Con la obra de teatro Como un león nos salimos de la dinámica del trending tiktokero Un día conmigo para adentrarnos en un día en la vida de un adolescente de un barrio marginal.
El unipersonal, protagonizado por Gustavo Bendersky, es un retrato que describe una jornada de mala suerte y de malas luces, que sucede sin importar con qué pie uno se levante.
Pese a las décadas que pasaron desde que el cuento original se publicó, esta producción teatral independiente alude a una problemática que sigue en la cabecera de la cama: la impiedad de condiciones socioeconómicas que cercenan la existencia de millones de niños.

El guión está basado en un texto homónimo del escritor y periodista Haroldo Conti, incluido en su segundo libro de cuentos Con otra gente, de 1967. Cuando lo tituló no pudo imaginar los nuevos rugidos que cobraría la figura del león y la aplicación de la propaganda animal en la coyuntura política de nuestro país, medio siglo después.
Más por perenne que novedosa, la puesta refleja un problema estructural en la Argentina, propio de un aparato que con su fuerza centrífuga expulsa del centro el debate sobre la inconclusa movilidad social ascendente. En efecto, la historia tiene una vigencia que estremece.
Pendular
En su trabajo actoral, Bendersky encarna a un pibe de la villa condenado a la repetición. En la obra, el niño 𝘛𝘢𝘳𝘶𝘮𝘣𝘢 es víctima de una marginalidad en serie que frustra su presente y porvenir. Fiel a una de las acepciones -atolondrado, loco o confundido- con la que se nombra al personaje, el aspecto de adulto del protagonista oscila entre la ternura y las intervenciones desquiciadas.
Tarumba se siente predestinado al flagelo de la pobreza tanto como la estirpe Iguarán Buendía a la soledad. En un contínuo flashforward cruel, espera su turno aparentemente ya dado, signado por la naturaleza de su realidad.
Todavía sin melena, afilado por la pérdida temprana de la inocencia, enfrenta los avatares de la vida. En la antítesis de los pormenores, el discurso teatral es un encadenamiento de sucesos de su corta existencia. Entre soledad y compañías, 𝘛𝘢𝘳𝘶𝘮𝘣𝘢 dialoga con los presentes sobre el abuso de autoridad de la policía, el consumo de sustancias, los tiroteos de la selva, la muerte prematura de los varones, los límites invisibles de ciertas estrategias de superación.

En Como un león no hay tras bambalinas, no hay tarimas, no hay telón. Bendersky es un actor al descubierto que, con escasa escenografía, construye distintos escenarios. Es una especie de prestidigitador que integra la forma atlética a los recursos dramáticos desplegados.
Bendersky utiliza una cucheta como elemento metamorfósico: es hogar, es tren, es escondite, es intemperie. Esa cama doble se convierte en un lecho de vida, pero también en un lecho de muerte.
En el relato de Tarumba, la villa es materia viva. Las vías que la limitan operan como un disyuntor: sin pretenderlo, evitan el cortocircuito entre mundos. Desde la cumbre de su abismo, observa un tren sin bellos durmientes, un convoy de vagones cargados de resignación y, a la vez, una metáfora de la fuga deseada.
Encierros
No por cuestiones agorafóbicas, sino específicamente coyunturales, mientras levaban los panes de masa madre y las rutinas de ejercicios, en pleno Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, el actor gestó la ingeniería del relato, como quien hace un guiso de lentejas meticulosamente, incorporando ingrediente por ingrediente.
Casi como una fórmula, lo que allí nació tres años atrás, allí también se ejecutó para un público limitado, una fría noche de sábado, en su living comedor, camino a La Toma de Paraná.
La invitación a sentirse como en casa se difumina apenas Bendersky muda de piel. La intimidad que se produce es parecida a la sensación de ser pocos en el aula y no tener la tarea hecha. La obra interpela de forma directa a unos sujetos que no tienen la llave de la solución en sus manos.

Como un león plantea un metadebate que pendula entre la empatía individual y la responsabilidad política de los ciudadanos. En ese sentido, uno de los desafíos es pegar el salto entre lo dicho y lo hecho para dar vuelta la página de estos 57 años transcurridos desde el origen del texto de Conti.
El sueño de Tarumba está latente en el destello de esperanza de sus ojos. Tiene olorcito a zapatillas nuevas, a hacer feliz a su mamá, a tener un propósito, a creer.
El oficio de Bendersky nos permite ver que cuando la pobreza vulnera, acecha en la oscuridad un cachorro dispuesto a pegar el tarascón.