La aparición del disco Libre previsto formalmente para 2025 le permitirá a la pianista entrerriana Silvia Teijeira desempeñar una de sus habilidades: la de ser anfitriona de legados, de músicas con fragancias del litoral, de estilos singulares de interpretar. La publicación del material será el prólogo de las presentaciones en público, que ocurrirán de un lado y otro del Atlántico.
Mientras le permite cerrar un ciclo artístico de diez años, la pianista Silvia Teijeira convierte el disco Libre en una plataforma de evanescencias sonoras que se anudan con diferentes dimensiones típicas de ese esforzado oficio de ser música de provincias.
El arraigo tenue de lo realizado invita a husmear en las profundidades, en lo que no está al alcance de los sentidos. Y lo que se halla del iceberg bajo la superficie es una cadena de laberintos que deben sortear los artistas populares del interior del país. En buena medida, dedicarse al arte en Argentina es encontrar el talante para lidiar con esas dificultades y poder hallar salidas al meandro.
Sólo quien advierta las implicancias de estas adversas condiciones de producción podrá congratularse de manera consciente la aparición de un disco con trece temas en los que luce el piano solista, que es lo que ocurrirá en el penúltimo episodio de la saga, luego de que en cuentagotas se hayan ido compartiendo las grabaciones en redes sociales.
Si es cierto que los contextos imponen limitaciones múltiples, es justo reconocer que de Libre brota un aroma dulzón y cítrico a la vez, que macera fuerza de voluntad, superación, convicción de que el estudio sistemático genera buenos resultados, y certeza de que el método y la disciplina potencian la intuición y la capacidad naturales.
En efecto, el material, editado por el Club del Disco, contiene un metamensaje: da cuenta de la decisión de evitar la queja que paraliza y frustra, para buscar que operen en una misma sintonía una serie de ocupaciones que los artistas deben emprender para subsistir o para que su trabajo se visualice: gestar eventos, reunir interesados en armar propuestas de conjunto, dar clases, entrevistarse con personas con capacidad de incidencia. Convencer, imaginar, escuchar, contener, animar son premisas que empujan a músicas como Teijeira a invertir tiempo de calidad en un diálogo que necesariamente debe recorrer esferas de amistosa confidencialidad.

Libre es consecuencia de esa atmósfera coloquial, propia de una construcción colectiva como metáfora existencial y horizonte político. Los temas propios, los clásicos versionados y las creaciones de autores de la región litoral son abordados desde una identidad expresiva emancipada y a la vez transmisora de legados. Incluso, en los arreglos pareciera que Teijeira convidara a grupos de teclas vecinos a que se sumen a la charla y digan qué harían ellas ante esa melodía o aquel pasaje.
Libre es un disco conversador: la experiencia de Teijeira, las tradiciones pianísticas, el tono académico con la mueca popular, las instrumentaciones originales con el piano.
También es un disco errabundo: tiene un hogar, pero le gusta ir de visita y que a la caída del sol el dueño de casa lo lleve a recorrer el jardín para que no se vuelva con las manos vacías y para que algo de allí eche raíces en otros barrios de la sensibilidad.
El disco es Libre, sí; pero Teijeira parece saber para dónde va: hay una huella entre la gramilla de fusas y corcheas, un caminito de hormiga en el pentagrama en cuyo destino la música folklórica se recrea, muta, brota y va transformando el paisaje, gajo por gajo, y con él la historia.
Teijeira ha hecho de su vida y su obra una misma entidad. Es el pedazo de tierra, la parra que repta por la frialdad ascética del metal, el agua de riego, la sombra donde anida el pajarerío, los encuentros a puro mate. Todo lo suyo parece haber sido musicalizado. Así, en los conciertos, cuando las palabras no alcanzan, son las armonías y las acentuaciones las que toman el control de la narración y la expresan cabalmente.
En la escucha, la secuencia de notas evoca a las gotas de lluvia en el campo, la calle de tierra o la vereda veraniega, tal vez en una Federal de ensueño que le habla al oído, como cuando de chica la animó a volar. A Libre lo merodea una voz querida que la llama, que le cumple el deseo del cabello acariciado, que le regala un aplauso, que simplemente quiere saber cómo anda o si prosperan las plantas. Con esas presencias maternales, Teijeira puede armar una retrospectiva y sorprenderse, en un golpe de vista, subrayando que lo importante es la huella, que en eso consiste el viaje.
Entonces, Libre es también un tótem que conecta el presente de Silvia Teijeira con lo que fue y quiso ser, pero que también la defiende de las inequidades del mundo: porque esta música entrerriana se siente poderosa, revestida de autoridad, cuando se divierte sacándole al piano sonidos tan actuales y pretéritos, que es su forma de hacer memoria y de disfrutar del arte cuando empieza a crepitar.
Fotos Melina Londero