Curiosidades de la institucionalidad, un hecho administrativo menor para quien lo realiza puede generar un revuelo de festejos 112 años después.
En efecto, aquella decisión del 25 de junio de 1813 por la que la Asamblea Constituyente elevó al rango de Villa a la Bajada del Paraná fue convertida en fecha clave, fundacional sin serlo del todo, de lo que hoy es la capital de Entre Ríos y en alguna ocasión lo fuera de la Confederación Argentina.
Desde hace un tiempo, apurados por la urgencia del encuentro ciudadano, es el Día de la Ciudad. Se lo vive como un feriado. Se celebra con lo que se puede, con asado, pollo con salsa y arroz o mate con tortas fritas. Pero se celebra.
Hoy, esa Paraná de rostros múltiples, alterna goces suntuosos con familias que revisan la basura para comer. Sobre lo alto de la barranca, una garúa ribereña la hace pensar. Y ella, dele fumar, busca con una mirada de aguas arriba el origen absurdo de sus contradicciones.
A cualquier hora del día, los jóvenes pasan por su regazo, luego lo harán las familias. Los niños en su mundo corretean un vértigo breve que los hace toser. Y ella sigue ahí, como canción pegadiza. Cuál será el amor que sigue esperando, desde qué barco la mirará, en qué terminal se acordará de ella, por qué vereda habrá creído verla pasar. Mientras mueve la patita del alma con las artes de su gente, en Paraná los edificios buscan las nubes más caras. La luna es un reflejo cinematográfico que vuelve esplendoroso el río y chorrea una poesía rancia en el teatro barrial. Los párpados le decrecen por grados: diciembre, hace veinticuatro años; el terror, medio siglo atrás. Bucle infame.
Remozada y tradicional, Paraná sigue su curso. Recordar u olvidar, esa es la cuestión, plantea. El futuro se conjuga con piqueta o se labra con memoria, interroga. Sin embargo, no quiere escuchar hipótesis.
Mientras, sus calles se adaptan, la mirada se llena de autos y el campo próximo de casas. Ella sonríe. Se le dibuja un rictus de belleza juvenil, agreste, pueblerina, cosmopolita.
Ladran los perros flacos, garren los loros, estridulan los grillos. Qué estará pensando Paraná, un siglo, una década y dos años después.
Foto: Cynthia Fistraiber