Los encierros que nos nombran

3 mayo 2025 8 minutos
Víctor Fleitas

La novela Ecos de un encierro aprovecha la contingencia de la pandemia por Covid para poner en escena una serie de dilemas, paradojas y desafíos que deben afrontar, no siempre con éxito, los seres humanos que habitan esta cultura y este tiempo. Su autor, Manuel Alfieri, contó detalles de la aventura.

Aquellas notas en hojas sueltas que daban cuenta de la experiencia de laboratorio de habitar la clausura obligada fueron tomando volumen, consistencia literaria, uniéndose entre sí y a la vez separándose, como si fueran una célula repleta de vida, está ahora en librerías, es una novela que se bebe como el agua y se llama Ecos de un encierro.

El caso es que, ante la cuarentena, dispuesta por la aparición de un virus desconocido y letal en China, al politólogo y periodista Manuel Alfieri no se le ocurrió escribir un paper o un informe, músculo que viene ejercitando desde hace años. Creyó que la experiencia personal, embestida de los recursos expresivos de la ficción, podría ser abordada desde otro registro, que le permitiera regar la semilla del narrar, que echa brotes desde que tiene memoria de lector.

De pronto era esperanzador el confinamiento, la reclusión, el destierro que hasta entonces venía siendo una materialización cruel de la gestión del castigo para la especie humana. El aislamiento involuntario hizo que aparecieran preocupaciones que Alfieri quiso liberar, mientras el personaje de su novela se iba topando con las cárceles que fue construyendo para sobrevivir y no tuvo otra alternativa que resolver qué hacer con ellas.

Ecos de un encierro acaba de ser publicada por Editorial Bärenhaus. Mientras disfruta del cosquilleo de asistir a la Feria del Libro no para cubrirla ni como lector, sino como autor, Alfieri accedió a ser entrevistado por Tekoha.

–¿Con qué se encuentra el lector en las 148 páginas de Ecos de un encierro?

–Ecos de un encierro es una novela de autoficción que transcurre en el primer año de la pandemia. El protagonista es un joven de 35 años agobiado por la rutina laboral y las exigencias de la vida familiar. Está cansado y aburrido. Entonces ve en la cuarentena una posibilidad de volver a tener tiempo libre, estar en su casa, disfrutar del ocio, compartir momentos con su hija y su mujer.

Pero bueno, rápidamente todo se complica y se sumerge en una crisis personal que lo va a llevar a replantearse un montón de cosas sobre su vida: sus vínculos más cercanos, su pareja, su paternidad y hasta su propia felicidad.

A lo largo de la historia hay muchas reflexiones en relación a esos temas, pero también sobre las redes sociales, la salud mental, el permanente estado de incertidumbre en el que vivimos: un montón de cuestiones que nos siguen interpelando aún hoy, mucho después del “fin” de la pandemia.

–Si nos centramos en la historia desde la perspectiva de lo doméstico y la rutina social, ¿qué lugar ocupaba uno y otro antes de la pandemia y en qué se transformaron?

–Creo que antes de la pandemia las cosas estaban más o menos claras en relación a los distintos ámbitos de la vida personal. Es decir, había límites: uno tenía cierta idea de qué cosas pertenecían al ámbito de lo doméstico, qué cosas a lo laboral, qué cosas a lo social, qué cosas a lo académico. Cuando empieza la cuarentena, esos límites desaparecen por completo o se vuelven bastante difusos. Ya no se puede distinguir lo doméstico de lo laboral, porque mientras lavo los platos o doblo la ropa o le preparo la comida a mi hija, también estoy atendiendo una videollamada o respondiendo un audio de WhatsApp de un compañero de trabajo.

Con la cuarentena también desaparecen los límites temporales y espaciales. O sea, ya no existen los horarios laborales, por ejemplo. Todo pasa a cualquier hora. Y si antes había una división espacial para cada ámbito de la vida (la oficina para lo laboral, el aula para lo educativo, y así), ahora todo sucede en el mismo lugar: la casa. Estudio, rindo exámenes, trabajo, crío, juego, disfruto, sufro en mi casa.

Todas estas cosas produjeron un cambio muy fuerte de rutinas y de hábitos que impactaron de diferente manera en cada individuo, dependiendo por supuesto de cada subjetividad, de la historia y la personalidad de cada uno, pero también del sector social al que pertenecía durante la cuarentena: el encierro no fue el mismo para una persona que vivía en un asentamiento que para alguien que vivía en un country, o para un trabajador independiente respecto de uno que estaba en relación de dependencia.

A algunos les pegó más por el lado económico, a otros por el familiar, a otros por el psicológico. Hubo muchas realidades muy distintas, pero de lo que estoy seguro es que nadie salió ileso.

–¿De qué habla el libro, con la excusa de estar narrando situaciones y dilemas de la pandemia?

–La historia transcurre en la pandemia, la pandemia es el contexto y el escenario, pero Ecos de un encierro no es una novela sobre la pandemia. De hecho, el concepto de “encierro” hace referencia a la cuarentena, pero también a los múltiples encierros personales que sufre el protagonista. Como decía antes, en el libro se tocan temas que van mucho más allá de la pandemia y que aún hoy nos siguen interpelando.

El tema de la salud mental, por ejemplo, y la epidemia de ansiedad y depresión que estamos viendo en la actualidad, que me parece que es algo ya no se puede atribuir a situaciones meramente individuales, sino más bien a un estado de incertidumbre, de caos y malestar más de tipo social.

En la novela también se habla mucho sobre la crianza de los hijos y los dilemas que enfrenta un padre que, por las circunstancias de la cuarentena, tiene que cumplir un rol más asociado históricamente a las madres.

Aparece el tema de la vulnerabilidad masculina (una cuestión muy tabú para los varones), el desgaste del vínculo amoroso y las dificultades propias de las convivencias. Se abordan también los efectos del modo de vida “multitasking” y la adicción a las redes sociales, el ensimismamiento y la falta de interés por los otros.

En fin, me pareció interesante poner a jugar todas esas cuestiones en el marco de la cuarentena, es decir, en un contexto caótico y crítico, en el que se potenciaron y tensionaron aún más todas esas tensiones y problemáticas que traíamos de antes, que eran previas a la pandemia.

–¿Cuánto hay de autobiográfico en el texto?

–La historia es una autoficción, es decir, una mezcla de acontecimientos autobiográficos y situaciones ficticias. Cuánto hay de cada cosa, es decir, cuánto hay de realidad y cuánto de ficción, me parece que es algo imposible de medir. Hay muchos capítulos que parten de algo real para ir hacia lo ficticio. También hay situaciones autobiográficas que están totalmente tergiversadas, recreadas, reconstruidas a partir del recuerdo, que siempre es engañoso. Y hay escenas que nunca sucedieron y son pura imaginación.

Creo que la realidad es demasiado caótica como para hacer una novela que se apegue estrictamente a lo que sucedió. Una novela necesita orden, estructura, un comienzo, un principio, un final. Necesita personajes interesantes, diálogos profundos, condimentos de humor, de tensión y de suspenso.

Y, por lo general, la realidad no suele darte todo eso, ni ser tan redondita. Entonces para mí es imprescindible ficcionar.

–¿Por dónde creés que el lector podría identificarse?

–Hubo muchísimas personas que después de leer el libro se sintieron identificadas con Mateo, el protagonista, por motivos muy disímiles. Algunos por el tema de la insatisfacción a nivel laboral, otros por las cuestiones vinculadas a la vida en pareja, muchos por los temores y las exigencias en relación a la crianza de los hijos.

También recibí muchos comentarios de personas que sufrieron o sufren situaciones de ansiedad o de malestar psicológico que se sintieron identificadas por ese lado.

–¿Qué huellas del politólogo y del comunicador encontrás en el libro? ¿O son más fuertes las referencias literarias?

–No me enfoqué en cuestiones políticas a la hora de escribir la historia. Si bien aparece alguna que otra referencia, no era el terreno en el que quería entrar. Trabajo como periodista desde los 20 años. Hoy tengo 36 y siempre me moví en el área de la política y afines. Hacía tiempo que tenía ganas de hablar de otras cosas, de abordar cuestiones más filosóficas o psicológicas, y explorar otros registros de escritura, más vinculados a lo literario.

–Es tu primera novela, pero tu convivencia con la escritura es de años. ¿Qué crees que le ha aportado a tu estilo el oficio de redactar materiales tan diversos?

–Creo que escribir en distintos géneros, plataformas y registros es un plus para cualquier persona que quiera dedicarse a la literatura. Te amplía el panorama y el margen de maniobra. En mi caso particular, creo que el mayor aprendizaje viene por el lado del oficio periodístico. Hacer una buena nota periodística te obliga a escribir de forma clara y concisa, con una buena estructura, que el texto sea dinámico, que tenga ritmo, que haya una buena utilización del vocabulario, que el arranque sea atractivo y el remate sea certero. En fin, contar una historia que atrape al lector.

Por supuesto, hacer una novela es otra cosa. Hay otras normas, otras reglas, otros objetivos, otras pretensiones, un nexo más fuerte con lo poético si se quiere. Pero, en el fondo, escribir una novela también es contar una historia y, en lo posible, hay que contarla bien.

En mi caso personal, hubo dos grandes escuelas de escritura: la redacción y los libros. Aprendí (y sigo aprendiendo) a escribir gracias a otros periodistas y a otros escritores.

–Los nombres suelen dar cuenta de herencias y legados. En tu caso, el apellido remite al oficio de periodista de tu padre y de tu abuelo paterno. ¿Qué sentís que ha predominado, la amabilidad o la aspereza, a la hora de relacionarte con la escritura desde esa realidad?

–Amabilidad total. Aprendí mucho de ambos y a ambos siempre les voy a agradecer el haberme contagiado, desde muy chico, el interés por la política, la historia, el periodismo, la literatura y los libros en general. Crecer rodeado de libros te cambia la vida y te abre puertas. Primero, porque los libros son un refugio ante una realidad que es cada vez más brava.

Además, estoy convencido de que leer te hace una persona mucho más libre y curiosa, y te pone una especie de filtro en los ojos para mirar la realidad de una forma más crítica y profunda, para no dar por sentado todo lo que pasa a tu alrededor. Y eso es fundamental para uno mismo, pero sobre todo para la vida en sociedad.

Mucho más en estos tiempos de crueldad, de violencia y de individualismo feroz, en los que pareciera que lo único que tiene valor es el éxito personal y lo material, y que cada uno es una islita que nada tiene que ver con el otro.

Eso es falso incluso para una actividad que pareciera ser individual y solitaria como la escritura: en mi caso, la novela no hubiese sido posible sin la compañía y la cercanía de un montón de personas que me ayudaron primero en la etapa de escritura y reescritura, luego en la de edición, y finalmente en la de publicación y difusión. Como dice Mateo, el protagonista de Ecos, “no somos nada sin los otros”.

Librerías y plataformas

El libro Ecos un encierro está disponible en librerías como Yenny y Cúspide. En ambos casos tienen envíos a todo el país. También puede adquirirse la versión ebook, en Amazon y Google.

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