Con la laboriosidad de un panal, un grupo de especialistas puso a dialogar sus trayectorias con el fin de explorar en otras maneras de enseñar, de investigar y de intervenir en Trabajo Social. Esa invitación a mestizar perspectivas para urdir una teoría encarnada, supone que el conocimiento es una forma de relacionarse con el entorno y con lo vivo. Bajo el título Feminismos, giro afectivo y pensar situado, el libro forma parte del catálogo de La Hendija Ediciones y será presentado el lunes 15 de septiembre.
Definitivamente, tejer es un oficio que se aprende mejor en grupo. No alcanza con tener un bastidor, agujas, lanas y fibras de distinta prestación y aspecto. No es suficiente contar con la buena voluntad. Se puede asumir la práctica de manera individual, es cierto; pero en la propuesta colectiva hay una sociabilidad que mientras pone a circular saberes y experiencias produce una conexión que potencia las capacidades. Eso que se comparte, de pronto, nos hace reír, contar, recordar, reflexionar, corregir, escuchar.
Así, las formas en que tejedores y tejedoras materializan propuestas o diseñan, encaran planes propios o se integran a proyectos mayores genera una red vincular que es tan o más importante que el producto como tal, pero que a la vez repercute en la calidad de cada producción.
No parece haber funcionado diferente con un equipo de especialistas que se reunió en torno al desafío de explorar en las texturas conceptuales decantadas, muchas veces naturalizadas, que se hacen presentes y determinan los tramos de formación y de producción académica y que perfilan la intervención profesional en Trabajo Social. Desde el análisis de los feminismos, el giro afectivo y el pensar situado trajeron a la rueda distintas tradiciones, las intervinieron en medio de un diálogo común y registraron lo vivido en un libro publicado por La Hendija Ediciones, que será presentado el lunes 15 de septiembre, a las 17.30.
Si la aventura colectiva es valiosa en toda oportunidad, cuánto más en esta, en que los autores se preguntan qué puede el Trabajo Social cuando lo social está siendo desmantelado o qué pueden las palabras cuando se nos quiere sin voz, sin historia y sin afecto. En fin, Feminismos, giro afectivo y pensar situado parece un libro pensado y sentido para quienes se resisten a normalizar la intemperie.
Escrita de manera coral, la publicación se presenta como el resultado de un proceso de escritura colectiva a la que han ido tramando voces provenientes de distintas universidades públicas, redes académicas y territorios de intervención, como Noemí Parra Abaúnza, Yanina Roldán, Sebastián Failla, Luz Dahul, Lola Barale, Gabriela Rubi, Sasha García Duarte, Celeste Bach, Claudio Barbero, Ailén Rey, María Victoria Caporella, Valentina Stradella y Mitzi Duboy Luengo.
Una de las coordinadoras, María Eugenia Hermida, dialogó con Tekoha. Para ella, el material asume las características de “un acto de defensa”, dado que «nace en medio de una época adversa, donde la justicia social, la memoria y el deseo colectivo son blanco de discursos de odio, políticas de ajuste y ofensivas morales”.

–Si el título fuera la integración de palabras clave, ¿qué diría Feminismos, giro afectivo y pensar situado sobre el contenido y la perspectiva del libro?
–Creo que funcionan como un mapa. Dibujan la geografía desde la cual partimos, pero también el horizonte a donde queremos ir. No son solamente “un marco teórico”, sino una tarea, un viaje. La idea del libro fue “mudarnos” a estos enfoques, re-conocerlos, acuerparlos, ver cómo nos dejábamos atravesar por sus categorías, sus modos de ver, y a partir de ahí registrar otras maneras de enseñar, de investigar y de intervenir.
También el esfuerzo estuvo puesto en proponer diálogos, cruces, hibridaciones entre estas tres tradiciones que tienen genealogías diferentes. Interrogar por ejemplo el denominado “affective turn” desde las tradiciones descoloniales latinoamericanas genera desestabilizaciones, preguntas, nuevos problemas a los tópicos consagrados del giro afectivo de la literatura angloparlante.
De este modo, hablar de la serie “feminismos, giro afectivo y pensar situado” es proponer un montaje diferente. La contigüidad de los términos no supone una operación lineal o aditiva, sino una invitación a mestizar perspectivas con el objeto de dejar emerger una teoría encarnada.
–En términos metodológicos, teóricos y epistemológicos, ¿qué ruptura implica posicionarse desde el giro afectivo?
– La ruptura es con el modelo logo-falo-céntrico, con el reduccionismo de la razón instrumental. El conocimiento es un modo de relacionarnos con las cosas y con lo vivo. El sesgo positivista empobrece los modos del conocer.
El giro afectivo nos invita a hacernos cargo de la emocionalización de la vida pública que se viene registrando. Pero no es solo una cuestión de coyuntura. Nos invita también a cuestionar la hegemonía de un logos que se pretende desafectado cuando en realidad lo que hace es esconder toda una topología de emociones invisibilizadas bajo el mandato de supuesta “neutralidad”.
La modernidad capitalista colonial y patriarcal es productora de lo que Segato llama “pedagogía de la crueldad”. No podemos construir una crítica profunda sin interrogarnos por estos afectos políticos como son el odio y la crueldad.
Pienso en rupturas, pero también en reparación. En re-enlazar. En suturar aquello que la modernidad colonial separó: cuerpo de mente, afectos de razones. Como ya decía el sociólogo colombiano Orlando Fals Borda, hablamos de un senti-pensar, pero en clave colectiva y política.
Nos distanciamos de las propuestas de la agenda neoliberal más vinculadas a la “gestión individual de las emociones”, para pensar modos de afectación para reconstruir lo común. Esto hace que lo que escribimos, cómo lo escribimos y para qué, y quiénes lo escribimos, se oriente por claves de justicia social, epistémica y de género.
No se trata de ser más funcionales, de aprender a adecuar nuestras emociones, sino de hacer una crítica política de los guiones de (in)sensibilidad que el giro a la derecha neofascista busca imponer.

–¿Qué vacancia vienen a ocupar estos ensayos para pensar la formación, la investigación y la intervención en Trabajo Social?
–Hace casi unos diez años desde nuestro grupo de investigación publicamos el libro Trabajo Social y descolonialidad, donde intentamos aglutinar miradas que venían insistiendo en la necesidad de un pensar situado para la intervención social. A inicios de esta década hicimos lo propio para pensar los feminismos del sur. Y en este caso la apuesta de nuestro grupo fue la de cruzar esas miradas con los aportes del giro afectivo.
Esta perspectiva, a diferencia de las otras, no cuenta aún con tanta circulación en nuestra profesión. Nuestra intención fue estudiar sus aportes, pero desde el Sur. Creemos que tiene mucho para brindar a la hora de entender, resistir y transformar este momento donde lo político se estructura por una agenda anímica vinculada al odio, el desgano y la desimplicación.
–¿Qué tienen de singular los feminismos latinoamericanos y en qué se acompasan a las demandas universales de la época?
–Que intentan hacer posible lo imposible, intentan que las subalternas puedan hablar. Los feminismos situados, del Sur, latinoamericanos, hacen una crítica radical a un sistema que es patriarcal pero también capitalista y colonial.
En ese sentido cuestionan las lógicas extractivistas y blanco-céntricas de la academia. Tienen vocación global, se piensan y se viven de modo plurinacional más que universal. Esto quiere decir que no intentan homogeneizar ni hegemonizar, sino aportar desde su singularidad a la diversidad necesaria para que la vida se exprese.
Son múltiples, no uniformes. Militan por el derecho a existir y re-existir sin necesidad de tener que emular los mandatos del Norte. Tienen capacidad de hablar a los sujetos reales, porque surgen de los problemas cotidianos de las mujeres y cuerpos feminizados, racializados, perseguidos, negados.
–¿Qué papel puede cumplir el Trabajo Social en la visibilización de la problemática de las mujeres? ¿En qué es diferente a lo que eventualmente esté haciendo ya?
–Trabajo Social es un oficio feminizado. Esta realidad ha sido vista en su propio devenir, en ocasiones como un sesgo o un problema. Hoy, la mirada feminista situada en Trabajo Social reivindica como una potencia esta característica que, si bien nos ha subalternizado, también nos ha permitido conectar con esos modos minorizados de ser y hacer, de los que hablaba el filósofo francés Gilles Deleuze.
No hemos sido colonizadas de modo tan sistemático por las lógicas falocéntricas y eso nos acerca a intentar modos otros de trabajo. La problemática de las mujeres es la problemática social, porque expresa, junto con la realidad de diferentes colectivos subalternizados, que el sistema no funciona.
Es una cuestión de desigualdad e incluso de “dueñidad”, como dice Rita Segato. Entonces, un oficio que se despliega en el corazón de la cuestión social, que en su cotidiano devenir habita la herida patriarcal colonial, tiene al menos en potencia, posibilidades enormes para la transformación.
–En distintos papers has llamado la atención sobre marcas del colonialismo que se advierte en cierta producción académica, ¿qué dificulta pensar específicamente en relación a los feminismos?
–Hay todo un archivo por descubrir. La colonialidad del saber ha opacado las posibilidades de que registremos como corpus válido para el estudio y la formación un conjunto de voces, textos, experiencias de nuestra historia, de nuestras mujeres, que han hecho política, que han cambiado la historia.
Pensar el feminismo en clave situada y pensarlo para reconceptualizar la producción académica, implica acercarse al barro de la historia, a encontrar pistas para intervenciones otras en las grandes tradiciones políticas de nuestros pueblos, en las resistencias indígenas, populares, barriales, disidentes.
–¿Cómo se tejió este trabajo de colaboraciones múltiples? ¿En qué consistió la coordinación de los desarrollos?
–Somos un grupo. Este libro en particular surge del trabajo sostenido durante algo más de dos años, en el marco de un proyecto de investigación de nuestro Grupo Problemáticas Socioculturales de la Universidad Nacional de Mar del Plata. Allí, estudiantes, graduades, docentes y colegas de otras universidades y provincias, nos nucleamos para estudiar, pensar, debatir y experimentar estos tres enfoques. Y a partir de allí ir tramando estas escrituras.
Melisa Campana y yo oficiamos de editoras, en el sentido de ir haciendo un trabajo de acompañamiento a esas escrituras. A la vez creamos una metodología de lecturas cruzadas y rondas de impresiones, de modo que cada capítulo se fue “contaminando” con las lecturas e impresiones de les otres. No es estrictamente una “compilación”, sino más bien una obra colectiva, porque primero nos pusimos objetivos, pensamos qué decir y quién podría/querría poner su pluma para desplegar cada una de esas ideas.
–¿Cómo caracterizás el proceso por el que esas piezas terminan constituyendo un libro?
–Un proceso liberador. De fortalecimiento de cada une de les autores/as y del colectivo. Decir la propia voz, hablar desde las entrañas, participar de un proceso creativo, es una experiencia que sana, que le quita el tinte gris y despersonalizante a los modos hegemónicos del ser y hacer de la academia.
Y esta impresión se amplifica al recibir las primeras devoluciones de la obra que ya empezó a girar y a generar diálogos, respuestas, preguntas.
El libro es una excusa y una oportunidad para el encuentro, para juntarnos, y eso en estos contextos de atomización es ya de por sí un ejercicio de libertad y de resistencia.