Un pedacito de Paraná en el corazón de Rafael

24 agosto 2024 7 minutos
Víctor Fleitas

Nota destacada de la cultura popular argentina, el cantautor Rafael Amor llevaba una partecita de Paraná vibrando en su corazón libre. Fue un poeta elocuente, un aguerrido militante y un creativo compositor, pero también un gran compañero para sus amigos, divertido y sanguíneo, lo que por momentos lo volvía un poquito cabrón.

Acababa de cumplir 71 años Rafael Amor cuando en vísperas de la Navidad de 2019 circuló la noticia de su muerte inesperada. Dejó una obra cancionística y poética de fuste, trascendente de las contingencias, y una producción literaria que está descubriéndose, a tono con sus creaciones más conocidas. Pero, sobre todo, una amplia red de personas que lo han querido, en Argentina y en España.

Algunos de ellos se dieron cita un jueves de agosto, furiosamente invernal, en la sede de Agmer Paraná y lo han querido recordar como artista, como luchador social y como inspirador existencial y político, aunque también como ocurrente fabricante de disparates, siempre con ánimo para chacotear, chispeante y tierno.

Pili Campos es quien organiza estos eventos en Argentina y España.

Aquella vez, bajo la excusa de presentar su libro El calesitero cósmico y otros cuentos, se reunió en un coro de anécdotas y canciones un puñado de artistas, periodistas y seguidores, entre los que se encontraban Pili Campos, Marcia Müller, Emanuel Altuna, Guido Tonina, Haydée Chaparro, Claudio Puntel, Carlos Marín y Silvina Suárez.

La cabeza de playa en Paraná de Rafael y Pili, su compañera, era la casa de Maipú 666, residencia de los Tonina, en cuyos rincones resisten al olvido numerosos recuerdos de una convivencia entrañable. Allí planificaban si el pescado sería a la parrilla, en empanadas o al chupín; diagramaban el cronograma de reuniones con amigos de la región y partían a recorrer el inagotable Parque Urquiza y la costanera.

Después de cada comida, el té de burro. Y en todo momento, proyectar y charlar, con la compañía del mate.

Lo cierto es que, con unas y otras hebras, fue constituyéndose una herencia que recién está siendo balbuceada.

Marcia Müller, una de las músicas locales que grabó con Rafael Amor.

Fragua

Es difícil saber si mientras vive y crea se pregunta un artista popular cuál será su testamento, qué legará a la cultura de la que emergió. O si, simplemente, va amasando una obra, con insistencia, con perseverancia, con la aspiración de producir una mejora en cada proyecto que emprende. Y, en esa dinámica, les toca a otros analizar las contribuciones cuando la presencia se ausenta.

Para la Real Academia, legado es aquello que se deja o transmite a los sucesores, sea cosa material o inmaterial. La duda es cuánto de estrictamente personal hay en el proceso y qué tanto influyen los contextos de producción y las circunstancias. Puede que en la combinación de los factores se encuentren algunas respuestas a este interrogante.

Es cierto que No me llames extranjero calzó redondamente con aquella condena al destierro político que sufrieron miles de latinoamericanos, sobre todo en Europa; que Elegía a un tirano parecía hecha a la medida de Francisco Franco Bahamonde, el Generalísimo, en España, o de tantas experiencias continentales protagonizadas por sujetos que abusaron del poder y se impusieron a la fuerza, sembrando dolor, injusticia y muerte; que ese alegato compasivo a la resistencia que fue Corazón libre abrazó las decisiones de los zamarreados por la crueldad individualista de los años ’90 y el despellejamiento del sueño de las metáforas colectivas; o que Olor a goma quemada encontró terreno propicio para prosperar en la etapa que siguió a la cadena de saqueos del 2001, en Argentina.

No es menos cierto que para un artista como Rafael Amor, que optó por esquivar los caminos asfaltados de la industria discográfica, fue significativo que en ciertos momentos lo legitimaran cantantes y autores reconocidos, como Alberto Cortez. Y qué bien suena su interpretación junto a la de las voces mayores de Jairo, Mercedes Sosa o Julio Lacarra. Qué buenos dúos, la expresión de Rafael a la misma altura de colegas con registros y estilos diferentes, lo que da cuenta de su adaptabilidad, pero también de sus condiciones vocales excepcionales y su experiencia en peñas. También compartió escenario y estudio con el Dúo Enarmonía, por cierto. El resultado, el mismo.

Se presentó en Paraná el libro El calesitero cósmico y otros cuentos.

Lo que está menos en evidencia es una serie de recursos, perspectivas, estrategias y metodologías que ayudan a entender mejor sobre qué pilares Rafael Amor edificó su obra. Esa forma de entender el arte, la política, la realidad y los otros se proyecta de sus canciones a distintas formas de creación, como los cuentos. Repasamos algunos, tal vez los más evidentes.

La poética en Rafael Amor era una actitud ante la vida, además de uno de los lentes con los que miraba el mundo: respiraba versos, transpiraba metáforas, captaba postales sustantivas a cada rato, a cada paso. Por otro lado, es imposible escribir así sin haber desarrollado el placer hacia el estímulo de leer: la estrategia narrativa pulida, el uso de las palabras justas y la expresión precisa son propias de un lector exigente y crítico.

Me gusta oír gotear, la canilla del patio.

adivinar la luna entre la ropa colgada.

Esa suburbanía de los trenes lejanos

y los cuatro ladridos cardinales del barrio.

Los postes de la luz, compases de la cuadra.

La hilera de gorriones corcheas de plumas,

formando en las dos líneas de su pentagrama,

la melodía simple que alegra el vecindario.

En la puerta de calle, pibes que alborotan.

La vecina que sabe vidas y milagros,

el palique del mate después de la siesta,

y un crepúsculo grillo que encienda el verano.

Los solcitos que caben en una baldosa,

tres hojas de laurel secando en la ventana.

Una rejilla grave en el pasillo,

que rezonga espumas cuando lavan.

Me gusta una cocina donde escribir poemas,

y un amigo que se queda a comer sin aviso.

La cara de mamá si no alcanza la cena,

mi mujer, que remienda con tres papas el guiso.

Tener una gotera terca cuando llueve,

una veleta de lata con un gallo.

No arreglar una mancha de humedad en las paredes,

porque veo la cara de un amigo lejano

y sembrar perejil en una palangana.

Tener una tortuga caparazón pintado,

una lata de aceite, aquellas con la lira,

donde se mece un malvón solitario.

Me gusta una ventana de asomarme a la gente,

con una sonrisa que nunca había usado.

Que me crezcan raíces de una vez por todas,

y así poder quedarme para siempre asomado.

Pero sé que mañana llegará la distancia,

trayendo mil paisajes para mi desarraigo,

y en las noches ausentes no podré borrar nunca,

el íntimo llanto, goteándome nostalgias,

corazón del silencio, la canilla del patio.

Detrás de las imágenes, se puede intuir un deleite silencioso en emprender un viaje hasta una esencia recóndita y presente para ver si aquello luminoso sigue ardiendo.

Como militante, Claudio Puntel reconoció la influencia de Rafael Amor.

Un muelle

Luego, para contar, Rafael Amor se posicionaba desde sus orígenes sociales; en sus términos, creaba y cantaba con conciencia de clase: la de los desterrados, la de los humillados, la de los olvidados.

Narraba desde la satisfacción orgullosa de lo que era y de lo que fue. No era complaciente. Era agradecido. Un convencido de que lo que nos hace dichosos no se compra con dinero ni con influencias. Cultivaba la amistad, el vínculo humano, con el afán de un divertido jardinero: esa parecía ser su gran tesoro.

Remendando a suspiros el último rayo de luz,

amarillo de hilvanar recuerdos en cada rincón,

en la ventana que aun da a los gatos,

a las lunas de las canaletas,

al cuadrado callado y violeta de cada oración,

está mi madre, una sombra chiquita en la soledad.

Yo no soy aquel pulcro estudiante que un día soñó.

La guitarra me dio otro camino

y la he visto llorar mi destino,

pero a veces la he visto llorando por una canción.

Cada vez que este oficio de viento que un día aprendí,

me reparte por otras comarcas trashumando amor,

ella ausencia, ella espera, ella lágrima,

un lucero mojando mis cartas,

esperando que un día regrese el hijo cantor.

Y cuando vuelvo, tiene un domingo para mi corazón

y en la caricia de bienvenida sale a abrazarme Dios.

Agua bendita, siempre solita, esperando.

Poblé sus canas de cascabeles de mis hijos en flor,

pero sus ojos siguen mis pasos allá por donde voy,

que en su cariño soy siempre el niño,

que de su amor nació.

La ternura, el gesto que emociona en la diaria, luego será canción, poema o cuento en la sensibilidad de Rafael Amor.

También era pícaro, ocurrente, habitado de anécdotas que brotaban a borbotones. La cabecera de la mesa estaba siempre donde él se sentaba. Le encantaban las atmósferas amigables, los seres humanos sencillos, transparentes; las casas de puertas abiertas; era solidario, generoso, creía en la gente simple, que le aceptaban sin reparo el sarcasmo, la ironía y hasta la bronca cuando irrumpía.

Silvina Suárez protagonizó uno de los momentos emotivos de la velada.

Terciopelo y empedrado

La obra de Rafael Amor es propia de un artista meticuloso y exigente, que no apuraba los tiempos de la creación. Uno imagina que debe haber andado muchos borradores tachoneados hasta dar con las versiones definitivas.

Se le suele reconocer que era un juglar; sí, es cierto, pero uno de paladar refinado hacia la palabra y de esmerada capacidad musical.

Su poesía se defiende sola, sin necesidad de melodía; su conocimiento de las músicas latinoamericanas produjo composiciones personalísimas, nuevas. Juntas, letra y música, eran confidentes que se reconocían al primer golpe de vista.

En fin, en sus más de 70 años de existencia pasaron los coquetos teatros, los sets de televisión, los galpones de cooperativas levantados con el sudor de la frente, los programas de radio, los escenarios mayores, las entrevistas, los salones para actos escolares y los modestos centros culturales. Después de muerto, una constelación de amigos en distintas partes del mundo se empecina en no olvidarlo.

Es que, probablemente, lo que quede de Rafael Amor, junto a su calificada obra, sea la alegría de vivir, la actitud crítica y propositiva, el respeto por lo que se piensa, la predilección de los proyectos en equipo, el afán detallista por hacer bien las cosas y la decisión de no conformarse con menos de lo que se merece. Tal vez con estos ingredientes pueda pensarse mejor en su legado.

Fotos: Juliana Faggi, El Diario

Te recomendamos…

Teatro, en pocas palabras

Teatro, en pocas palabras

Presentado como un espectáculo payaso poéticamente cómico, Onírico asumirá el desafío de activar una imaginación redentora y cotidiana, con el uso de pocas palabras. Coproducida por las compañías Teastral y Haceme la segunda, la obra de teatro se escenificará en Casa...

Teatro para estar cerca

Teatro para estar cerca

Un ramillete itinerante de obras de teatro sale desde hoy a juntar partes de Paraná que siempre debieron estar unidas. El festival en cuestión declara sus principios desde el título, Más allá de los bulevares, y tiene como premisa acercar a las personas, reunirlas, en...

Recuerdos para un inolvidable

Recuerdos para un inolvidable

La muerte del pianista Gari Di Pietro llenó de sentida tristeza a un amplio colectivo de artistas que, por los avatares de la cultura urbana, compartieron con él espacios de formación y como colegas. Parte de su legado musical quedó impreso en los libros de partituras...