Pasar la moneda sobre una raspadita, cavar en la equis, hurgar en una caja de recuerdos. Son innumerables las formas de redescubrir lo cubierto encubierto: eso que ya estaba allí batallando contra el azar, el polvo, el olvido, el mainstream, la energía cinética del cotidiano.
Entre tantas maneras de revelar algo oculto, parar la oreja y escribir un relato fue la semilla que reunió a decenas de personas en la esquina de Urquiza y San Martín.
La cita fue a las 17 de un sábado otoñal: realizar un recorrido literario en el que caminata y lectura se mezclaron alquímicamente para rescatar el valor testimonial de piezas germinadas por la escritora nogoyaense María Celeste Mendaro (1957-2003).
Andando la ciudad es resultado de una curaduría de las 207 columnas publicadas de 1987 a 1992 en la sección homónima de El Diario de Entre Ríos. Seleccionada por la Editorial de la Universidad Nacional de Entre Ríos (EDUNER), esta genealogía de 36 historias de vecinos paranaseros forma parte de la colección Cuadernos de las Orillas, cuya particularidad es la recopilación de obras surgidas desde los márgenes de nuestros ríos Paraná y Uruguay.

Habitar
Más atrás en la línea temporal, con parecidas habilidades poéticas y un título similar, pero alejado del género periodístico, Michel De Certeau plasmó Andares de la ciudad, un capítulo de su libro La invención de lo cotidiano. Artes de hacer, de 1980.
Ese ensayo no es traído a colación simplemente por su parentesco nominal con la obra de la entrerriana. En la publicación del pensador francés se plantea que la ciudad es un territorio por excelencia para producir y acoger apropiaciones de movimientos de resistencia mediante prácticas cotidianas de quienes la habitan.
En síntesis, los ciudadanos de a pie tendrían la posibilidad de abrir un espacio original de creación, no subyugado al orden dominante, a la disciplina institucionalizada, al poder.
Mendaro y sus interlocutores son un ejemplo de esa producción, desde el hacer diario hasta la puesta en voz, en un modelo de espectacularización que barre a conciencia o desapercibe involuntariamente historias de personas que, generalmente, mal llamamos comunes y corrientes.

Mapa en mano
En el punto de encuentro, en un vértice de la plaza 1° de Mayo, Alexis Chausovsky, integrante del equipo editorial, inició una presentación que también fue homenaje, y en cuyas intenciones se pretende, en sus palabras, “multiplicar las maneras de mirar y de habitar”. Propósito, que dicho sea de paso, y al andar, coincide con el planteo de De Certeau.
Luego, tomaron la posta los prologuistas, los periodistas Jorge Riani y Natalia Pandolfo. Él destacó que “Celeste fue una gran escritora y una gran observadora que tuvo la virtud de resucitar tempranamente al periodismo narrativo”. Con vistas al Flamingo, el tradicional bar con 123 años de historias, Riani aprovechó para referirse a Gonzalito, el mozo que “sonreía con un solo lado de la boca, según retrató María Celeste en la nota Bonjour, González, el 9 de junio de 1990. Unos asintieron con la cabeza, otros con la sonrisa. Fue la primera mueca colectiva en delatar el objetivo tácito de la travesía literaria: conocer, rememorar, sentirse parte de algo.
En la segunda estación del recorrido, ahí nomás, bajo las tenues luces del Teatro 3 de Febrero, Pandolfo hojeó hasta la página 105 y leyó en voz alta Conversación entre bambalinas. En esa nota, Mendaro, el 28 de octubre de 1989, puso en escena la voz de Jorge Yarull, empleado durante 40 años del imprescindible corazón del teatro, ese que late detrás del telón.
Como gurisada que sale de excursión escolar, a pata y algo desperdigados por 25 de Junio hasta Andrés Pazos 406, los asistentes llegaron a la sede de EDUNER, en la esquina noroeste de la manzana que comparte con la Facultad de Ciencias Económicas.
Para proseguir con la parte más tradicional de la presentación, uno de los hijos de Mendaro, Tomás Ascúa, sin arremangar la emoción, compartió una evocación al caracterizarla. “Mamá buscaba la magia de los entrevistados, todo el tiempo”.
A su lado, el director del sello editorial, Gustavo Martínez, remarcó que “en un contexto donde la cultura es jaqueada y vapuleada, las palabras de Celeste y las voces que recupera nos salvan y nos permiten rescatar el patrimonio vivo de una ciudad”.
El acto culminó con la sensación de que Mendaro no se acostumbró a la existencia monótona, sino que se empecinaba en buscar colores que embellecieran la rutina. Ese faro guió su escritura.

Ser memoria
Las maneras de descubrir algo oculto siguen siendo innumerables. Hallar un escarabajo bajo la tierra, desempañar un vidrio para ver un rostro con claridad, ahondar en las vivencias de un interlocutor desconocido para que se abra al hecho de ser contado, quizás por primera vez.
De este último modo, Mendaro transfiguró el anonimato de quien sirve el café, enciende las luces del espectáculo u ofrece el yuyo que calma dolores del alma.
Resulta provechoso, entonces, pasar una tarde andando la ciudad para recrear como lector la memoria de quienes hacen, o hicieron, esta Paraná que fue y será.