Roberto Arlt desembarcó en esta ciudad de historias y polinizadores en el ’33. La ceniza de este forastero fue vertida en nuestras aguas dulces. Gotas de su prodigiosa pluma tiñeron las Aguafuertes Fluviales de Paraná.
Hace 91 años, el cronista porteño trazó un perfil de la capital entrerriana a la que describió con “horizonte de una orilla caliza, barro verdoso, techos de paja y agua de apariencia de hierro colado” y auguró “una villa de vida amable y dulce en la cual florecerá un sueño amoroso”.

El presagio arltiano sigue siendo un elemento deseante, la excusa existencial que se manifiesta en el trabajo de miles de celdillas hexagonales, donde una alianza entre naturaleza y empeño iguala a quien barre sus calles, al que hace el pan y a los que enseñan y aprenden; con aquellos que escriben libros, arreglan motores, atienden un comercio, levantan una pared, conducen un camión o cuentan historias para sentirse vivos.



Estos aleteos, silenciosos, productivos, son el néctar y el polen: explican, sencillamente, por qué sigue encendida esta comarca costera.
Paraná cumple 211 años, con la estirpe de capital de la Confederación Argentina, pero también con el epígrafe popular de pueblo grande surcando el murmullo de una ciudad colmena.
Fotos: Gentileza Paranacanvas