Musicalidad con luz litoral

9 agosto 2025 8 minutos
Cristal Bella

En un tiempo donde lo auténtico parece diluirse en un mundo de tops y tendencias, dos jóvenes entrerrianos entrelazan talentos para reavivar los sonidos policromáticos de una cultura ancestral que aún late en el corazón del Litoral.

En una primavera musical, Arapoty Dúo es una propuesta que siembra y florece, honrando estas latitudes nuestras. En esta estación, el castellano y el guaraní vibran juntos a través de un viaje multidimensional.
Agustina Monzón, en voz, y Mauro Leyes, en guitarra, retornan al pasado sobre un boomerang artesanal, dedicado. Una y otra vez, al regreso de este periplo que atraviesa generaciones y fronteras, logran que lo tradicional se mezcle con lo contemporáneo sin reticencias ni forzamientos.
Ella, oriunda de Pueblo Brugo, se formó en canto y guitarra. Luego estudió el idioma y la cultura guaraní en el Museo de Ciencias Naturales Prof. Antonio Serrano, de Paraná. Es tallerista, brinda espectáculos artísticos para infancias en el proyecto Tutucas, y es gestora y vocalista en el colectivo Evocación Litoral.
Él, paranaense, es músico y compositor. Estudia guitarra clásica en la Escuela de Música, Danza y Teatro Prof. Constancio Carminio, dependiente de la Facultad de Humanidades, Artes y Ciencias Sociales de la Universidad Autónoma de Entre Ríos y, además, Música Popular en la Universidad Nacional del Litoral, de Santa Fe.
En par, producen un destello familiar, una sonoridad joven que sin embargo nos conecta con formas pretéritas de habitar la región. Lo originario y lo adquirido revigorizan la herencia de quienes fueron dueños de sueños agrestes, en tierras donde las comunidades humanas y el entorno natural no guerrean sino que dialogan.
Con raíces firmemente plantadas en tierras rojas, de sus manos frescas los géneros bajan acompasados por aguas bravas, desde el Paraguay hasta Entre Ríos. Siguiendo el curso del canto aterciopelado y de ocho cuerdas viscerales, casi orquestales, que amplían el universo sonoro del folclore, el animado chamamé, la polca vivaz y la melancólica guarania resisten inquebrantables al olvido, sazonando con nuevos matices un extenso territorio bordeado por río.
Arriba de esta balsa polifónica, heredada y apropiada cortésmente, el guaraní no sólo anida en sus letras, sino también en los silencios entre versos, en el ritmo de los instrumentos, en la memoria activa de quienes mantienen las costumbres de los pueblos originarios. Arapoty materializa un puente natural, hecho de hierba mansa, que une mundos que en el correr cotidiano parecen disonantes.


Como sabuesos de armonías, el dueto conformó un repertorio fundamentado en la investigación y en la exploración de músicas antiguas, de discos de vinilo, de influencias que escapan a la masividad. En su selección, el paisaje se establece como marco y fuente de inspiración. Río fecundo, monte perfumado e indescifrable selva, enmarañados con sutileza, pincelan un escenario que es, en simultáneo, homenaje y revitalización.
El tiempo de la flor es el nombre en español de este dúo de partidarios de la senescencia, ese proceso en el que las flores marchitan para darle paso a las semillas y los frutos. Agazapados y dispuestos a saltar, Monzón y Leyes reconstruyen, sin cristalizar del todo, una historia sonora que renace sobre el contorno de huellas identitarias. La pareja de artistas propone una pausa multiespecie, vegetal, pero profundamente humana, para oír y dejarse llevar por la corriente salvaje de las músicas guaraníticas.
De florecimiento rápido como las caléndulas, Arapoty, que germinó en 2024, ya está grabando su primer disco. Bientendidos, en la misma lengua que Tekoha, ambos integrantes dialogaron sobre el origen y el porvenir de esta iniciativa que susurra a legado, pero suena a presente.

—¿Qué los inspiró a iniciar este proyecto? ¿Cómo congeniaron?
—Leyes: Fue una coincidencia. Agustina tenía que tocar en el Centro Intercultural de Lenguas de la Universidad Autónoma de Entre Ríos, donde estudió guaraní, y no tenía quien la acompañara. Al instante me llamó la atención el sitio. A decir verdad, no sabía de la existencia de ese lugar. Me mostró el repertorio con temas en este idioma y rápidamente dije que sí. Tocamos algunas canciones y seguimos en contacto hasta que nos propusimos reunirnos para entablar un vínculo musical sostenido.
Me entusiasmó la idea porque veía que ella tenía todo el Litoral adentro, un lenguaje incorporado, una frecuencia de la música de acá. Cosa que yo fui adquiriendo de más grande. Tengo una visión más híbrida de la música en general. A veces pasa que la gente que maneja esos lenguajes no es tan permeable a cambiar algunas cosas. Suceden dos situaciones: o te acercás a personas que manejan el lenguaje pero quieren tocarlo de manera tradicional o a personas que quieren hacer cosas diferentes, más jugadas, aunque no manejan el lenguaje. Agus tiene una doble particularidad: conoce y está dispuesta a experimentar.

—Monzón: Ese primer acercamiento fue en época de pandemia, 2021. En el CILEN funciona la cátedra de Guaraní. Ante la imposibilidad de clases presenciales, la propuesta de la docente responsable del espacio consistía en brindar conferencias virtuales y, en esa ocasión, dar un cierre musical. Cantar juntos en ese momento fue el puntapié para encontrarnos y formalizar Arapoty.
Nos planteamos adentrarnos detenidamente en el repertorio. Eso fue una invitación interesante, tanto en lo musical como en lo poético.
Si bien estoy inmersa a nivel musical y con el paisaje por haber nacido en Pueblo Brugo, al borde del río, también necesitaba darle un refresco a lo que venía haciendo. A su vez, Mauro trae la guitarra de ocho cuerdas, con lo importante que es para la música del Litoral. Me interesaba esa exploración. A veces lo que uno hace se torna rutinario y necesitás de alguna renovación para sacarle un mejor jugo.
Quería profundizar el mensaje en virtud de la armonía, incorporar pausas, sumar silencios, que no era tan habitual en mí.

—¿Qué caracteriza al repertorio? ¿A qué suenan las músicas guaraníticas?
—En primera instancia, el anclaje en el lenguaje que estamos tocando. La elección del repertorio no es la más tradicional sin embargo no está tan lejos de ella. Descubrimos el disco de vinilo Fiesta paraguaya, de Higinio Gómez, a través de Guarania, un poemario de Pola Gómez Codina que solemos citar cuando nos presentamos. En uno de los poemas habla sobre una canción en particular que se llama Mi picaflor. La autora cuenta que aprendió a nombrar al ave en guaraní gracias a esta obra que le presentó su abuelo cuando era chica. Estas músicas encierran un paisaje tropical, amazónico, litoraleño que nos conmueve. Escuchamos varias veces el álbum y nos dijimos que este quizás era uno de los caminos a tomar. No es música masiva; por eso es bueno traerla y darle un nuevo nacimiento, otro modo de sonar.

—¿Qué aporta la guitarra de ocho cuerdas?
—Leyes: Mi picaflor, por ejemplo, está tocada con una sonoridad bien paraguaya, con arpa. Muchas veces uno se imagina el folclore como una cosa quieta y en realidad lo que hace que esté estático son las grabaciones, que cristalizan una forma, pero mientras circula va mutando de generación en generación y en la manera de apropiarse de cada una. Me preguntaba cómo sonaría eso de una manera más actual.
En ese sentido, la guitarra de ocho cuerdas ofrece un rango tonal más amplio y permite explorar nuevas posibilidades de afinación y ejecución musical. Suelo decir que tiene una posibilidad más artística como tenían Ramón Ayala o Egberto Gismonti con sus guitarras de diez cuerdas. Traen un sonido más selvático, más caótico. El arpa tiene algo de esta cepa, por eso quería probar qué sonoridades podría producir con mi instrumento predilecto.

—¿Y el guaraní, en específico?
—Monzón: Más que un idioma, es una gran cosmovisión. Buscábamos organizar una idea para que no aparezca el guaraní únicamente relacionado con Paraguay sino con toda esta región en la que vivimos. Hay música de compositores entrerrianos, uruguayos, formoseños, misioneros que abreva en esas fuentes porque esta región guaranítica es inmensa. Entonces, intentamos compartir la inmensidad de las expresiones.

—¿Qué dicen de la repercusión?
—Leyes: La recepción de la gente es positiva con respecto a cómo pueden sonar esas músicas tocadas de otra manera. Me alienta que se sorprendan pero también que reconozcan lo que escuchan. Se acercan a decirnos “qué linda versión” o a preguntar cómo hicimos para que sonara así.
—Monzón: Las devoluciones, las sensaciones, son positivas. Nosotros venimos de recorridos musicales distintos. Confluir en este proyecto y sostenerlo ha sido un desafío. Por cierto, yo me siento muy bien compartiendo esta dimensión de la creación con él.

—¿Qué intenta recuperar, mantener, revalorizar, Arapoty?
—Leyes: Muchas veces no se escuchan estas músicas porque tienen el preconcepto de que es antigua, de viejos. Cuando uno hace versiones con la sonoridad y los elementos de hoy, acerca el repertorio. La verdad es que hay mucha gente que no lo conoce. Nuestra apuesta es tender un puente para poder escuchar una canción como si fuera cercana, inscripta en el lenguaje moderno urbano. Queremos provocar otra predisposición de parte del público que tal vez por su motu proprio no se lograría. El trabajo del artista sería ir al rescate de algo valioso, confinado a cierto nicho, para luego aproximarlo a nuevas generaciones.

—Monzón: Siento que recuperar, mantener y revalorizar van de la mano. Nuestro objetivo es hacerle un lugar al idioma guaraní que está presente en Entre Ríos. Al elegir este nombre también hay un posicionamiento. Arapoty significa el tiempo de la flor, o primavera. Me gusta pensarlo poéticamente también: juntarnos a hacer música es florecer. Renovar la esperanza de que sea flor todo eso que uno viene sembrando, con otros.

—¿Qué se viene?
—Nada más ni nada menos que nuestro primer disco. Estamos en proceso de grabación de un álbum que condensa algo del repertorio que venimos trabajando. La idea es inmiscuirnos en las postales que proponemos con cada una de las canciones. Estamos muy contentos por celebrar la música de esta manera. Esperamos que salga antes de que finalice el año.

Entona el alma

Cuando llegaron los españoles y portugueses a estas tierras con el ánimo de apoderarse de sus riquezas, advirtieron con claridad que en la cultura guaraní la música y el canto jugaban un papel importante tanto en rituales y ceremonias, como a la hora de transmitir conocimientos y emociones.
En realidad, la musicalidad del guaraní se manifiesta tanto en la lengua como en la música tradicional, en géneros como la guarania o la polca. La riqueza fonética y melódica de la lengua guaraní produce una sonoridad característica, cristalina, suave, envolvente. Casi hipnótica.
Es parte de una cultura que resiste los embates de la globalización. De hecho, al escuchar a Arapoty hay una dimensión perceptiva que se activa y hace que las canciones nos resuenen a alguna radio encendida del ayer, sola, un sábado a la tarde o un domingo al mediodía.
Allí se descubre que esas esencias son parte de nuestra memoria, que nos habitan empecinadamente, sin que seamos enteramente conscientes de ello.
Los sonidos del dúo tienen una cepa ancestral y una europea que dialogan. Juntas, ponen en valor lo originario. Abordadas desde una estética actual, permiten rescatar estos tesoros y darles proyección futura.

Un amplio pulmón

Hay marcas latentes de la cultura guaraní en una generosa extensión de América del Sur que incluye el sur y suroeste de Brasil (los estados de Río Grande del Sur, Santa Catarina, Paraná y Mato Grosso del Sur), la mayor parte del Paraguay y el noroeste de Argentina, en las provincias de Corrientes, Misiones, Entre Ríos, y parte de Chaco y Formosa.
Uno de los legados más significativos es haber mantenido viva la lengua, pese a que los idiomas oficiales de los países involucrados son el español y el portugués. El habla es una fuerte marca identitaria entre los descendientes de los guaraníes.
Originalmente fueron un pueblo semi nómada, dedicado a la agricultura, aunque también se dedicaron a la caza y la pesca. Su forma de estar en el mundo es parte de una cosmovisión que los lleva a sentirse integrados a la naturaleza y a practicar la colaboración entre familias.
Las reliquias y los vestigios, los artefactos y el arte, transportan a un mundo de misticismo y belleza. Sus creencias y rituales se reflejan en cada pieza y revelan la profunda conexión que tenían con el exuberante entorno.

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