Recuperar el pulso

20 septiembre 2025 11 minutos
Cristal Bella

Agosto 13, 2025. Una muda de piel le permitió a La Hendija encender una estrella en medio de la noche. El centro cultural volvió a latir con un evento multidisciplinario que bombeó expresiones vivas, bullicio animado y gente hasta en la vereda. Una galería de arte contemporáneo invita a arrimar la oreja, fijar los ojos y posar la nariz en el intersticio por donde se cuela el oficio de artistas de la región.

Desde su génesis en 1989, La Hendija ha sido un espacio de encuentro, de resistencia creativa y de diálogo entre generaciones. Nutrida de autogestión, a lo largo de su historia tuvo momentos de auge y de merma que respondían a factores coyunturales. Pese a las fluctuaciones, no ha dejado de ser un sitio pensado para artistas que desean materializar sus proyectos.
A 36 años de su creación, ese espíritu fraternal e independiente recobró aliento con GuatJappening?1, un evento plurilenguaje que pretendía volverse una experiencia de naturaleza irrepetible, donde la pintura, el dibujo, el grabado, la fotografía, las instalaciones, el arte textil, la acrobacia aérea, las performances, los ensambles sonoros y el videoarte confluyan en un universo colaborativo y expansivo. El miércoles 13 de agosto, el centro cultural logró su cometido con un coro polifónico de más de 125 artistas entrerrianos que se expresaron por suelos, techos y paredes, y una marea contundente de visitantes que peregrinó por las cuatro salas dispuestas a la contemplación.
Un par de décadas antes de que Marvin Gaye se preguntara What’s going on al ritmo del soul, las artes visuales comenzaban a preocuparse por el aquí y el ahora de las más variados lenguajes artísticos. Así, a mediados del siglo pasado, surgieron los happenings. Son de esas instancias en las que el arte y la vida se funden y confunden para convertirse en un hecho vivo en el que convergen la improvisación, la participación activa del público y la mixturización de disciplinas.
A mitad de mes, el nuevo proyecto de La Hendija Arte Contemporáneo frotó lámparas de artistas de larga trayectoria y emergentes para liberar esa esencia en tiempo real. El gran genio colectivo posibilitó una muestra de sobrada calidad artística que hará eco hasta el 10 de octubre en Gualeguaychú 171, de 17 a 20, con entrada libre y gratuita.
Además de ser artistas visuales de larga data en Paraná y el mundo, Alejandro Pájaro Carreira y Coty Carbone son los propulsores de la reactivación de este hogar de la cultura regional. Como coordinadores generales de la exposición, uno de sus objetivos principales es “acercar el arte a la gente”. Lo sostuvieron en una entrevista en el hall de La Hendija, días antes de la reinauguración oficial. Sin embargo, no fue el gran día el único tema abordado. Hubiese sido poco provechoso sabiendo que comparten caminos artísticos y personales hace casi quince años y que han sido forasteros deliberadamente adoptados por la ciudad.
El nombre de ella tatuado en los nudillos izquierdos de él es una muestra más de un vínculo que cristaliza de diferentes maneras. Mientras ella ceba el mate, Carreira confiesa que “nos potenciamos y nos complementamos desde el primer día” .
Desde una perspectiva “no sectaria, sino inclusiva y empática” como describe Carbone, ambos son partidarios de popularizar el arte. Para ello, plantean que hay que quebrar esa fórmula elitista que sostiene que el arte es más y mejor mientras más raro es y menos entiende la gente. Parafraseando una canción de Divididos, Carreira lo resume de la siguiente manera: “el arte y la cultura no se tienen que convertir en hacer cosas raras para gente normal”.
Con una impronta contemporánea que contenga todo lo que el arte demande y alejados de una mirada esnobista, se proponen generar espacios de creación colaborativa, pertenencia, exposición, debate y reflexión que traspasen el horizonte restringente que imponen la Academia y el Mercado.
A partir de la idea de que todo arte es político, Carbone y Carreira comparten sus posturas respecto del arte en la actualidad.

–¿Cuál es el programa de La Hendija Arte Contemporáneo?
–Nos sumamos a la reactivación de este espacio que históricamente estuvo destinado a las artes visuales. Este fue el puntapié para conocer sus orígenes. Desde el inicio confluyeron muchas expresiones artísticas, muchos sectores y muchas disciplinas.
Nuestra idea fue retomar esa esencia tradicional que con el correr de cuatro décadas por supuesto que tuvo momentos de auge, de merma y de meseta cultural y artístico. Recopilamos toda la información que nos fueron contando los integrantes de la Fundación, miembros del equipo de gestión de muchos años y los propios artistas, los que estuvieron hace 40 años y los que están en este relanzamiento, también.
Este siempre ha sido un lugar de encuentro, de resistencia y de reflexión de las artes en sí y de la cultura. Nos propusimos volver a juntar todas esas partes que en los distintos momentos se fueron dispersando para renovar aquella naturaleza de convergencia intergeneracional, que aloja el arte en sus múltiples formas.

–Es un objetivo ambicioso.
–Sí, pero está bueno tenerlo y contamos con el apoyo de la gestión actual. No queremos que La Hendija sea solo una galería de exposición y venta, sino que también sea un sitio de referencia, de formación, de capacitación, donde se den talleres, seminarios y volvamos a tener tertulias culturales entre los artistas para hablar en profundidad. Así comienza la reconstrucción y la recuperación de ese espíritu nodal de la cultura entrerriana.

–También piensan en una dimensión experimental, ¿no?
–Exactamente. Después de recorrer distintos circuitos artísticos locales, de las artes visuales en sí y de sus artes conexas, concluímos en que faltaba un espacio en el que se pueda probar, desde el error y las prácticas. Para eso reinventamos la Sala H, un laboratorio potente para instalaciones e intervenciones más contemporáneas.

–¿Cómo se cruzan los caminos de ambos?
–Nos conocimos hace 14 años trabajando en proyectos culturales. Nos encontramos acá y nos enamoramos a primera vista, y desde ahí no nos separamos más y no paramos de hacer cosas.

–¿Qué aportes tiene cada uno para hacer a La Hendija?
Carreira: La experiencia en distintas áreas e investigaciones, las trayectorias individuales y en conjunto. La Coty, aparte de ser una gran artista, es multidisciplinaria porque viene de las artes escénicas, pero además es una gran muralista y performer.
Nos potenciamos el uno y el otro trabajando, nos entendemos mucho, nuestras visiones de búsqueda expresiva se complementan, la pequeña idea del otro toma una volumetría más que interesante. La relación fluye en todos los aspectos.
Carbone: Él es mi compañero de vida, pero también es mi compañero de todas las aventuras. Eso está buenísimo.

–¿Por qué Paraná?
–Somos paranaenses por elección. El respeto, la referencia mutua y el amor que nos brinda la comunidad artística acá es gigante. Nos sentimos valorados. Suena cursi pero no es algo tan común. Nosotros venimos de Ciudad Autónoma y allá es otro el clima.
A medida que pasan los años es cada vez mejor, porque vamos forjando vínculos más fuertes. Estos casi 130 artistas que aceptaron la invitación, demuestran eso. Nos apoyan en un proyecto que hacemos a pulmón, y eso nos impulsa a poner más corazón y convicción. Es un espaldarazo que hoy por hoy es impagable.

Coordenadas

–¿Cuál es la realidad del mercado del arte en la región? ¿Cuál es el rol de una galería en ese sentido?
–A nivel macro, el mercado del arte post-pandemia ha cambiado mucho, dada la crisis social existente. Hay artistas y galerías de arte que siempre van a vender, más allá de la obra en sí. Después, en obras de un valor medio y un valor inicial promedio, está bastante frenado a nivel mundial. A nivel nacional, se replica lo mismo pero potenciado.

–¿Cómo se mide y valora una obra de arte?
–Cómo se valora es una cosa y el precio de venta es otro. Se valora la percepción de la persona, si la obra la lleva a un recorrido, la conmueve, le hace suceder algo.
Después aparece la dimensión de mercado. Lo que hoy te dicen que valía 5 pesos, de repente mañana puede salir 250.000 dólares y pasado puede salir 50 pesos de nuevo. El circuito está determinado por esa ambigüedad. Otro de los grandes problemas es cuando algo se pone de moda, pero eso no es exclusivo de las artes visuales.
Está la costumbre en Paraná y en Entre Ríos en general de que tenés que ir a Buenos Aires a comprar obra. El mercado de allá te dice “no, para ir a comprar obra tenés que ir a Miami, a Barcelona o a Nueva York”. Y muchas veces se termina comprando la misma obra del mismo artista que podría estar comprándose acá en la ciudad a precios 5, 6, 7 veces más baratos.
En ese sentido, lo que se está logrando con la Feria de Arte de Paraná es la generación de un circuito para poder ver y conocer a decenas de artistas entrerrianos. Esto hay que sostenerlo. Es un trabajo muy de militancia del arte, porque no hay una cultura de consumo de arte visual. Sucede que pequeños coleccionistas o incluso los mismos artistas terminamos comprándonos obras entre nosotros.

–No es un debate saldado…
–Claro que no. El valor es totalmente subjetivo y depende de muchos factores y es algo que día a día cuesta construirlo. Existen ciertos parámetros, sin embargo una obra no depende del tiempo que le llevó al artista a realizarlo o la trayectoria que tenga el artista o la técnica utilizada. Es un debate que hay que dar.
En la Feria de Arte de Paraná también aparece esta problematización. La persona que está paseando acá no compra un dibujo a 15.000 pesos pero va enfrente a los food trucks, que está bien, apoyamos eso también, y se compra más de 15.000 pesos en consumir algo. El quid de la cuestión es que la persona prefiere destinar ese dinero en comerse una papa frita con una cerveza y no en invertir en arte. De hecho, la política de la Feria fue que la gente pueda comprar. Hay que propiciar un cambio cultural para acercar el arte a la masividad del público.

–¿Qué herramientas tiene el público ante la contemplación de una obra?
–Se puede explicar su técnica y su historia. Puede ser interesante, pero es como escuchar una canción de un músico de conservatorio. Vos la canción primero la escuchaste, te conmueve o no, y después te explica el contrapunto. Cuanto más uno pueda comprender la obra es mejor siempre cuanto más uno sepa. Pero con la obra en sí, ¿qué es lo que te pasa? Te conmueve, te enoja, te alegra. Si ves una obra y no te transmite nada, pasás de largo.
La obra está viva o está muerta. Técnicamente puede ser impecable, pero técnicamente te lo puede hacer un plotter. Y tenés plotter 3D, 4D, 2D, te hacen esculturas, te hacen el David de Miguel Ángel, te lo hacen en tamaño natural, en piedra, con una computadora.
Lo primero que te dicen cuando invitás a una exposición es “ay, pero yo no entiendo nada de arte”. Se vuelve una cuestión de permiso y una muestra de cómo el arte se fue alejando de la gente.
Por ejemplo, nosotros hace poco estábamos en una galería acá en Paraná haciendo una exposición y es una galería que está abierta a la calle, que puede pasar todo el mundo, acceder, entrar y nos pasaba que mucha gente que pasaba por ahí nunca había entrado y era del barrio. Nos pusimos en la puerta a volantear, algo totalmente en las antípodas de las artes visuales. Entraban por día 20 personas y gente del barrio que decía “yo siempre paso por acá y nunca entraba, nunca me permitía entrar o muchos nos decían, no, pará que me voy a cambiar y voy a entrar, después vengo cambiado y entro a ver la exposición y decíamos, no, entrá así, como estás; entonces pasaba el que estaba y hasta el trapito que estaba con los autos entraba a la exposición.
El cambio de vuelta es que el arte empieza a estar más cerca del común de la gente para que se genere este encuentro desde lo que el artista quiere transmitir y contar con la obra y no desde la técnica o el academicismo. Hacer que el arte vuelva a ser una herramienta social de interacción.

–Hay dos preguntas reiterativas que suelen hacerles a los artistas. Una es, qué es arte y qué no lo es, que van juntas, y otra es cuál es la función del arte. ¿Cuál es su postura ante esos interrogantes? ¿Y cuáles son las preguntas que debiéramos hacerle al arte?
–Para nosotros, el arte es un medio, no un fin. Un medio para la comunicación. Un cuadro, una foto, una obra de teatro o una pintura es el encuentro entre el realizador y el otro. El artista se siente liberado cuando una parte suya sale de adentro de la cabeza y la plasma para ser vista. Si no la compartís hay algo que queda inconcluso.
Es un reflejo del tiempo, del cotidiano y de la historia del artista. Todo arte es político. Si elegís pegar la banana en la pared o dibujar un niño muerto de hambre en carbonilla. Como artistas tenemos que empezar a ser conscientes de la potencia que tenemos en ese medio, en esa herramienta.
Todo este proceso nos llevó a terminar diciendo esto no sirve para nada. Y creemos que sí lo hace. En los años 60 se planteó la muerte del arte y la idea de que las expresiones culturales no servían absolutamente para nada. Nos hicieron un trabajo fino para hacernos creer eso a través de la instalación del menosprecio y de los procesos que hay de destrucción del arte y de la cultura que claramente apuntan a su exterminio. Entonces nos tenemos que fortalecer entre nosotros como comunidad artística y cultural para resistir a eso, que ya viene de un proceso largo de desprestigio, deslegitimación de la herramienta artística, del arte en sí, como expresión. El mercado contribuyó mucho también a eso, a banalizar el arte. Hay que hacer un llamado de conciencia a nuestra praxis artística, a lo que hacemos en todas las disciplinas.
A mí hay una frase que me gusta mucho, de una canción de Divididos, que me parece que simplifica el arte y la cultura, no se tiene que transformar en haciendo cosas raras para gente normal.
Entonces, eso para mí me parece que es una sabiduría y pone el lenguaje a nivel popular y tiene una claridad de conceptos muy clara. Y cuando la cultura se transforma nos hacemos los raros, y cuanto más raro sos y cuanto menos entiende la persona, es más arte y está mejor.

–¿Cómo se seleccionaron las obras que participan de la reactivación?
–Cada caso es distinto, porque cada artista lo es. Cada propuesta es única e irrepetible, porque la tenés que ubicar siempre en su contexto.
Concretamente, en cuanto a GuatJappening?1 fue una convocatoria abierta, heterogénea. La temática tiene que ser hacia el artista o hacia la obra que tiene que presentar el artista. La obra tiene toda la temática, el color, o la forma, o la técnica, pero decidimos que lo importante acá era el concepto de una muestra colectiva que deja el ego individual de lado, que es bastante difícil en nuestro medio, en las artes visuales. Porque el artista casi siempre trabaja solo en forma individual.
El eje conductor de esta muestra es la sinergia de La Hendija con los artistas y los artistas con La Hendija. La obra que estamos generando todo este conjunto de artistas es un happening que celebra el arte y el encuentro del arte desde lo colectivo.

Un salmón en calle Gualeguaychú

La inauguración del espacio de arte en Gualeguaychú 171 estuvo rodeada de gente diversa, en cantidades que apenas permitían moverse a los que recorrieron las obras, agrupadas en ramilletes.
Los que estuvieron en el corte de cintas pueden testificar que la marea humana tenía direcciones variadas. En los bordes, individualmente o en grupo una fuerza impulsaba a recorrer las obras; en la franja central, Coty Carbone o Alejandro Carreira departían sobre la muestra colectiva o el arte mismo. “Te hago una visita guiada”, propuso una artista en aquella velada, luego de saludar a una amiga.
Las vestimentas, los calzados, los peinados y hasta aquello con lo que brindaban eran indicativos de una reunión tipo aquelarre, de una convivencia multigeneracional. La muestra sigue tal cual aquella noche, sin el gentío murmurante, sin la música en vivo, hecha con medios digitales e instrumentos analógicos.
Cuando el cuchicheo se fue apagando, cuando se juntaron las copas, cuando por fin se sintió el cansancio de armar semejante instalación, cuando se dio el último vistazo antes de cerrar, había cuestiones que seguían allí. Y que, ahora que se están dando los primeros pasos, tiene sentido desarrollar.
Existe un consenso generalizado en torno a que el arte del siglo XXI es el que surge de la confluencia de disciplinas tradicionales y emergentes. En las visuales, se manifiesta una tensión entre lo fugaz y lo duradero, una yuxtaposición de la imagen fluida con la fija, un guiño entre segundas y terceras dimensiones, con experiencias inmersivas desafiantes y debates siempre vigentes en torno al uso social de las obras o al mero destino de mercancía y hasta de adorno.
Parece claro que no se trata de sumar lenguajes, sino de integrar las sensibilidades, experticias e inteligencia de quienes los portan. Dicho en otras palabras, el desafío es ir contra la corriente que impulsa el aislamiento colectivo y conformar comunidad. Para que el proyecto sea sustentable, es decir, para que el panal esté en permanente actividad, hay que encontrar la manera para que se active un circuito que vaya de la producción a la expectación, del debate a la exploración, de la formación a la imaginación.
La tarea no puede involucrar sólo a artistas: hay que pensar en potenciar la apreciación de los que demandan obras de arte y, a la vez, en crear nuevos públicos.
En definitiva, se trata de remar río arriba, en una época en que las aguas bajan turbias: un oficio que por otra parte está en el ADN de La Hendija.

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