Tres apellidos para una casa

20 agosto 2024 2 minutos
Víctor Fleitas

Una casa en Villa Urquiza cuenta los secretos de generaciones de inmigrantes y criollos que se afincaron en la costa del Paraná, tras el sueño de prosperidad.

Los Wood, los Antelo y los Aceñolaza han quedado para siempre unidos a los cimientos sobre los que se proyectó esa casona con forma de “L”, típica del estilo neoclásico italianizante, que pasea su donaire por la historia misma de la Primera Colonia Agrícola Militar del país, en pleno centro de Villa Urquiza.

A 42 kilómetros de Paraná, hacia el norte, sobre el río, aquel enclave que acriolló la aspiración de alemanes, suizos, franceses, italianos y españoles es hoy una reserva saludable de todo aquello con capacidad para hacernos regresar del ajetreo citadino.

El suave zigzagueo rural de su vasto camino de acceso, las calles anchas que se deslizan hacia la ribera, las veredas espléndidas de gramilla y sombra añosa, los frentes amplios y los fondos parquizados y la sonoridad dominante de los trinos, son una tentación para los visitantes y una invitación a volver.

Parte de la historia de Villa Urquiza pasa por la Casa Aceñolaza.

La Casa Aceñolaza es un Museo que no muestra tanto cómo vivieron sus propietarios sino cómo hicieron las familias inmigrantes para integrarse a la fantasía aquella de ser “el granero del mundo”.

Se trata del Almacén de Ramos Generales y productos del país, que operó entre 1884 y 1987. No sólo es una galería de objetos de época, también mantiene el ordenamiento espacial de entonces, con su sector para mujeres (artefactos del hogar, comestibles a granel, artículos de bazar, tienda y mercería) y para varones (despacho de bebidas y lugar de reuniones políticas).

Si bien los turistas se asombran por las balanzas, las botellas y la caja registradora, el mayor tesoro está en los registros comerciales, que muestran al detalle, día por día, venta por venta, qué llevaban los colonos de ese centro de distribución regional, desde donde prosperaron la villa y la campiña.

La Casa Aceñolaza fue convertida en un museo.

Pocos reparan en el sueño breve de John Wood que en 1860 la construyó para Priscila, su esposa; en la efímera residencia de José Antelo, que fuera gobernador entre 1879 y 1883; y en los deseos renovados de las distintas generaciones de Aceñolaza, que sucedieron a la compra del inmueble por parte de José María, cuando el acopio de granos y cereales y su transporte por barcaza era un negocio floreciente.

La riqueza de la Casa Aceñolaza es esa: cuenta, a su modo, la historia de este rincón en el mundo, desde que el 1 de septiembre de 1853 se transformó en la Primera Colonia Agrícola Militar Las Conchas y su posterior transformación en Villa. Ciento setenta esforzados años, en una sola recorrida.

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