Teatro a cara lavada

9 octubre 2025 3 minutos
Víctor Fleitas

Dos recomendables adaptaciones sostienen la propuesta teatral titulada Alfaro por dos. Con la actuación de Augusto Carballal y la dirección de Mache Bosso, los cuentos El tordillo y El desierto del escritor nogoyaense, radicado en Paraná, adquieren la tridimensión del gesto, la entonación y la complicidad con un público agradecido.

Una silenciosa Biblioteca Popular, noctámbula, acogedora y espectral, con sus amplias instalaciones repletas de antiguas y nuevas historias y su arsenal de detalles distinguidos, fue un adecuado espacio para acoger la obra de Juan Manuel Alfaro, llena de sigilo y poesía, un cielo estrellado de evocaciones sentidas, comunicantes, un óleo de obsesiva pasión por el dato preciso, el sentimiento profundo y la descripción elocuente.

A las 20.30 del primer jueves del mes, un generoso puñado de paranaseros de distintas edades se animó a desafiar la idea general de una comunidad que no tiene al edificio de Buenos Aires 256 entre los rincones teatreros por antonomasia, en una ciudad que empezó a florecer un cambio de estación.

Desde la comodidad de dos barrancas enfrentadas, el público fue testigo de cómo se les desanudó la caudalosa curiosidad por ver qué haría Carballal con El tordillo y El Desierto, cuentos con el sello Alfaro y a la vez distintos entre sí, incluidos en la dama con el unicornio. Para quienes lo conocieron y leyeron con más razón, pero también para quienes sólo lo tienen referenciado como un escritor contemporáneo, la figura de Alfaro aparece rodeada de bonhomía y sentido de humanidad, lo que ejerce de por sí un particular atractivo.

El desafío para Carballal estaba hecho de esas dos sustancias: crear universos significantes para conocedores y no informados. El hecho es que, para convertir los textos literarios en puesta teatral, el actor se desentendió de todo artificio escénico y se hizo a la mar con la palabra que enuncia, la palabra que evoca y la palabra cantada. Logró el objetivo principal, ser el eje movilizador de la narración teatral, con habilidad para conformar una burbuja en la que cada asistente tejió asociaciones con su propia experiencia. La mirada atenta, la sonrisa cómplice, el alma suspensa fueron perlas que conectaron el oficio escritural de Alfaro y la capacidad histriónica de Carballal, encargado también de la adaptación.

La puesta como tal se estructuró como una obra con dos actos o una serie de un par de episodios autónomos. El primer cuento elegido por Carballal fue El tordillo, en el que sobrevuela la idea del duelo ante un sacudón abrupto de la vida, que en el relato aparece representado por el hecho de tener que dejar el campo para ir a vivir al pueblo y lo que ese viraje del destino provoca en la experiencia y percepción del protagonista. Como se sabe, el tordillo es un caballo en cuyo pelaje se mezclan los pelos blancos y negros. Lo que a cierta distancia se presenta como de color grisáceo, puede cambiar con los años: se puede nacer oscuro, alazán o castaño y transformarse en completamente blanco. Por el resto, el equino y su jinete desarrollan un vínculo único, como con el alma, y todos podemos reconocer las dificultades de tener que convencernos de que hay que tomar otros rumbos cuando el primer impulso es regresar a lo reciente. He ahí la cepa universal de un relato en apariencia rural: el dramatismo del diálogo interior con uno mismo cuando comprende y no entiende a la vez que llegó el momento de dar vuelta la página.

El texto describe la experiencia del que debe mudar de piel y es de una riqueza literaria tal, de una síntesis escritural y una profundidad dramática, que Carballal acierta en acompañar su pulso con una adecuada interpretación, ajustada al tempo y a las potentes imágenes originales.

Para el segundo momento, Carballal incorpora otros recursos expresivos, en virtud de que la estrategia discursiva de Alfaro varía: hay una conversación también, probablemente la de un adulto, que intercambia pareceres con una figura ideal, tal vez una maestra de la escuela primaria. La charla es una especie de soliloquio que le permita al protagonista de la historia repasar su vida y la del país, en un viaje pendular rico e inquietante, sutil y descarnado. Carballal caracterizará a personajes del cuento El desierto, interactuará de manera directa con el público, se enredará en rayuelas existenciales, bailará sin pretenderse bailarín y cantará sin emular a ningún engolado cantante, lo que le da una naturalidad destacable a los recursos aplicados.

Así como Carballal cuenta algo de su historia personalísima, campera, con El tordillo, aprovecha El desierto para transmitir los avatares de una generación que tuvo sueños juveniles de peña e ideales de liberación, en medio de un contexto en que lo común aparece particularmente atacado, presentado como la razón de todos los males argentinos.

Si la sugerencia del final encontrara eco favorable, los que asistieron y ofrendaron prolongados aplausos recomendarán a sus allegados que no se pierdan Alfaro por dos, cuyas funciones continuarán los jueves de octubre. No saldrán defraudados porque este reencuentro con la obra de un autor de fuste implica una reunión con partes sensibles, personajes añorados y épocas que nos habitan e interpelan.

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