Para precisar cómo operó la invisibilización de las afrodescendencias en la educación entrerriana, la paranaense María Alejandra Tinta Segovia debe internarse en áreas soterradas de la cultura de principios del siglo XX. Va de amarillentos archivos y fotos antiguas a recortes de prensa. Intenta llenar los vacíos existentes. La meta es ampliar las nociones de identidad que nos atraviesan.
A María Alejandrina Tinta Segovia la cultura afrolatinoamericana la estuvo esperando durante años, agazapada en una foto en blanco y negro. Su autor es Amancay Pinto y la imagen que obtuvo retrató para los tiempos a veteranos de la Batalla de Caseros (1852) que en 1920 posaron en el monumento a Urquiza, en el Parque, el día en que fue inaugurado. Lo que a la por entonces estudiante universitaria le llamó la atención fue la longevidad de los soldados y el hecho singular de que la mayoría tenía rasgos afro.
El proyecto de Extensión que la había llevado hasta el Museo Histórico Martiniano Leguizamón se llamó “La ciudad revelada. Microhistorias fotográficas de la Paraná Moderna (1880-1950)” y operó como un laboratorio participativo del patrimonio cultural de Paraná. Era conducido por Ana Laura Alonso y Rocío Fernández, de la cátedra Comunicación y Conocimiento, que se dicta en la carrera de Lic. en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Entre Ríos (UNER).
Se ruboriza Tinta Segovia cuando reconoce ante Tekoha que, pese a haber nacido y crecido en Paraná, y de haberse formado en instituciones educativas públicas nunca había advertido marca alguna de la presencia afro, ni siquiera como un dato anecdótico. Esa serendipia le cambió la vida.
Hoy, como estudiante de un doctorado de Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Notre Dame, en Estados Unidos, va completando un rompecabezas en red que vincula nombres y apellidos clave de investigadores y producciones académicas, mientras conforma un corpus que le permita avanzar en el propósito de analizar cómo se materializó la invisibilización de la afrodescendencia en la educación.
“La curiosidad me hizo internarme en el tema y presentar el proyecto de posgrado que, en los Estados Unidos, tuvo un impulso cierto porque hay tradición importante en cuanto al estudio de las razas y las etnias”, contó, ante una consulta puntual.
Para encarar la arqueología del saber procurado, Tinta Segovia no sólo recopila fotos, facsímiles de censos, documentos públicos y artículos de revistas de época. Sabe que su objeto de análisis ha sido enterrado en el olvido y apenas se topa con un yacimiento excava con cuidado, delimita el área, explora, libera las piezas cuyos contextos luego estudiará en bibliotecas y museos.

–¿Desde dónde abordás la problemática, específicamente?
–Me posiciono desde la Teoría crítica de la raza (en inglés, critical race theory o CRT) que se enfoca en la estructura social y la cultura en su relación con las categorías de raza, derecho y poder.
Fue enriquecedor haber tomado contacto con los estudios afrolatinoamericanos, en los que sobresalen Alejandro de la Fuente y George Reid Andrews.
El proyecto de la cultura dominante consistió en subrayar la idea de que cuanto más europeo y blanco se fuera, más civilizado sería. Los aparatos ideológicos del Estado se organizaron en ese sentido. Y si bien formalmente a todos los asistían los mismos derechos, en la realidad hubo sectores que quedaron afuera de ese proyecto cuya fantasía era la europeización de la población. Al quedar al margen de los rituales institucionalizados, a los afrodescendientes que querían recordar sus orígenes sólo les quedaba el refugio de la memoria. El proyecto de homogeneización no los incluía.
Por eso, así como es valioso e interesante buscar las maneras de sacar de la penumbra a esas culturas para ponerlas a dialogar con las otras identidades nacionales, hay que afrontar que por la misma razón se trata de un trabajo dificultoso, cuyos registros públicos aparecen de casualidad. En este contexto, hay una labor relevante a cargo de organizaciones sociales dedicadas a recuperar las memorias afro y por otro parte hacer que el Estado reconozca su presencia pasada y presente, por ejemplo, con la sanción de una ley que estableció el Día Nacional de las Personas Afroargentinas y de la Cultura Afro.
–¿Tiene referentes el campo?
–Es significativo el trabajo de Magdalena Candioti, en Santa Fe, sobre la historia de la esclavitud y la diáspora africana en el Río de la Plata. En Córdoba, Erika Denise Edwards es autora del primer estudio académico sobre afrodescendencia en la Argentina que pone el foco fuera de Buenos Aires y dentro del hogar y las relaciones afectivas.
Luego, en la UBA, es inspiradora la tarea del Grupo de Estudios Afrolatinoamericanos, del Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”.
Además, en la academia estadounidense hay especialistas dedicados a la afroargentinidad, como Paulina Alberto y el nombrado Reid Andrews.
–¿Estudios locales?
–Destaco los aportes de Francisco Sosa, que estudia las experiencias y trayectorias de afrodescendientes en Santa Fe y Paraná entre la abolición de la esclavitud y los inicios del peronismo (1853-1943). Y los de Alejandro Richard, que indagó en el barrio del Tambor de Paraná, los afrodescendientes en Ingeniero Sajaroff (Villaguay), la diáspora africana en Paraná y las categorías socioétnicas en la población indígena y afrodescendiente de Paraná, entre 1755 y 1824.
También hay estudios sobre Colón y Concepción del Uruguay.

–¿Qué pasa con las fuentes de información?
–Es una relación esquiva, como en todo proceso de invisibilización tenaz. El primer borramiento fue el de los documentos oficiales. Por ejemplo, no registrar el color a la piel en los censos. Antes de 1850, cada censista resolvía caracterizarlos como moreno o mulato. Después ya no se registró nada. La expresión trigueño, sin ir más lejos, es una forma de ocultamiento de la afrodescendencia.
Una mañana de agosto, Tinta Segovia condujo una exposición titulada “Más allá de Buenos Aires: presencias afrodescendientes en la provincia de Entre Ríos, Argentina a principios del siglo XX”. Fue en la Sala Antequeda, de Paraná, y estuvo organizada por el Archivo General de Entre Ríos y el Instituto de Estudios Sociales, que depende de la UNER y del Conicet.
La investigadora hizo referencia al discurso homogeneizante de los medios de comunicación de finales del siglo XIX y principios del siglo XX en los que se presentaba a la negritud principalmente compuesta por gente muy longeva, que en su mayoría pasaba los cien años, sin descendencia; y que por lo tanto representaba una expresión del pasado que poco a poco se iría diluyendo del imaginario de la identidad argentina.
La pesquisa está dando recién los primeros pasos. Tinta Segovia aguarda que fotos y recortes familiares y de instituciones, condenados al destierro en olvidadas cajas, emerjan de sus tumbas tenebrosas y revivan en la memoria de sus descendientes.
Es como buscar débiles agujitas perdidas en un pajar inconmensurable. Pero quiere dar esa batalla, con paciente sentido de la oportunidad.
De estudio en estudio
Alejandrina Tinta Segovia es oriunda de Paraná. Es Licenciada en Comunicación Social y está en el segundo año del doctorado en Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Notre Dame, en Estados Unidos. Allí mismo es instructora de castellano para principiantes y este año será parte de la cátedra de Introducción a Estudios Latinoamericanos.
Durante sus estudios de grado, en Paraná, participó del proyecto de extensión La Ciudad Revelada en sus dos ediciones, lo que le aportó experiencia de trabajo con museos.
En su trayectoria de formación surge que fue a la primaria a la Escuela nº 18 Evaristo Carriego, que hizo la secundaria en la Escuela Normal; y que se recibió, además de comunicadora, de Técnica en música con orientación en flauta en la Escuela de Música, Danza y Teatro Prof. Constancio Carminio.
Tuvo una estancia en Suecia, como estudiante de la secundaria Magnus Åberg en la ciudad de Trollhättan.
Crédito de Fotos: Erika Schvaigert – Área de Comunicación de la Secretaría de Cultura de Entre Ríos