencias fueron destrozadas por la angustia y la desdicha. “En los mitos populares de nuestra provincia, Entre Ríos, el castigo para la desobediencia, la mala conducta o el amor desesperado es ser transformada en ave”, afirma Enríquez, que lee y escribe con la misma fruición con que ve cine, consume comics o escucha música.
En la narración, la protagonista es Millie, sobrenombre de Mildred en la casona anglosajona de Paraná, que llevó consigo cuando se mudó a un caserón terrorífico de La Boca en el que se anidó.
“Hay que conseguir un cuchillo bien afilado y dar un solo tajo: la sangre brota como un manantial, como el río Paraná, tan marrón y tan hermoso, como el champán cuando mamá está contenta y quiere festejar y nos sirve copas de vidrio finito que tenemos permiso de romper”, propone Enríquez. Pero su narrativa no se limita a generar pavor; el salto de calidad de su obra es el nervio dramático que le da profundidad a los relatos y los llena de humanidad.
De hecho, la narradora ve espanto en una escena en la que cualquiera hallaría sosiego. “Caminar por la orilla del Paraná y ver una bandada de pájaros es imaginarse rodeada de mujeres reprendidas, metamorfoseadas contra su voluntad, rogando volver a ser humanas”.
A través de Millie, Enríquez deja en claro, por citar un caso, que “todas las leyendas de varones transformados en animales son por competencia. La mayoría. A las mujeres nomás se las condena. Lo mismo pasa con las flores. Hay muchas flores que alguna vez fueron mujeres. La flor del ceibo, por ejemplo. Todos conocen la historia de Anahí. La quemaron. A los hombres nunca los queman”.
Desde las artes plásticas y la literatura, las huellas creativas de Mildred Burton y Mariana Enríquez son fugacidades macabras que destellan en la noche de la experiencia humana.